Vaticano

El Papa recuerda que la Resurrección de Cristo hace renacer la esperanza

Este sábado 30 de marzo a las 19:30 h el Papa Francisco presidió la celebración de la Vigilia Pascual, celebrada en la basílica de san Pedro del Vaticano.

Loreto Rios·30 de marzo de 2024·Tiempo de lectura: 4 minutos

El Papa bendice el cirio en la Vigilia Pascual, 30 de marzo de 2024 ©OSV

A las 19:30 h del sábado 30 de marzo, el Papa ha presidido la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro. La ceremonia, que ha durado casi dos horas y media, ha comenzado en el atrio de dicha basílica con la bendición del fuego y la preparación del cirio pascual.

Tras la procesión hacia el altar, con el cirio encendido, y el canto del Exultet, ha tenido lugar la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Bautismal, durante la que el Papa Francisco ha administrado los sacramentos de iniciación cristiana a ocho catecúmenos.

La piedra sellada

En su homilía, que ha leído personalmente, el Papa ha señalado que “las mujeres van al sepulcro a la luz del amanecer, pero dentro de sí llevan aún la oscuridad de la noche”. Porque, “aunque van de camino, siguen paralizadas, su corazón se ha quedado a los pies de la cruz. Su vista está nublada por las lágrimas del Viernes Santo, se encuentran inmovilizadas por el dolor, encerradas en la sensación de que se ha terminado todo, y que el acontecimiento de Jesús ha sido ya sellado con una piedra. Y es precisamente la piedra la que está en el centro de sus pensamientos. Se preguntan: ‘¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?’ (Mc16,3). Cuando llegan al lugar, sin embargo, la fuerza sorprendente de la Pascua las impacta: ‘Al mirar -dice el texto-, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande’ (Mc16,4)”.

El Santo Padre se ha detenido a reflexionar sobre estos dos momentos, “quién nos correrá la piedra” y “al mirar, vieron que la piedra había sido corrida”.

El final de la historia

“Para empezar”, indica Francisco, “está la pregunta que abruma su corazón partido por el dolor: ¿quién nos correrá la piedra del sepulcro? Esa piedra representa el final de la historia de Jesús, sepultada en la oscuridad de la muerte. Él, la vida que vino al mundo, ha muerto; Él, que manifestó el amor misericordioso del Padre, no recibió misericordia; Él, que alivió a los pecadores del yugo de la condena, fue condenado a la cruz. El Príncipe de la paz, que liberó a una adúltera de la furia violenta de las piedras, yace en el sepulcro detrás de una gran piedra. Aquella roca, obstáculo infranqueable, era el símbolo de lo que las mujeres llevaban en el corazón, el final de su esperanza. Todo se había hecho pedazos contra esta losa, con el misterio oscuro de un trágico dolor que había impedido hacer realidad sus sueños”.

Como ha indicado el Papa, “esto nos puede suceder también a nosotros. A veces sentimos que una lápida ha sido colocada pesadamente en la entrada de nuestro corazón, sofocando la vida, apagando la confianza, encerrándonos en el sepulcro de los miedos y de las amarguras, bloqueando el camino hacia la alegría y la esperanza. Son ‘escollos de muerte’ y los encontramos, a lo largo del camino, en todas las experiencias y situaciones que nos roban el entusiasmo y la fuerza para seguir adelante; en los sufrimientos que nos asaltan y en la muerte de nuestros seres queridos, que dejan en nosotros vacíos imposibles de colmar; en los fracasos y en los miedos que nos impiden realizar el bien que deseamos; en todas las cerrazones que frenan nuestros impulsos de generosidad y no nos permiten abrirnos al amor; en los muros del egoísmo y de la indiferencia, que repelen el compromiso por construir ciudades y sociedades más justas y dignas para el hombre; en todos los anhelos de paz quebrantados por la crueldad del odio y la ferocidad de la guerra. Cuando experimentamos estas desilusiones, tenemos la sensación de que muchos sueños están destinados a hacerse añicos y también nosotros nos preguntamos angustiados: ¿quién nos correrá la piedra del sepulcro?”.

Esperanza sin fin

En este momento es cuando entra en juego la segunda parte del Evangelio: “al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande”. El Papa ha señalado que esto es “la Pascua de Cristo, la fuerza de Dios, la victoria de la vida sobre la muerte, el triunfo de la luz sobre las tinieblas, el renacimiento de la esperanza entre los escombros del fracaso. Es el Señor, Dios de lo imposible que, para siempre, hizo correr la piedra y comenzó a abrir nuestros sepulcros, para que la esperanza no tenga fin. Hacia Él, entonces, también nosotros debemos mirar”.

Miremos a Jesús

A continuación, el Pontífice ha invitado a “mirar a Jesús”: “Él, después de haber asumido nuestra humanidad, bajó a los abismos de la muerte y los atravesó con la potencia de su vida divina, abriendo una brecha infinita de luz para cada uno de nosotros. Resucitado por el Padre en su carne, que también es la nuestra con la fuerza del Espíritu Santo, abrió una página nueva para la humanidad. Desde aquel momento, si nos dejamos llevar de la mano por Jesús, ninguna experiencia de fracaso o de dolor, por más que nos hiera, puede tener la última palabra sobre el sentido y el destino de nuestra vida. Desde aquel momento, si nos dejamos aferrar por el Resucitado, ninguna derrota, ningún sufrimiento, ninguna muerte podrá detener nuestro camino hacia la plenitud de la vida”.

Renovar nuestro “sí”

El Santo Padre ha invitado a cada cristiano a renovar su “sí” a Jesús. De este modo, “ningún escollo podrá sofocar nuestro corazón, ninguna tumba podrá encerrar la alegría de vivir, ningún fracaso podrá llevarnos a la desesperación. Mirémoslo a Él y pidámosle que la potencia de su resurrección corra las rocas que oprimen nuestra alma. Mirémoslo a Él, el Resucitado, y caminemos con la certeza de que en el trasfondo oscuro de nuestras expectativas y de nuestra muerte está ya presente la vida eterna que Él vino a traer”.

Para finalizar, el Papa ha concluido pidiendo que cada uno permita que su “corazón estalle de júbilo en esta noche santa”, y ha cerrado su homilía citando a J. Y. Quellec: “Cantemos la resurrección de Jesús juntos: ‘Cantadlo, comarcas lejanas, ríos y llanuras, desiertos y montañas […] cantad al Señor de la vida que surge desde la tumba, más brillante que mil soles. Pueblos destruidos por el mal y golpeados por la injusticia, pueblos sin tierra, pueblos mártires, alejad en esta noche los cantores de la desesperación. El varón de dolores ya no está en prisión, ha abierto una brecha en el muro, se da prisa por llegar hasta nosotros. Que nazca de la oscuridad el grito inesperado: está vivo, ha resucitado. Y vosotros, hermanos y hermanas, pequeños y grandes […] vosotros en el esfuerzo de vivir, vosotros que os sentís indignos de cantar […] que una llama nueva atraviese vuestro corazón, que un frescor nuevo invada vuestra voz. Es la Pascua del Señor, es la fiesta de los vivientes’”.

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