La noche del sábado 8 de abril se celebró la Vigilia Pascual. Durante la ceremonia, el Papa Francisco se dirigió a los fieles en una homilía que comenzó fijándose en las santas mujeres, quienes fueron a visitar el sepulcro, “el lugar de la muerte”. Ante esto, Francisco advirtió que nosotros también estamos tentados de “pensar que la alegría del encuentro con Jesús pertenece al pasado” y que en el presente solo encontramos “tumbas selladas”. Entre estas se cuentan decepciones, amarguras, la desconfianza y el pesimismo.
Dijo el Papa, “también nosotros, si nos hemos visto atenazados por el dolor, oprimidos por la tristeza, humillados por el pecado, amargados por algún fracaso o acosados por alguna preocupación, hemos experimentado el sabor amargo del hastío y hemos visto apagarse la alegría de nuestro corazón”.
A todo esto se une el aburrimiento ante lo cotidiano o la desesperanza, e incluso, la muerte. “Así” apuntó Francisco, “por estas u otras situaciones – cada uno conoce las suyas- nuestros caminos se detienen ante las tumbas y permanecemos inmóviles llorando y lamentándonos, solos es impotentes”.
¡Cristo ha resucitado!
Las santas mujeres, que acudieron a aquel sepulcro, salieron de él llenas de alegría y de temor. ¡Cristo ha resucitado! El Señor invita a todos a Galilea entonces, a través del testimonio de estas mujeres. El Papa se preguntó “¿qué significa ir a Galilea?
“Por una parte, salir del recinto del cenáculo para ir a la región habitada por los gentiles, salir del escondite para abrirse a la misión, escapar del miedo para caminar hacia el futuro”. Por otro lado, ir a Galilea, “significa volver a los orígenes”, pues fue en Galilea donde todo empezó. Por tanto, volver allí es “volver a la gracia original, es recuperar la memoria que regenera la esperanza, la memoria del futuro, con la que hemos sido marcados por el Resucitado”.
Volver a Galilea
En aquella invitación de Cristo, dijo Francisco, se esconde un impulso “a seguir adelante, a salir de nuestro sentido de derrota, a hacer rodar la piedra de los sepulcros en los que a menudo encerramos nuestra esperanza, a mirar con confianza al futuro, porque Cristo ha resucitado y ha cambiado el rumbo de la historia”. Y para ello hay que dar un paso atrás, curiosamente, para volver “donde comenzó nuestra historia de amor con Jesús, donde fue la primera llamada”.
Cristo nos pide “que revivamos aquel momento, aquella situación, aquella experiencia en la que nos encontramos con el Señor, experimentamos su amor y recibimos una mirada nueva y luminosa sobre nosotros mismos, sobre la realidad, sobre el misterio de la vida”. Y esto no es regresar a “un Jesús abstracto, ideal, sino a la memoria viva, al recuerdo concreto y palpitante de nuestro primer encuentro con Él”.
El Papa invitó a todos a recordar nuestra Galilea personal y caminar hacia ella, aquel lugar “donde conociste a Jesús en persona, donde para ti Él no se quedó en un personaje histórico como otros, sino que se convirtió en la persona de la vida: no un Dios lejano, sino el Dios cercano, que te conoce más que nadie y te ama más que nadie”.
¿Cómo concretar esa Galilea? Como dijo el Papa, puede ser “aquella Palabra de Dios que en un momento preciso te habló; aquella fuerte experiencia en el Espíritu; la mayor alegría del perdón experimentada tras aquella Confesión; aquel momento intenso e inolvidable de oración; aquella luz que se encendió en ti y transformó tu vida”, puede ser un encuentro, una peregrinación… “Cada uno sabe dónde está su Galilea, cada uno conoce su propio lugar de resurrección interior, el inicial, el fundacional, el que cambió las cosas”.
El Papa Francisco finalizó diciendo: “Volvamos a Galilea, a la Galilea de nuestro primer amor: volvamos cada uno a nuestra Galilea, la de nuestro primer encuentro, y resucitemos a una vida nueva”.