El problema de la pobreza en las ciudades europeas está relacionado con la pérdida del empleo, que conlleva la pérdida de la vivienda y de los vínculos sociales.
Según EUROSTAT, en 2021 y 2022, el 21% de la población europea ha estado en riesgo de pobreza o de exclusión social en la Unión Europea a causa de la desocupación.
Un acontecimiento traumático en la vida de una persona, como un accidente, la pérdida del empleo o de los medios de subsistencia, puede llevar a una persona a la indigencia, a sobrevivir y a llevar una vida sin hogar.
El escritor italiano Girolamo Grammatico, en su novela autobiográfica “I sopravviventi” (título en italiano, en español “Los supervivientes”, pero aún no traducido), explica cómo el sinhogarismo no es un vivir sino un “sobrevivir”, aunque a nadie se le llama superviviente, porque como seres humanos estamos vivos, vivimos; no sobrevivimos, sino que vivimos nuestras vidas. En cambio, quien se encuentra con los vínculos de su propia vida rotos, sobrevive a la pobreza.
I sopravviventi
Los pobres sobreviven a la miseria, no están muertos; pero llevan una vida que nadie llamaría vida, nadie diría que la vida en la calle, ante la indiferencia de la mayoría de los transeúntes, con la falta de alimentos, sin cobijo del frío invernal, con las consecuencias de la violencia física y moral, podría llamarse una vida. Los sintecho solo tienen lo mínimo necesario, cuando pueden conseguirlo, pero más allá de eso no tienen afecto, ni personas que se preocupen por ellos.
El libro que he mencionado ha suscitado en mí muchas reflexiones. En él se relatan los sufrimientos de quienes han perdido sus hogares, su “morada”, término que, según señala el autor, deriva del latín “morari”, quedarse, o “demorar” si se antepone el “de” con valor de refuerzo. Las personas que viven no por elección propia en lugares mugrientos, donde nadie querría quedarse, son personas estigmatizadas de por vida como culpables de su propia pobreza. No creo que nadie elija la vida en la calle, aunque por vergüenza ante su condición un pobre pueda afirmar lo contrario. Nadie elige vivir solo; los que viven solos no lo hacen porque lo elijan, sino porque no tienen elección.
Quién o qué ha hecho que los “sintecho” sean personas sintecho, dónde están ellos, dónde estamos nosotros y cómo hemos llegado a ser lo que somos a partir de cómo hemos elegido habitar el mundo, por qué para entender quién es una persona hay que partir de cómo habita el mundo, de dónde se posiciona en el mundo.
A los sintecho se les etiqueta por lo que no tienen, una casa, y no por lo que son. En efecto, los sintecho no tienen las llaves de una casa y, sobre todo, no tienen las llaves de su propio destino.
La cuestión de la pobreza extrema en las ciudades está ligada a las respuestas que se pueden dar, porque si la causa puede ser un acontecimiento imprevisto e imprevisible, como la pérdida de un empleo o de un familiar, las consecuencias de la pobreza no parecen ser de interés político y social salvo algunas excepciones, como en la ayuda prestada por algunas realidades que se dedican completamente a los pobres. Como por ejemplo los Padres Paules (o Vicencianos), que a través de un proyecto llamado “13 Casas” dan respuesta a estos problemas, proporcionando a los pobres un hogar digno en zonas como los barrios marginales de muchas metrópolis, o en favor de personas que han huido a otro país como refugiados o porque a consecuencia de catástrofes naturales o de guerras viven permaneciendo en su propio país pero en condiciones como si fueran refugiados en el extranjero.
Las personas sin hogar, al estar expuestas a la malnutrición y a la vida en la calle, pueden enfermar fácilmente y acabar con otros problemas como la adicción al alcohol. Una persona que sufre las consecuencias de su pobreza se encuentra abrumada y aplastada por la realidad en la que vive. Los sintecho, en su fragilidad, pasan el día a la intemperie, y unos pocos afortunados pasan la noche en un albergue para pobres, pero la mayoría siempre en la calle, con el riesgo de ser víctimas de la violencia, la explotación, las bajas temperaturas, con los problemas a veces de las drogas, el alcohol, la trata de seres humanos y la explotación. Algunas personas huyen de países en guerra, otros de la pobreza en sus países de origen, para caer en la miseria más absoluta en nuestras ciudades.
El libro de Girolamo Grammatico es un testimonio de la labor de un samaritano en nuestro milenio. Como en la parábola evangélica, también hoy sigue habiendo personas que se dedican durante años al servicio de otros seres humanos excluidos que llevan una vida de pobreza y que son nuestro prójimo.
Las personas a las que Jesús en el Evangelio nos pide que ayudemos son aquellas con las que nos encontramos todos los días porque están necesitadas y físicamente cerca de nosotros.
El tema de las personas extranjeras que viven en nuestros países me hace reflexionar, como católico, sobre la acogida y sobre el tema del prójimo que busca medios para su sustento, al igual que en el Evangelio según San Mateo, después del nacimiento de Jesús, el ángel se apareció a José en sueños y le dijo que partiera con María y Jesús Niño para huir a Egipto. La Sagrada Familia tuvo que ir a un país extranjero para evitar el asesinato de Jesús ordenado por el rey Herodes, yendo a vivir a otro lugar sin la certeza de un trabajo y un hogar. En este pasaje del Evangelio, san José tuvo que buscar un trabajo en un país que no era el suyo, para mantener a su familia, y tuvo que buscar un hogar en el que vivir y proteger a Nuestra Señora y al Niño Jesús.
Este pasaje del Evangelio me plantea la pregunta de qué puedo hacer yo como católico, por tanto hermano de Jesús, Dios que vivió esta realidad como niño refugiado con su familia en un país extranjero. De qué puedo hacer, entonces, por mis hermanos que también experimentan esta realidad, porque tal vez tengo la llave en la mano, si no para resolver, sí al menos para ayudar a los que están en dificultad.
Ecónomo general adjunto de la Congregación de la Misión de los Padres Paúles, asesor financiero y de inversiones registrado.