“Toda esta historia empieza en el año 1982. Siempre me ha fascinado América Latina. En ese tiempo, hubo una promoción especial con Avianca a Colombia, y decidí pasar allí mis vacaciones”. El sacerdote católico Peter Walters comienza, de este modo, la historia de ¡Vivan los niños!, una fundación que ayuda a los niños de la calle en Colombia, y que nace de una experiencia casi de película.
En aquellas vacaciones del 82 “fui a Bogotá y a Cartagena”, recuerda Walters, “todo iba muy bien hasta que descubrí que había un problema con mi pasaje de vuelta: estaba sin fecha precisa. Cuando intenté arreglar mi regreso al Reino Unido descubrí que tenía la prioridad más baja posible, en estación alta, por lo que tenía que quedarme allí más tiempo del que tenía presupuestado”. Este contratiempo le llevó a una economización extrema y sólo comía una vez cada dos días.
Fue en una de aquellas jornadas “de ayuno forzado” en la que cambió su vida. “Encontré a unos niños mendigos. Me vieron extranjero y se acercaron a pedirme limosna. Cuando les pude hacer entender que no tenía les pareció rarísimo. Nunca habían encontrado un turista pobre. Entonces ocurrió algo completamente extraño: estos niños decidieron ‘adoptarme’. Compartieron su comida conmigo y su humanidad me conmovió mucho”. En los días siguientes, el padre Peter continuó viendo a aquellos niños, “nos hicimos amigos y me preocupaba ver cómo vivían. Yo, como anglicano, pensaba entonces ‘¿dónde esta la Iglesia católica en la calle?’”.
Una pregunta que no sólo quedó en la mera formulación: “Fui a buscar al arzobispo local para darle una buena ‘jalada de orejas’. Afortunadamente, encontré a monseñor Rubén Isaza Restrepo, entonces arzobispo de Cartagena, con el que tuve varias reuniones. Él me dijo ‘hijo, la Iglesia católica está muy comprometida con la población callejera. Pero creo, además, que el Señor le está llamando a usted a hacer algo’”.
Aquella respuesta le dejó sorprendido, y cuando volvió a Reino Unido, Peter Walters no podía olvidar aquellas palabras, ni a esos niños. “Alguien me dijo, entonces, que yo había ido a Colombia para unas vacaciones y volví con una vocación, y así fue”, rememora emocionado.
Una nueva etapa
A partir de entonces, Walters volvió una y otra vez a Colombia a pasar las vacaciones. Aunque seguía siendo anglicano, trabajaba con instituciones de la Iglesia católica en este ámbito.
Por aquellos años, monseñor Isaza se jubiló y se retiró a Manizales y fue allá. “Por la mañana trabajaba en una fábrica de pilas para ganar algo de ‘platica’ y cuidaba a estos niños por la tarde y la noche”, continúa Walters. Estando en Manizales le avisaron que en Medellín había muchísimos niños en esta situación y decidió ir. Eran los años duros de Pablo Escobar.
La violencia era una constante en Colombia, y especialmente en Medellín. Como el mismo recuerda, “en esos años muchos de esos niños que yo conocía fueron asesinados. Los llamaban ‘los desechables’ y efectivamente, los desecharon”.
El corazón de Walters seguía dividido entre Inglaterra y Colombia. Cada vez le costaba más regresar a la seguridad de su hogar sin saber lo que iba a pasar con los niños.
En esos años, Peter Walters se ordenó como sacerdote anglicano y “terminé trabajando en el santuario mariano de Nuestra Señora de Walsingham”. Walsingham es un lugar de intensa devoción mariana. Allí se apareció la Virgen en 1061 y pidió la construcción de una casa, como la casa de Nazaret. Hoy día, allí convergen tres santuarios marianos: uno anglicano, uno católico y un tercero ortodoxo: “Es un lugar muy mariano y, casi todos mis predecesores en el santuario anglicanos habían terminado por convertirse al catolicismo”, recuerda Walters. “Yo seguí ese camino y tuve la conciencia que el Señor me pedía un compromiso. Ese compromiso implicaba ir a Colombia, pedir la admisión en la Iglesia católica y eventualmente, la ordenación como sacerdote católico”.
