El Papa Pío XII representa posiblemente el caso más dramático de transformación en la percepción pública del siglo XX. Como señala el historiador y periodista Sven Felix Kellerhoff, “probablemente no exista ninguna otra figura histórica de rango mundial que, como Eugenio Pacelli, haya pasado en tan poco tiempo después de su muerte de ser un modelo ampliamente respetado a una persona condenada por la mayoría”.
Durante su vida y en el momento de su fallecimiento, el 9 de octubre de 1958, Pío XII gozaba de un prestigio internacional incuestionable, reflejado en hechos como su aparición en la portada de Time con la cita “The work of Justice is Peace”. En Alemania se le dedicaron calles y avenidas, mientras que la primera ministra israelí Golda Meir lo describió como “un gran amigo del pueblo de Israel”.
El rabino jefe de Roma, Israel Zolli, quien posteriormente se convirtió al catolicismo adoptando el nombre de Eugenio en honor al Papa, defendió esta postura: “Ningún héroe de la historia ha comandado un ejército tan combativo como el que Pío XII movilizó contra Hitler. Dirigió una batalla incruenta pero implacable”. El Gran Rabino de Jerusalén, Isaac Herzog, expresó en 1944: “El pueblo de Israel nunca olvidará lo que Su Santidad está haciendo por nuestros desafortunados hermanos y hermanas en esta hora más trágica”. La Unión de Comunidades Judías Italianas llegó a acuñar una medalla de oro en su honor.
Pío XII, ¿el Papa de Hitler?
Sin embargo, esta percepción experimentó un giro radical poco después, hasta el punto de que, en 1999, John Cornwell publicó un libro titulado “Hitler’s Pope” (“El Papa de Hitler”). El origen de la leyenda negra sobre el papa Pacelli puede situarse con precisión: el 20 de febrero de 1963, fecha del estreno de la obra teatral “El Vicario” de Rolf Hochhuth. Esta obra presentaba a Pío XII como un cínico sin escrúpulos que, obsesionado con combatir el comunismo, había justificado e incluso apoyado las acciones nazis. Quien se sorprenda de que una obra de teatro pudiera tener tanta repercusión subestima el poder de la ficción; piénsese por ejemplo en “El código de Da Vinci”.
La realidad histórica, sin embargo, contradice frontalmente esta caracterización. Ya en 1924, siendo Nuncio Apostólico en Múnich, Pacelli demostró una clarividencia excepcional al telegrafiar a la Secretaría de Estado vaticana: “El nacionalsocialismo es la herejía más grave de nuestro tiempo”. Esta declaración resulta especialmente significativa considerando que, en aquel momento, la Iglesia identificaba al comunismo como su principal amenaza.
Los propios líderes nazis lo consideraban uno de sus enemigos más peligrosos. Joseph Goebbels, en su diario, menciona a Pío XII más de cien veces, siempre en tono de advertencia. Por ejemplo, respecto al discurso navideño papal de 1939, Goebbels anotó: “Lleno de ataques muy mordaces y escondidos contra nosotros, contra el Reich y el nacionalsocialismo”.
El acto de protesta
Un momento crucial en la oposición de Pacelli al régimen nazi se produjo durante su etapa como Secretario de Estado, bajo el pontificado de Pío XI. Fue uno de los principales artífices de la histórica encíclica “Mit brennender Sorge” del 14 de marzo de 1937, cuyo título fue modificado personalmente por él, sustituyendo la palabra “großer” (“Con gran preocupación”) por “brennender” (“Con preocupación ardiente”). Esta encíclica, la única redactada en otro idioma distinto del latín, constituyó el acto de protesta más significativo durante los doce años del régimen nazi. Su distribución clandestina en Alemania permitió su lectura simultánea desde los púlpitos de numerosas iglesias católicas.
La represalia nazi fue inmediata y severa: además de la quema sistemática de ejemplares, más de 1.100 sacerdotes fueron detenidos, y 304 de ellos acabaron deportados a Dachau. Estos acontecimientos dejaron una huella indeleble en la conciencia de Pacelli, quien comprendió que los desafíos públicos al régimen nazi podían tener consecuencias devastadoras para los católicos.
Pío XII y los refugiados judíos
Durante la ocupación alemana de Roma, entre el 10 de septiembre de 1943 y el 4 de junio de 1944, la intervención directa de Pío XII resultó crucial para la salvación de los judíos romanos. El Papa ordenó abrir no sólo los conventos de clausura, sino también el Vaticano y su residencia veraniega en Castelgandolfo para dar refugio a los perseguidos. Las cifras son elocuentes: 4.238 judíos romanos encontraron refugio en 155 conventos de la ciudad, otros 477 fueron acogidos en el Vaticano, y aproximadamente 3.000 más hallaron protección en Castelgandolfo.
En la propia habitación papal, varias mujeres judías embarazadas dieron a luz; cerca de 40 niños nacieron allí, y muchos recibieron el nombre de Eugenio o Pío como agradecimiento. Como señala el historiador Michael Hesemann: “En ningún país de Europa ocupado por los nazis sobrevivió un porcentaje tan elevado de judíos como en Italia; en ninguna otra ciudad fueron tantos como en Roma, gracias a Pío XII y a su prudente iniciativa”.
