Nada parece indicar que la guerra en Siria vaya a terminar pronto. Ni siquiera un posible pacto entre Al Asad y la oposición siria supondrá el fin de la guerra, ya que aún habría que derrotar a Daesh, inmerso en una guerra particular contra todos (régimen, oposición, regímenes occidentales, gobiernos islámicos…).
La situación seguirá siendo de gran inestabilidad incluso en caso de que finalice la guerra y Daesh sea erradicado. Siria e Irak tienen grandes dificultades para recuperar el control sobre su territorio. Recomponer sus estructuras administrativas exigirá un largo proceso de reconciliación y un rescate económico que de estabilidad al país.
Refugiados
Mientras no haya paz en Siria y se reconstruya el país, seguirán llegando a Europa cientos de miles de refugiados. Europa tiene una amplia frontera que limita con algunas de las regiones más pobres del planeta, con dictaduras y con países en guerra. Al mismo tiempo, el territorio de la Unión Europea disfruta de unos niveles de bienestar y libertad que son la envidia de millones de personas en África y Oriente Medio. Ante esta realidad, lo sorprendente es que los políticos europeos se extrañen de la llegada de millones de refugiados procedentes de Siria (situada a unas pocas horas de avión de cualquier capital europea) y que tras cinco años de guerra en Oriente Medio no hayan previsto un proceso migratorio.
Pero para entender la magnitud del reto al que se enfrenta Europa hay que tener en cuenta un dato de Eurostat (la Oficina Europea de Estadística): los sirios suponen sólo el 31 % de los solicitantes de asilo en la Unión Europea desde el año 2014. El resto son refugiados procedentes de Irán, Afganistán, Pakistán…, o de países africanos como Eritrea, Somalia, Nigeria y otros muchos. En total 1.500.000 solicitantes de asilo. Si a ellos les añadimos todos los que han entrado sin registrarse en las fronteras, tenemos más de dos millones de personas que han entrado en Europa huyendo de la guerra, la persecución y la miseria en 2014 y 2015.
En el año 2015, más de un millón de migrantes (la mayoría refugiados) llegaron a las costas griegas e italianas cruzando el mar en precarias embarcaciones de goma, según indica Frontex (la agencia europea que se encarga de la gestión de fronteras exteriores). De ese millón, más de 870.000 han utilizado la ruta del Mediterráneo oriental. La mayoría son sirios, iraquíes y afganos. La distancia entre la costa turca y la isla griega de Lesbos es de diez quilómetros. Esta distancia es corta, pero las frágiles lanchas atestadas de personas (cada bote lleva a entre 40 y 60 migrantes) no siempre son capaces de soportar la travesía y terminan naufragando. Todos recordamos las imágenes de refugiados ahogados en las playas de Turquía.
Los inmigrantes y refugiados pagan grandes sumas de dinero a mafias a cambio de transporte, indicaciones sobre cómo solicitar asilo y documentación. El coste medio de un pasaje para una familia en un bote de goma que tal vez se hunda es de 10.000 euros. La frontera terrestre turco-griega y turco-búlgara es otro punto de acceso a la Unión Europea.
Espacio Schengen
La llegada masiva de refugiados ha desbordado a las autoridades nacionales. Algunos países han decidido suspender parcialmente el acuerdo Schengen (adoptado en 1985 y que permitió crear un espacio europeo sin fronteras). Esta suspensión ha provocado que cientos de miles de refugiados se hayan quedado quedaran atrapados en las zonas fronterizas de Macedonia, Croacia, Austria y Hungría, malviviendo a la intemperie.
La falta de coordinación entre los Estados europeos propició el caos. En un primer momento, los gobiernos europeos se mostraron proclives a ayudar a los refugiados. La canciller alemana, Ángela Merkel, rechazó limitar el número de asilados en territorio alemán. El destino final de los solicitantes de asilo es, principalmente, Alemania. En septiembre de 2015, la Unión Europea adoptó un acuerdo que permitía la acogida de 120.000 refugiados repartidos en diferentes países. Sin embargo, ese acuerdo aún sigue sin cumplirse y los refugiados siguen viviendo en campos de refugiados de Grecia, o en polideportivos y centros de acogida de Alemania, Austria, Dinamarca y otros países.
