Al día siguiente de tomar posesión de la titularidad de la parroquia de Sant’Onofrio de Roma, el cardenal Pierbattista Pizzaballa, Patriarca latino de Jerusalén, fue invitado a pronunciar una Lectio magistralis en la Pontificia Universidad Lateranense, dentro del ciclo de estudios de Ciencias de la Paz y de la Cooperación Internacional del Instituto Pastoral Redemptor Hominis.
Una tragedia sin precedentes
Desde las primeras líneas de su discurso se percibió un grito de dolor y un llamamiento a la paz ante la trágica situación que desgarra Tierra Santa. «Lo que está ocurriendo es una tragedia sin precedentes», comenzó. «A la gravedad del contexto militar y político, que empeora cada vez más, se añade el deterioro del contexto religioso y social. Un panorama desolador».
Ante esta profunda crisis, en la que se están desintegrando incluso los escasos contextos de convivencia interreligiosa, el Patriarca llamó a la Iglesia a reafirmar su acción por la paz sobre dos pilares evangélicos fundamentales.
Mirar el rostro de Dios
El primero es «mirar el rostro de Dios», ya que la paz antes de ser un proyecto humano «es un don de Dios, es más, dice algo de Dios mismo». Citando el célebre discurso de Pablo VI ante las Naciones Unidas, el 4 de octubre de 1965, Pizzaballa reiteró que «el edificio de la civilización moderna debe apoyarse en principios espirituales, capaces no sólo de sostenerla, sino de iluminarla y animarla. Y para que estos principios indispensables sean tales, no pueden sino fundarse en la fe en Dios».
Mirar a el rostro del otro
El segundo pilar es «mirar al rostro del otro». Como explicó el Patriarca, «la paz, incluso a nivel antropológico, no es sólo convención social o ausencia de guerra, sino que se basa en la verdad de la persona humana». Sólo en el contexto del desarrollo humano integral y del respeto de los derechos humanos «puede nacer una verdadera cultura de la paz». Refiriéndose al filósofo Lévinas, insistió en que «frente al Otro, está en juego lo absoluto» y que «el mundo es mío en la medida en que puedo compartirlo con el Otro».
Ante el agravamiento de la situación y la inercia de las instituciones internacionales, «cada vez más débiles» e impotentes, el Patriarca destacó también la falta de liderazgos locales capaces de realizar gestos de confianza y de tomar «opciones valientes por la paz». Sin embargo, advirtió a la Iglesia y a todos los actores pastorales a distintos niveles que no cedan a la «tentación de llenar el vacío dejado por la política» entrando en dinámicas de negociación que no le pertenecen.
La única referencia es el Evangelio
La tarea de la Iglesia, reiteró con fuerza, es «seguir siendo ella misma, una comunidad de fe» cuya única «referencia es el Evangelio». Su misión es «crear en la comunidad el deseo, la disposición y el compromiso sincero de encontrarse con el otro, sabiendo amar a pesar de todo». Un camino que pasa por «la escucha de la Palabra de Dios» y el testimonio del misterio pascual de Cristo, «el único que ha derribado la barrera entre los hombres, el muro de la enemistad».