Tras su vuelta de los “Encuentros del Mediterráneo” en Marsella (Francia), y el breve resumen que realizó en el Ángelus del domingo, el Papa ha lanzado en la Audiencia general de hoy en San Pedro varios mensajes de calado. En primer lugar, “el sueño y el desafío compartido” de que “el Mediterráneo recupere su vocación de cuna de civilización, de vida y de paz”.
“No podemos permitir que el Mediterráneo se convierta en una tumba, o que facilite la guerra y la trata de personas”, ha exhortado el Papa. “Hace dos mil años, desde su costa oriental partió el Evangelio de Jesucristo, para anunciar a todos los pueblos que somos hijos del único Padre que está en los cielos, y que estamos llamados a vivir como hermanos y hermanas; que el amor de Dios es más grande que nuestros egoísmos, y que con la ayuda de su misericordia, es posible una convivencia humana justa y pacífica”.
“Naturalmente, esto no sucede por arte de magia y no se logra de una vez por todas. Es el fruto de un camino en el que toda generación está llamada a recorrer un tramo, leyendo los signos de los tiempos en los que vive”, ha añadido Francisco. “A nosotros nos ha tocado este periodo histórico, en el que las migraciones forzadas se han convertido en un signo de los tiempos, es más, el signo que nos llama a todos a hacer una elección de fondo: la elección entre la indiferencia y la fraternidad”.
El Papa ha manifestado en su catequesis que “necesitamos una mirada sobre el Mediterráneo que nos ayude a infundir esperanza en nuestra sociedad, y especialmente a las nuevas generaciones. El evento de Marsella nos ha planteado una mirada humana y esperanzada, capaz de referirlo todo al valor primario de la persona humana y de su dignidad inviolable. Y una mirada de esperanza que nos impulse a construir relaciones fraternas y de amistad social”.
“Un mundo más humano”
En este sentido, Francisco citó a san Pablo VI en su encíclica Populorum progressio, cuando alentó a promover “un mundo más humano para todos, en donde todos tengan que dar y recibir, sin que el progreso de los unos sea un obstáculo para el desarrollo de los otros” (n. 44).
Además, el Papa se refirió a la necesidad de “trabajar para que las personas, en plena dignidad, puedan elegir emigrar o no emigrar”, tal como ha informado Omnes. “Es el tema de la Jornada del Migrante y del Refugiado que acabamos de celebrar. En primer lugar, debemos comprometernos todos para que cada uno pueda vivir en paz, seguridad y prosperidad en el propio país de origen. Esto requiere conversión personal, solidaridad social y compromisos concretos por parte de los Gobiernos a nivel local e internacional”.
Y “en segundo lugar”, señaló el Romano Pontífice, para que los que no pueden permanecer en su patria, “se les asegure la seguridad durante el viaje y sean acogidos e integrados allí donde llegan”.
“Invierno demográfico” europeo
Al final de su alocución, Francisco se refirió a Europa. “Es necesario volver a dar esperanza a nuestras sociedades europeas, especialmente a las nuevas generaciones. De hecho, ¿cómo podemos acoger a los otros, si no tenemos nosotros antes un horizonte abierto al futuro? Los jóvenes pobres de esperanza, cerrados en los privados, preocupados por gestionar su precariedad, ¿cómo pueden abrirse al encuentro y al compartir?”, se preguntó.
El Santo Padre aludió a “nuestras sociedades enfermas de individualismo, de consumismo y de vacías evasiones”, que necesitan abrirse, oxigenar el alma y el espíritu, y entonces podrán leer la crisis como oportunidad y afrontarla de forma positiva”.
“Pensemos, por ejemplo, en el invierno demográfico que afecta a algunas sociedades europeas”, añadió Francisco. “Esto no se superará con un “traslado” de inmigrantes, sino cuando nuestros hijos vuelvan a encontrar esperanza en el futuro y sean capaces de verla reflejada en los rostros de los hermanos venidos de lejos”.
Europa necesita “pasión y entusiasmo”
Éste fue su mensaje, y su agradecimiento: “Europa necesita volver a encontrar pasión y entusiasmo, y en Marsella puedo decir que los he encontrado: en su pastor, el cardenal Aveline, en los sacerdotes y en los consagrados, en los fieles laicos comprometidos en la caridad, en la educación, en el pueblo de Dios que ha demostrado gran calor en la misa en el Estadio Velódromo”.
El Papa dió las gracias a todos ellos y al presidente de la República, Emmanuel Macron, “que con su presencia ha testimoniado la atención de toda Francia en el evento de Marsella.
Pueda la Virgen, que los marselleses veneran como Notre Dame de la Garde, acompañar el camino de los pueblos del Mediterráneo, para que esta región se convierta en lo que desde siempre ha estado llamada a ser: un mosaico de civilización y de esperanza”, ha concluido el Santo Padre, que acudió también a santa María como Consuelo de los migrantes.
San Wenceslao, “gran testigo de la fe”
Esta mañana se ha producido una novedad en la Audiencia, pues a los idiomas habituales, se ha unido el checo, debido a la numerosa peregrinación de personas de este país.
El Papa les saludó con estas palabras: “Saludo cordialmente a los peregrinos de la República Checa, llegados a Roma con ocasión de la fiesta de san Wenceslao; en particular saludo al coro de niños Ondášek. El ejemplo del principal patrono de la nación checa, que fue un gran testigo de la fe, os ayude a valorar vuestra herencia espiritual y a transmitirla a vuestros hijos. Os bendigo a vosotros y a vuestras familias. ¡Alabado sea Jesucristo!”.