Como desde hace diez años, el Papa Francisco volvió a presidir la iniciativa «24 horas para el Señor«, coordinada por el Dicasterio para la Evangelización – Sección para las Cuestiones Fundamentales de la Evangelización en el Mundo, una jornada entera dedicada a vivir y «redescubrir» el Sacramento de la Confesión, que este año tuvo lugar los días 8 y 9 de marzo.
Como el año pasado, el Pontífice quiso vivir esta celebración anual de la Cuaresma, ya undécima, en una parroquia romana, esta vez en el barrio de Aurelio, no lejos del Vaticano, confesando personalmente a algunos fieles. Le acompañaba, como siempre, monseñor Rino Fisichella, proprefecto del Dicasterio para la Evangelización.
Rendirse a Jesús
«No renunciemos al perdón de Dios, al sacramento de la Reconciliación», sugirió el Papa a los fieles presentes durante su homilía, explicando que recorrer a la confesión «no es una práctica de devoción, sino el fundamento de la existencia cristiana». Tampoco es «poder decir bien nuestros pecados», sino «reconocernos pecadores» y abandonarnos «en los brazos de Jesús crucificado para ser liberados». Un modo, en definitiva, de obtener «la resurrección del corazón» que el Señor obra en cada uno.
Caminar en una vida nueva
Un deseo de renovación que viene de Cristo mismo, que quiere a sus hijos «libres, ligeros por dentro, felices y en camino» en lugar de «aparcados en los caminos de la vida». La metáfora del camino se ha tomado también del pasaje de san Pablo a los Romanos elegido para la celebración de este año: «Caminar en una vida nueva» (Rom 6, 4), y se refiere claramente al momento del Bautismo. En la vida de fe, por tanto, no hay «jubilación» -imagen que el Pontífice utiliza a menudo cuando quiere indicar el deseo de avanzar en la vida, rehuyendo el aburrimiento y la ociosidad como fin en sí mismo-, sino un continuo dar pasos hacia adelante que, sin embargo, deben estar orientados hacia el bien.
Sin embargo, «¿cuántas veces nos cansamos de caminar y perdemos el sentido de seguir adelante»? Aquí, entonces, el camino cuaresmal viene al rescate, como una oportunidad para «renovarnos» y volver «a la condición del renacimiento bautismal» gracias al perdón divino: «El Señor quita las cenizas de las brasas del alma, limpia esas manchas interiores que nos impiden confiar en Dios, abrazar a nuestros hermanos y hermanas, amarnos a nosotros mismos» perdonándolo todo.
Dios perdona siempre
De hecho, el Papa Francisco volvió a reiterar que Dios siempre perdona y nunca se cansa de hacerlo; más bien somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón. «Poned bien esto en vuestra mente: sólo Dios es capaz de conocer y sanar el corazón, sólo Él puede liberarlo del mal”. Lo importante es creerlo, desear purificarse y recurrir a su perdón, para volver «a caminar en una vida nueva».
Penitenciaría Apostólica
Siguiendo con el tema de la Reconciliación, en la mañana del 8 de marzo el Papa Francisco recibió en audiencia a los participantes en el Curso sobre el Foro Interno promovido por la Penitenciaría Apostólica, a quienes dirigió un denso discurso sobre el significado y la correcta interpretación de la oración que se recita durante la Confesión, el Acto de Contrición.
Una oración, escrita por san Alfonso María de Ligorio, maestro de teología moral, que a pesar de su lenguaje un tanto antiguo, conserva, según el Papa, «toda su validez, tanto pastoral como teológica».
Arrepentimiento, confianza y propósito
En particular, el Pontífice se detuvo, en su discurso preparado y luego pronunciado ante los presentes, en tres actitudes particulares: el arrepentimiento ante Dios -esa conciencia de los propios pecados que impulsa a reflexionar sobre el mal cometido y a convertirse-; la confianza -como reconocimiento de la infinita bondad de Dios y de la necesidad de anteponer en la vida el amor a Él-; la intención -la voluntad de no recaer más en el pecado cometido-.
A los confesores -concluyó el Papa Francisco- se les confía una «tarea hermosa y crucial» que puede permitir a los numerosos fieles que se acercan al sacramento de la Confesión «experimentar la dulzura del amor de Dios». Un servicio fundamental que debe ser preparado con mayor esmero aún en vista del próximo Jubileo de la Esperanza.