El 7 de julio, el Papa Francisco realizó una visita pastoral a Trieste, donde la Iglesia en Italia había convocado a delegados de todo el país para participar en la 50ª Semana Social de los Católicos Italianos. Habló ante unas diez mil personas, subrayando la necesidad de una democracia restaurada y, sobre todo, participativa.
Mientras que la apertura de la iniciativa corrió a cargo del Presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, la clausura estuvo marcada por la participación del Papa. Francisco se reunió primero en el Centro de Congresos de Trieste con los 1.200 delegados que durante toda la semana habían debatido sobre el tema de la democracia, y después celebró la Santa Misa ante los más de 8.000 fieles congregados en la “Piazza Unità d’Italia”.
Denunciando la corrupción, la exclusión social y la cultura del despilfarro, el Papa instó a los cristianos a un compromiso activo en la vida pública, que debe enraizarse en una fe «encarnada y profética». A continuación, subrayó la importancia de pasar de la mera asistencia a las urnas a una participación más auténtica, alimentada tanto por la creatividad como por la solidaridad, para construir una sociedad más justa y fraterna. En efecto, la fe debe entrar en la historia y curar las heridas de la sociedad, convirtiéndose así en fermento de esperanza y de justicia.
La crisis de la democracia
Ante los delegados convocados por la Conferencia Episcopal Italiana, que organiza las Semanas Sociales desde hace décadas, el Papa destacó la crisis de la democracia moderna, comparándola con un «corazón herido».
A continuación, reiteró cómo la participación democrática se ve socavada por la corrupción, la exclusión social y la ya conocida cultura de la exclusión. «Cada vez que se margina a alguien, todo el cuerpo social sufre. La cultura del descarte dibuja una ciudad donde no hay lugar para los pobres, los no nacidos, los frágiles, los enfermos, los niños, las mujeres, los jóvenes, los ancianos».
A continuación, citando al Beato Giuseppe Toniolo, creador también de las Semanas Sociales de los Católicos, el Pontífice describió la democracia como un orden civil en el que «todas las fuerzas sociales, jurídicas y económicas, en la plenitud de su desarrollo jerárquico, cooperan proporcionalmente al bien común, revirtiendo en el resultado final en beneficio prevalente de las clases inferiores». Este concepto pone de relieve cómo una democracia sana debe aspirar al bien común, especialmente en beneficio de las clases más débiles.
La responsabilidad de los cristianos
El Papa subrayó también la responsabilidad de los cristianos en las transformaciones sociales, pidiendo un compromiso activo y al mismo tiempo crítico, por tanto formativo y participativo, desde la más tierna edad. En este punto se refirió a otro político italiano, Aldo Moro, que afirmaba que «un Estado no es verdaderamente democrático si no está al servicio del hombre, si no tiene como fin supremo la dignidad, la libertad y la autonomía de la persona humana».
De ahí el llamamiento a restaurar el corazón de la democracia, mediante la creatividad y la solidaridad: «mientras nuestro sistema económico y social siga produciendo una sola víctima y haya un solo descartado, no podrá celebrarse la fraternidad universal», añadió.
Una fe inquieta
En su homilía, sin embargo, el Papa recordó la experiencia de Jesús y de los profetas, a menudo rechazados y considerados motivo de escándalo por su modo de tratar a las comunidades. El Papa criticó a continuación el consumismo y la indiferencia, calificándolos de «plaga» y «cáncer», ya que enferman el corazón y hacen egoísta.
La solución, más bien, es vivir una fe inquieta que ponga el dedo en las llagas de la sociedad y se convierta en fermento de esperanza. «Necesitamos el escándalo de la fe, una fe enraizada en el Dios que se hizo hombre y, por tanto, una fe humana, una fe de carne, que entra en la historia, que acaricia la vida de las personas, que cura los corazones rotos».
Construir una civilización de fraternidad
Dirigiéndose finalmente a la comunidad triestina, pero con una proyección que concierne a todas las personas de buena voluntad, el Pontífice subrayó la importancia de no escandalizarse ante Jesús, sino de indignarse ante las situaciones de degradación y sufrimiento: «llevemos en nuestra carne la profecía del Evangelio, con nuestras opciones antes que con las palabras.
Por tanto, una democracia restaurada y participativa sólo es posible -resumiendo la visión del Santo Padre- a través de una fe encarnada y profética, capaz de afrontar los retos sociales y políticos con valentía y creatividad. De este modo se convierte también en fuente de vida y esperanza para toda la comunidad humana.
Semanas sociales
Las Semanas Sociales nacieron en 1907 por iniciativa del Beato Giuseppe Toniolo, economista y sociólogo católico. Desde su creación, han constituido un foro en el que los católicos pueden debatir los principales problemas de la sociedad e identificar propuestas y estrategias para promover el bien común.