El arzobispo de Medellín aceptó y, en 1994, Walters se trasladó definitivamente a Colombia, fue recibido en la Iglesia católica y ordenado sacerdote católico en 1995.
Comenzó entonces un nuevo camino en su vida vocacional y de entrega a los niños de la calle. Estando en Walsingham, Walters había iniciado una fundación a través de la que reunía fondos que destinaba a obras de la Iglesia católica a favor de los niños de la calle en Colombia. Una vez en Colombia, obtuvo la personalidad jurídica para poner en marcha una fundación colombiana y también fundó en los Estados Unidos con el objetivo de recaudar fondos allí. Esas tres fundaciones continúan en la actualidad. Las de Inglaterra y Estados Unidos se dedican a reunir fondos y la de Colombia, además, atiende a los niños.
¡Vivan los niños!
A dia de hoy, ¡Vivan los niños! tiene su sede en una casa en Medellín que acoge esta sede gracias a san José. “Estábamos buscando una sede y no encontrábamos ninguna adecuada a un precio accesible”, cuenta Walters. Un amigo sacerdote le aconsejó rezar la novena a san José. Lo hizo y, “al noveno día apareció la casa que tenemos ahora, que era idónea para alquiler”. Así comenzaron.
“Después de unos años, los dueños quisieron vender la casa, pero no teníamos ‘plata’. Hicimos otra novena a san José y otra vez, el noveno día, llamó una fundación desde Inglaterra ofreciendo prestarnos el dinero, libre de intereses por diez años. El año siguiente, cuando les ingresé la primera cuota devolvieron el recibo diciéndonos que era un regalo. Tenemos la casa gracias a san José”, concluye convencido el padre Walters.
La casa Walsingham no es una residencia como tal porque los niños no pernoctan allí “excepto una vez al año que hacemos las 40 horas al Santísimo Sacramento. Los niños están de vigilia toda la noche y, la noche siguiente, las niñas”.
En la casa Walsingham se atiende a varios grupos: “niños de la calle, o que trabajan en la calle y también a niñas que se quedan embarazadas. Les atendemos a ellas y a sus bebés, antes y después del parto ofreciendo a estas niñas la posibilidad de estudiar para que puedan continuar capacitándose y puedan tener un futuro más digno”. “También trabajamos con niños que tienen necesidades educativas especiales”, en las escuelas generalmente los profesores no pueden brindarles la atención individualizada que necesitan estos niños y caen en manos de los más de “400 grupos armados ilegales que siempre están buscando captar a estos menores para introducirlos en el tráfico de drogas, la delincuencia o la prostitucion. Y luego tenemos niños refugiados, especialmente de Venezuela”. Todo ello, gracias a un equipo de psicólogos, educadores sociales, profesores catequistas que llevan adelante esta labor.
Además de todo esto, desde la fundación han creado un coro “para dar voz a nuestros niños. Cantan en inglés, latín y castellano. Canciones folclóricas, litúrgicas e incluso gregoriano”.
Los frutos también han ido llegando: “Algunos de nuestros niños ya son profesionales. Tenemos un niño que trabajaba en la calle, su familia recicla basura, y ahora es médico; otro chico ahora es abogado; una chica psicóloga; otra chica ingeniera industrial y varias enfermeras… La mayoría de nuestros niños no llegan a ir a la universidad, pero si logramos que un niño o una niña que ha sido abusado o abandonado no sea un adulto que abandona y abusa a sus hijos, hemos logrado algo importante”.
Necesidad de donaciones
En estos 30 años son miles los niños ayudados por el padre Walters aunque, como reconoce “la fundación ha disminuido por falta de recursos. En 2007 atendíamos 900 niños y hoy tenemos menos de 200. Después del COVID, los donantes no tienen la misma capacidad donativa que tenían antes”. Una situación que ha influido directamente en la capacidad de atención de la fundación que no quiere ayudas públicas que puedan influir en sus principios católicos.
La fundación se financia por donativos. “Yo vivo para pedir limosna para mis niños” concluye el padre Walters. Unos niños que se cuentan por miles y cuyas desconocidas historias son parte del legado de este sacerdote de acento británico y alma colombiana.