Acuerdo con Turquía
La presión de una parte de la opinión pública, que ve con temor la llegada de los refugiados, y el convencimiento de que el éxodo no se va a detener a corto plazo, ha hecho que los gobiernos de la Unión Europea buscaran un acuerdo con Turquía para que ejerza de “Estado tapón”. Ángela Merkel defendió la negociación con el argumento de que Europa no podía actuar de forma unilateral. “Si no logramos alcanzar un acuerdo con Turquía, Grecia no podrá soportar el peso por mucho tiempo”, aseguró.
El acuerdo al que la Unión Europea y Turquía han llegado en marzo supone que, a partir de ahora, los refugiados deberán solicitar el asilo en Europa desde territorio turco. Aquellos que lleguen a suelo europeo sin haber hecho ese trámite, serán devueltos a territorio turco. Esta medida no afectará a los refugiados que ya estaban en Europa antes del acuerdo. A cambio, Turquía ha conseguido el compromiso por parte de la Unión Europea de que se impulsará su ingreso en la Unión y que se acelerará el proceso para que los ciudadanos turcos puedan acceder al espacio Schengen sin necesidad de visado. Asimismo, los países europeos darán a Turquía 6.000 millones de euros como ayuda para atender a los refugiados.
El objetivo es hacer menos atractiva la opción de cruzar el Mediterráneo en bote neumático e incentivar que los migrantes lleguen a Europa con su situación ya regularizada. La gran duda es saber si este acuerdo respeta la legislación europea sobre el derecho de asilo. En la directiva 2013/32/UE se afirma en que “un Estado miembro solo podrá extraditar a un solicitante a un tercer país […] si las autoridades competentes están convencidas de que una decisión de extradición no originará una devolución directa o indirecta con violación de las obligaciones internacionales y de la Unión de ese Estado miembro” (artículo 9, apartado 3).
La Convención de Ginebra establece en su artículo 33, apartado 1, que “ningún Estado Contratante podrá, por expulsión o devolución, poner en modo alguno a un refugiado en las fronteras de los territorios donde su vida o su libertad peligre por causa de su raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social, o de sus opiniones políticas”.
Reacciones
Entidades sociales católicas de España (Cáritas, CONFER, Sector Social de la Compañía de Jesús, Justicia y Paz, Manos Unidas…), como las de los demás países, han expresado “su consternación y su más absoluto rechazo” al acuerdo entre la Unión Europea y Turquía. Para estas organizaciones, el acuerdo supone “un serio retroceso en materia de derechos humanos”. En un comunicado oficial, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR), no ha rechazado el acuerdo, pero sí ha advertido de que en el momento de aplicarse deberá “respetar la legislación internacional y europea”. En esa misma línea se expresó el presidente del Consejo Europeo Donald Tusk: “Lo más importante, y es algo que no comprometeremos, es la absoluta necesidad de respetar tanto nuestro Derecho Europeo como el Derecho Internacional. Es indispensable, de lo contrario Europa no podrá ser más Europa”. En este sentido, son muchas las voces que han advertido de que la expulsión de refugiados viola el espíritu fundacional de la Unión Europea.
En la homilía pronunciada durante la Misa del Domingo de Ramos en la plaza de San Pedro, en Roma, el Papa Francisco hizo referencia a la situación que viven los refugiados. “Pienso ahora en tanta gente, en tantos inmigrantes, en tantos prófugos, en tantos refugiados, en aquellos de los cuales muchos no quieren asumir la responsabilidad de su destino”, dijo el Santo Padre, después de afirmar que Jesús sufrió “la indiferencia, pues nadie quiso asumir la responsabilidad de su destino”.
Solución
El acuerdo con Turquía puede aliviar en parte la presión migratoria sobre el sudeste de la Unión Europea, pero en ningún caso solucionará el problema. Al cerrarse la vía de los Balcanes, es posible que se abran otras vías en los próximos meses.
La solución pasa por el fin de las guerras en los Estados limítrofes (en especial en Siria), por atajar la acción de grupos yihadistas como Daesh o Al Qaeda, y por desarrollar un plan que permita el desarrollo de países vecinos. La Unión Europea, minada por los intereses particulares de sus Estados miembros, no parece tener la capacidad para lograr esos objetivos. Hasta ahora, la reacción europea ante los retos de la migración y del yihadismo ha sido lenta, descoordinada e ineficaz. El reto, ahora, es garantizar los derechos humanos de los asilados que llegan a territorio de la Unión.