En Alemania, cada año abandonan la Iglesia católica o evangélica cientos de miles de personas, la inmensa mayoría para evitar el pago del impuesto eclesiástico; mientras que en la década de 1960, más del 90% de la población pertenecía a la Iglesia católica o evangélica, actualmente esta cifra es del 52%, con tendencia descendente.
Pero, sin ser un fenómeno de masas, también se produce el movimiento contrario: cada año, unas 10.000 personas son recibidas en la Iglesia católica; aproximadamente la mitad regresan después de años o más bien decenios de haberse “dado de baja”; la otra mitad proceden de otras confesiones o reciben por primera vez el bautismo.
El teólogo Christian Heidrich estudió este fenómeno en un libro publicado en 2002: “Die Konvertiten: Über religiöse und politische Bekehrungen“ (“Los conversos: sobre conversiones religiosas y políticas”). Recientemente, pronunció una conferencia en la Academia Católica de Berlín, con datos actualizados de su monografía.
Christian Heidrich diferencia entre tres tipos de conversiones: el primero de ellos es aquel en el que una persona cambia de religión o de confesión; en el segundo se encuentran los que no tenían ninguna religión y que “tras un proceso de búsqueda” se adhieren a alguna. Como tercera “figura” de converso caracteriza a quien, tras un proceso interior, “pasa de una pertenencia formal a una comunidad de fe a una pertenencia auténtica”. Por otro lado, Heidrich contrasta las reacciones que despertó en el pasado la conversión de intelectuales célebres —que se incluirían en el primer apartado según su tipología— con la indiferencia con que se constatan desde algún tiempo dichas conversiones.
En primer lugar, cita la reacción del escritor irlandés George Bernard Shaw cuando supo que Gilbert Keith Chesterton se había convertido de la Iglesia anglicana a la católica, en 1922: “Querido GKC: has ido realmente demasiado lejos”. Más sonada aún fue la reacción a la conversión de Alfred Döblin entre intelectuales alemanes en el exilio: el famoso autor de Berlin Alexanderplatz invitó a una nutrida representación de exiliados alemanes a la celebración de su 65 cumpleaños, el 14 de agosto de 1943, en la ciudad californiana de Santa Mónica; acudieron Thomas y Heinrich Mann, Bertolt Brecht, Peter Lorre, Lion Furtwängler, Franz Werfel, Max Horkheimer… El tono festivo decayó por completo cuando Döblinanunció que se había convertido al catolicismo; Brecht le dedicó poco después incluso una poesía titulada “un incidente embarazoso”.
Para la conversión de Döblin fue fundamental un viaje de dos meses a Polonia en 1924 en los que visitó frecuentemente el crucifijo de la iglesia de Santa María en Cracovia; en 1940 —se había exiliado de Alemania en 1933 y residía en París— tuvo que pasar, tras la invasión alemana a Francia, unas semanas en un campo de refugiados de Mende. Allí comenzó a asistir a misa en la catedral, lo que le llevó a bautizarse —el escritor era originariamente judío— una vez establecido en California: recibió el bautismo, con su mujer y su hijo, el 30 de noviembre de 1941 en Hollywood. “Sin embargo, los invitados a su 65 cumpleaños no querían saber nada de eso —concluye Heidrich—; para ellos el anuncio de la conversión fue un incidente embarazoso, una violación de la etiqueta ideológica”.
Ahora bien, cuando al fallecer el también famoso escritor Ernst Jünger, en febrero de 1998, se supo que pocos años antes se había convertido a la Iglesia católica —Jünger fue bautizado de niño en la evangélica—, la opinión pública apenas se hizo eco de ello —por ejemplo, el Frankfurter Allgemeine Zeitung publicó en marzo de 1999 un artículo al respecto—; “si bien muchos se mostraron sorprendidos, no supuso ni mucho menos un escándalo”, dice Heidrich contrastándolo con las conversiones de Chesterton y Döblin.
Christian Heidrich cita, como paradigma de su segundo “tipo”, la conversión de un joven y conocido político del CDU: Philipp Amthor, nacido en 1992, que fue bautizado en diciembre de 2019 en la capilla de la Academia Católica de Berlín. Amthor se crió con su madre, en una familia monoparental, en la pequeña ciudad de Torgelow, en el Estado Federado de Mecklenburgo-Pomerania Anterior, en el que casi el 80% de la población no pertenece a ninguna confesión religiosa. Philipp Amthor asistió por primera vez a una ceremonia religiosa, un servicio ecuménico, a los 17 años, animado por un amigo. Al respecto comenta Friedrich: “al parecer no se produjo una conversión inmediata, sino que comenzó una búsqueda religiosa, en un sentido doble: por un lado, la búsqueda intelectual de la mano de Introducción al cristianismo de Josef Ratzinger —una vez que leyó el libro, según Friedrich, “la cuestión de la trascendencia, en último término la búsqueda de Dios, se convirtió en una inquietud que ya no le abandonó”— y por otro lado, el ejemplo de un amigo que vivía consecuentemente su fe.
En este contexto el teólogo menciona el caso de otra persona joven —Anna-Nicole Heinrich, que fue elegida en mayo pasado presidenta del Sínodo evangélico con apenas 25 años, después de formar parte de dicho Sínodo como representante juvenil desde 2015—: “su biografía religiosa es todo lo contrario a la tradicional o clásica: la familia, procedente de Turingia, no tenía relación alguna con el cristianismo; después de trasladarse con su familia al Palatinado Superior, en el colegio le dijeron: «aquí no existe eso de no estar bautizado». Anna-Nicole se decidió por las clases evangélicas de religión y poco después se bautizó”.
Los caminos seguidos por Philipp Amthor y Anna-Nicole Heinrich son ciertamente minoritarios; pero “su camino hacia la fe me parece tener un gran futuro, pues las vías tradicionales de trasmisión de la fe se están cegando a un ritmo acelerado. Queda por tanto el camino de la búsqueda personal, tanto de los encuentros intelectuales que hacen que uno sienta la inquietud de plantearse la cuestión de Dios, como la mirada hacia cristianos consecuentes”, comenta Friedrich.
Christian Heidrich describió el tercer “tipo” de converso como aquel que “lleva a la práctica por fin su partida de bautismo, su afiliación formal a una comunidad de fe a través de una conversión posterior; así, una afiliación formal se convierte en una auténtica”. El arquetipo sería San Francisco de Asís, “cuya religiosidad en las dos primeras décadas de su vida correspondió a la de un hijo de la burguesía acomodada de la Alta Edad Media, para luego, en una mezcla de crisis personales y experiencias místicas, recibir su vocación”. Pero también hoy —finaliza su exposición el teólogo alemán— “hay en todas las comunidades religiosas personas que se han dado cuenta, a partir de experiencias muy diferentes, de que el Evangelio no son solo palabras piadosas, sino que el cristianismo puede ser algo más que unos cuantos rituales que se cumplen en Navidad o Pascua”.