El Papa Francisco se reunió con miembros de la comunidad católica de Luxemburgo en su visita a este país. En su discurso, se unió a la celebración del “Jubileo mariano, con el que la Iglesia de Luxemburgo recuerda cuatro siglos de devoción a María, ‘Consuelo de los afligidos’, patrona del país”.
Precisamente debido a este Jubileo, el Pontífice animó a los católicos a pedir “a la Madre de Dios que nos ayude a ser ‘misioneros, dispuestos a dar testimonio de la alegría del Evangelio’, conformando nuestro corazón al suyo ‘para `ponernos al servicio de nuestros hermanos’”.
Luxemburgo, casa acogedora
En esta línea, el Santo Padre quiso hacer hincapié en tres conceptos: “servicio, misión y alegría”. En relación al servicio, Francisco destacó “la acogida” como un espíritu “de apertura a todos” que “no admite ningún tipo de exclusión”. El Papa invitó entonces a los católicos de Luxemburgo “a seguir haciendo de vuestro país una casa acogedora para todo el que llame a vuestra puerta pidiendo ayuda y hospitalidad”.
En cuanto a la misión, Francisco dijo que la Iglesia de Luxemburgo no puede replegarse “en sí misma, triste, resignada, resentida”, sino que debe aceptar “el desafío, en fidelidad a los valores de siempre, de redescubrir y revalorizar de manera nueva los caminos de evangelización”. Para ello, es esencial “compartir responsabilidades y ministerios, caminando juntos como comunidad que anuncia y hace de la sinodalidad ‘un modo duradero de relacionarse’ entre sus miembros”.
El Santo Padre subrayó que “el amor nos apremia a anunciar el Evangelio abriéndonos a los demás, y el desafío del anuncio nos hace crecer como comunidad, ayudándonos a vencer el miedo de emprender nuevos caminos, empujándonos a acoger con agradecimiento la aportación de los demás”.
Fe alegre y «danzante»
Por último, al hablar sobre la alegría, el Papa dijo que la fe católica “es alegre, ‘danzante’, porque nos manifiesta que somos hijos de un Dios amigo del hombre, que nos quiere contentos y unidos, que nada lo hace más feliz que nuestra salvación”.
Francisco también avisó de que “a la Iglesia le hacen daño esos cristianos tristes, aburridos y con la cara larga. Estos no son cristianos”. Y pidió a los católicos que “tengan la alegría del Evangelio” y que “no pierdan la capacidad de perdonar”.
El Papa se despidió de los católicos de Luxemburgo agradeciendo su labor a los “consagrados y consagradas”, a los “seminaristas, sacerdotes, a todos”. Por último, subrayó de nuevo la idea más repetida en su breve visita: “Donde hay un necesitado está Cristo”, por lo que es esencial compartir con ellos lo que se tiene.