Las críticas que acusan a Pío XII de no haber protestado suficientemente ante las autoridades nazis ignoran las consecuencias contraproducentes que tales protestas podían tener. El caso más ilustrativo es el del obispo católico de Utrecht en agosto de 1942: su protesta pública contra la deportación de judíos en los Países Bajos provocó que los nazis incluyeran también a los católicos de origen judío en las deportaciones. Entre las víctimas se encontraba Edith Stein, conversa del judaísmo al cristianismo y monja carmelita.
Ya en 1942 Pío XII comentó a su confidente Don Pirro Scavizzi: “Una protesta por mi parte no sólo no habría servido de ayuda a nadie, sino que habría desatado las cóleras contra los judíos y multiplicado las atrocidades. Quizá hubiera despertado las alabanzas del mundo civilizado, pero a los pobres judíos solo les habría producido una persecución más atroz que la que sufrieron”.
Una investigación histórica
Tras la publicación de “Le Bureau – Les juifs de Pie XII” (edición italiana: “Pio XII e gli ebrei”) por Johan Ickx, director del Archivo Histórico del Departamento para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado de la Santa Sede, se han revelado tanto los éxitos como las limitaciones de la diplomacia vaticana durante la Segunda Guerra Mundial. Ickx ha analizado documentos del pontificado de Pío XII (1939-1958), abiertos a la investigación en marzo de 2020. En sus 400 páginas divididas en 18 capítulos, documenta la extensa red de vías de escape para perseguidos organizada por el Papa, junto con una red de clérigos distribuida por toda Europa cuyo único objetivo era salvar vidas.
Una de las revelaciones más importantes de Ickx es que Pío XII estableció, al inicio de la guerra, una unidad específica en la Secretaría de Estado dedicada exclusivamente a gestionar las peticiones de ayuda de judíos perseguidos en Europa. Esta “oficina” centralizó información sobre deportaciones, redadas y el exterminio sistemático en los campos de concentración nazis. La documentación demuestra que esta oficina actuaba bajo instrucciones directas del Papa. Ickx establece un paralelo con “la lista de Schindler”, denominándola “lista Pacelli”, aunque reconoce que la creación de un expediente no garantizaba una intervención exitosa en cada caso.
Un ejemplo significativo fue la protesta de Monseñor Cesare Orsenigo, sucesor de Eugenio Pacelli como Nuncio Apostólico en Berlín, ante las autoridades alemanas en abril de 1940 por el trato inhumano a sacerdotes polacos en campos de concentración, especialmente en Sachsenhausen. En septiembre del mismo año, Orsenigo volvió a intervenir por los sacerdotes católicos en aislamiento. El régimen nazi se negó a liberarlos, temiendo que generaran propaganda antinazi en el extranjero. La única concesión obtenida fue la concentración de los sacerdotes en el campo de Dachau.
El 20 de marzo de 1942, el nuncio en Eslovaquia, arzobispo Giuseppe Burzio, intervino ante el gobierno eslovaco para detener la deportación de judíos, respondiendo a una petición del rabino de Budapest. La oficina papal envió una nota oficial al embajador eslovaco ante la Santa Sede declarando: “La cuestión judía es una cuestión de humanidad. Las persecuciones contra los judíos en Alemania y en los países ocupados o sometidos son una ofensa a la justicia, a la caridad y a la humanidad. El mismo trato brutal se extiende a los judíos bautizados. Por tanto, la Iglesia católica está plenamente autorizada a intervenir tanto en nombre de la ley divina como de la ley natural”. Un mes después, el nuncio en Budapest, Angelo Rotta, informó que las deportaciones se habían intensificado, sugiriendo que las intervenciones vaticanas podían haber exacerbado la represión nazi en algunos casos.
Guerra contra la Iglesia católica
Ickx dedica 23 páginas a un caso que ilustra las tácticas nazis para neutralizar las intervenciones vaticanas. En febrero de 1943, una nota de protesta de la Santa Sede dirigida al ministro de Asuntos Exteriores alemán, Joachim von Ribbentrop, fue interceptada por el secretario de Estado Ernst von Weizsäcker, quien la devolvió al nuncio sin entregarla. Esto permitió a los nazis negar haber recibido protestas oficiales del Vaticano. Sobre este incidente, Ickx concluye: “Quedó claro para la oficina que los nacionalsocialistas habían declarado la guerra a la Iglesia católica. No había nada que la Iglesia pudiera decir o hacer para modificar la política de persecución nazi. No haber comprendido esto explica parcialmente las falsedades que circularon durante décadas sobre Pío XII y su actuación durante la Segunda Guerra Mundial”.
El Vaticano logró algunos éxitos puntuales, como la obtención de visados para profesores judíos alemanes e italianos que escaparon a universidades en Estados Unidos, Uruguay y Brasil. Como atestiguó el diplomático estadounidense Myron Taylor, enviado de Roosevelt a Roma, Pío XII defendió consistentemente a la humanidad sufriente, sin distinción de raza o credo.
La investigación de Johan Ickx permite comprender mejor el papel de la Santa Sede en uno de los períodos más oscuros de la historia reciente, confirmando que Pío XII mantuvo una postura coherente y comprometida en defensa de los judíos y otros perseguidos, en línea con los principios morales que sostuvo durante toda su vida.