Vaticano

El Papa pide ver la historia de la Iglesia sin anacronismos

El Papa Francisco pidió estudiar la historia de la Iglesia sin anacronismos ni prejuicios, asumiendo los hechos en su contexto espacio-temporal, evitando leyendas y juicios precipitados, y promoviendo una sensibilidad histórica que permita aprender de los errores y apreciar la verdad con objetividad y rigor.

José Carlos Martín de la Hoz·29 de noviembre de 2024·Tiempo de lectura: 4 minutos
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Foto de Giammarco Boscaro en Unsplash

Hace unos días el Santo Padre Francisco volvía a sorprendernos con unas letras completamente inesperadas -al menos para mí- dirigidas a los estudiantes, investigadores, docentes y a los interesados por la Historia de la Iglesia y en general por las disciplinas históricas dentro de la Iglesia. De hecho, las certeras palabras del Santo Padre se aplican también a la historia civil en general. Ciertamente, es necesaria la historia para poder construir una civilización sólida e “interpretar mejor la realidad social”.

Precisamente, en este tiempo cambiante, estamos al final de una etapa y el comienzo de otra de la que apenas podemos vislumbrar más que algunas características muy generales (globalizada, solidaria, feminista, digital, espiritual). El papa Francisco continúa implacable, como parte de su programa de gobierno inspirado por el Espíritu Santo, tocando todos los temas de particular interés en aras a una verdadera y profunda renovación de la Iglesia católica, con la ilusión de lanzarla a una movilización apostólica y a una más importante influencia espiritual en el mundo entero.

La historia como maestra de vida

Es indudable que la historia es realmente maestra de vida y, como tal, debe ser investigada, estudiada y escuchada con afán de aprender las innumerables enseñanzas que debe transmitirnos a nosotros y, por supuesto también, a las siguientes generaciones.

Para ello, es fundamental que la Historia y las disciplinas históricas en general sean asumidas en los planes de formación de las Universidades y centros de formación, catequesis a todos los niveles y a una importante y capilar publicación de textos en papel y en digital, que lleguen a todos los católicos y a todos los hombres de buena voluntad para ser estudiada con rigor.

Es necesario, recuerda el Papa, saber exponer los hechos debidamente enmarcados en las coordenadas espacio-temporales de cada época que estemos tratando, mediante una criba rigurosa de la documentación y, finalmente, con una correcta antropología que se haga cargo de las circunstancias en las que concurrieron.

Prejuicios e ideologías

Asimismo, y esto lo señala con vehemencia el papa Francisco, debemos evitar las “ideologías de distintos colores que destruyen todo lo que sea diferente” y, por tanto, ser lo más objetivos posible sin caer en los consabidos anacronismos: interpretar los hechos pasado con la mentalidad actual, sin utilizar la hermenéutica adecuada.

Conviene evitar, recuerda el Santo Padre, tanto los prejuicios o juicios a priori, con los que a veces se leen los documentos, con animadversiones o celotipias, así como los falsos “buenismos”, como señala el refrán al decir que “todo lo pasado fue mejor”. No descubrir las raíces de los problemas impediría extraer las verdaderas lecciones de la historia, que son necesarias “para no tropezar dos veces en la misma piedra”.

De ese modo podremos adquirir y transmitir a todos los cristianos lo que denomina el Santo Padre como “una real sensibilidad histórica”, que nos lleve a leer las novelas históricas, estudiar los documentos del magisterio o los legajos de los archivos escribiendo historia y no leyendas.

Leyendas negras

Precisamente el santo Padre alude indirectamente a las leyendas negras, o rosas, que fácilmente se construyen en la sociedad. Por una parte, algunos utilizan esas leyendas, basadas en hechos objetivos hábilmente utilizados, para atacar a la Iglesia y a sus fines espirituales. Por otra, algunos ocultan los problemas y hechos difíciles de explicar para edulcorar la historia real de la Iglesia.

Por ejemplo, el santo Padre recuerda con cierto detenimiento cómo en la genealogía del Señor que recoge el evangelio de san Mateo no se han eliminado aquellos personajes que llevaron una vida poco decorosa, a pesar de que iban a ser los parientes lejanos del Señor.

Es indudable que, en este campo de la historia, hay una gran diferencia entre la sabiduría y la erudición. La primera, la sabiduría, es un don del Espíritu Santo, de los más apreciados, con el don del discernimiento, que es fruto maduro del estudio, de la contemplación de los asuntos para poder llegar al fondo de las cuestiones y ver dónde está el error que purificar, o la lección que aprender, o el honor que debe ser restituido de acuerdo a justicia, o los castigos y penas medicinales que deben ser aplicados. En definitiva, recuerda el Santo Padre, conviene huir de los juicios precipitados y de las primeras impresiones al investigar la historia.

Sin miedo a la verdad

No basta con acumular datos, fechas, papeles. Hace falta serenar el ánimo, meterse en la mentalidad de la época, las corrientes de pensamiento, las decisiones magisteriales precedentes y, sobre todo, el “sensus fidelium” para, con la ayuda del Espíritu Santo, apuntar una línea de interpretación que los fondos documentales vayan avalando: “Nunca se avanza sin memoria, no se evoluciona sin una memoria íntegra y luminosa”. 

Es muy interesante la visión de la Iglesia que el santo Padre ha ido subrayando en diversos momentos, como un hospital de campaña o cuando habla de una “Iglesia madre que hay que amar tal como es”. En la Iglesia, subraya el Santo Padre, se conserva la misericordia y el perdón de Dios, pues se le ha entregado los méritos infinitos de la Pasión y muerte del Señor.

Finalmente, el Papa anima a los historiadores a convivir y dialogar más, a intercambiar puntos de vista y a revisar la documentación pertinente con objetividad y deseos de acercarse lo más realmente posible a las acciones pastorales que se fueron tomando, buscando el bien de las almas y su salvación eterna. A la vez, no se pueden ocultar los errores de los hombres y las incoherencias de fe y vida que en muchas ocasiones ocasionaron desconfianzas en la Iglesia. 

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