La jornada del Pontífice en la capital de Papúa Nueva Guinea, Port Moresby, comenzó con la visita en la Nunciatura al Primer Ministro James Marape. Poco después partió hacia el Sir John Guise, un estadio repleto de fieles que le esperaban con cantos, especialmente animados cuando el Papa Francisco hizo su giro en un auto de golf abierto, partiendo del estadio de fútbol adyacente.
El Papa, con buen aspecto en silla de ruedas, celebró la santa Misa que contó con oraciones en inglés, motu y tok pisin, y diversos cantos.
En su homilía, hablando del milagro de Jesús con el sordomudo, recordó que «hay una sordera interior y un mutismo del corazón que dependen de todo lo que nos cierra en nosotros mismos, nos cierra a Dios y a los demás: el egoísmo, la indiferencia, el miedo a correr riesgos y exponernos, el resentimiento, el odio y la lista podría seguir”.
El Pontífice, explicando la parábola, aseguró que «esta es la cercanía de Jesús, que viene a tocar nuestras vidas y quitar toda distancia». Porque «como afirma san Pablo, con su venida Él anunció la paz a los que estaban lejos».
“Jesús se acerca y como al sordomudo nos dice también a nosotros: ‘Effeta’, es decir, ‘Abrete’”. Y concluyó con una exhortación: «El Señor también les dice hoy a ustedes: ‘¡Ánimo, no temas, pueblo papú! ¡Abrirse! Ábrete a la alegría del Evangelio, ábrete al encuentro con Dios, ábrete al amor de tus hermanos».
Después del rezo del ángelus partió hacia la Nunciatura donde almorzó y se dirigió al aeropuerto internacional de Jacksons. Desde aquí, un avión militar C-130 lo llevó en poco más de dos horas a la ciudad de Vanimo, con 40.000 habitantes de los cuales el 30 por ciento son católicos.
En la explanada frente a la Catedral de la Santa Cruz, sede episcopal de la diócesis de Vanimo, algunos miles de fieles lo recibieron entre bailes y cantos, a lo que se sumaron las palabras del obispo, el testimonio de un catequista, de un pequeño Niña del Hogar de Niñas de Luján, de una religiosa y de una familia.
El Papa recordó que «desde mediados del siglo XIX la misión aquí nunca ha cesado: religiosos, religiosas, catequistas y misioneros laicos no han cesado de predicar la Palabra de Dios y de ofrecer ayuda a sus hermanos».
«Así – añadió el Papa – iglesias, escuelas, hospitales y centros misioneros testimonian a nuestro alrededor que Cristo ha venido para traer la salvación a todos, para que cada uno florezca en toda su belleza para el bien común».
Y aunque «hemos escuchado cómo algunos de ustedes, para hacer esto, afrontan largos viajes, para llegar incluso a las comunidades más lejanas», recordó que «también podemos ayudarles de otra manera, y es que cada uno de nosotros promueva el anuncio misionero allí donde vive, es decir, en la casa, en la escuela, en los ambientes de trabajo; para que, en todas partes, en la selva, en las aldeas o en los pueblos, a la belleza del paisaje corresponda la belleza de una comunidad en la que las personas se aman».
Por ello los invitó a formar «como una gran orquesta» para poder «expulsar del corazón de las personas el miedo, la superstición y la magia; de terminar con los comportamientos destructivos como la violencia, la infidelidad, la explotación, el consumo de alcohol y drogas».
“Recordemos – concluyó el Sucesor de Pedro – que el amor es más fuerte que todo esto y su belleza puede sanar al mundo, porque tiene sus raíces en Dios.
También se puso una Rosa de Oro ante la imagen de la Virgen María y el obispo rezó la oración de consagración a María.
Poco después, el Pontífice visitó la Holy Trinity Humanistic School, colegio católico gestionado por la parroquia y el Instituto del Verbo Encarnado. Recibido por los misioneros y acompañado a la School & Queen of Paradise Hall, Francisco asistió a un concierto de la orquesta estudiantil de los alumnos y posteriormente tuvo una reunión privada con los misioneros.
La jornada concluyó con el regreso a Port Moresby, a la Nunciatura, donde el Pontífice pasó la noche esperando su último día en Papúa Nueva Guinea.