El pasado 24 de agosto, el Papa Francisco publicó una carta dirigida a toda la Iglesia con motivo de los 50 años del motu proprio de San Pablo VI, Ministeria quaedam, en la que el papa instituyó los ministerios laicales. En este caso, Francisco invita a reflexionar sobre los ministerios, es decir, ciertas funciones que algunos fieles realizan en la Iglesia.
En aquella oportunidad, el papa Montini dio por terminada una etapa en la Iglesia en la que la entrada al estado clerical se hacía a través de la tonsura, acto que consistía en cortar un poco de cabello del candidato a las órdenes sagradas, las cuales estaban divididas en órdenes menores y órdenes mayores. Desde la entrada en vigor de Ministeria quaedam, 1 de enero de 1973, los ministerios del lectorado y del acolitado no sólo se podían conferir a los candidatos al sacerdocio, sino también a fieles laicos.
Los ministerios accesibles a laicos
Francisco ha introducido algunos cambios en la línea de los ministerios instituidos por Pablo VI. Por una parte, el 10 de enero de 2021 fue publicado el motu proprio Spiritus Domini, el cual permitía que se pudiera conferir el lectorado y el acolitado a mujeres. Por otro lado, el 10 de mayo del mismo año fue publicado el motu proprio Antiquum ministerium, que creaba el ministerio del catequista. Por tanto, señala el pontífice, se trata de profundizar en la doctrina de los ministerios más que una ruptura, pues ya desde el inicio de la Iglesia nos encontramos con diversos ministerios, dones del Espíritu Santo para la edificación de la Iglesia. Así pues, estos ministerios se dirigen al bien común de la Iglesia y la edificación de la comunidad.
En la presenta carta, Francisco advierte que los ministerios no pueden estar sujetos a ideologías o adaptaciones arbitrarias, sino que son fruto del discernimiento en la Iglesia, a ejemplo de los apóstoles que se vieron en la necesidad de sustituir a Judas, de modo que el Colegio Apostólico quedara completo.
Así, los pastores de la Iglesia deben discernir qué es lo que la comunidad necesita en cada momento, guiados por el Espíritu Santo, debiendo hacer adaptaciones que apunten a cumplir con la misión que Cristo encargó a los apóstoles, una misión sobrenatural, que mira a la santificación.
Por tanto, no se trata de crear ministerios para que todos en la Iglesia tengan algo que hacer durante la misa, sino, para servir, que es lo que significa la palabra ministerio, y contribuir a la edificación de la Iglesia, cada uno según su estado.
Aquí nos encontramos con un peligro latente en la Iglesia, la clericalización del laico, es decir, atribuir ciertas funciones a los laicos, algunas de ellas propias del estado clerical, como si los laicos no tuvieran una función propia. De allí que la definición del Código de Derecho Canónico sea muy pobre para definir a los laicos, al señalar que los laicos son aquellos que no son ni clérigos ni consagrados (cfr. 207 § 1).
En cambio, la Constitución dogmática Lumen Gentium presenta lo que son realmente los laicos: “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento.” (Lumen Gentium, n. 31).
Teniendo en cuenta estas ideas, el Papa Francisco hace una invitación a las Conferencias Episcopales para compartir sus experiencias acerca del modo cómo se han dado estos ministerios instituidos por Pablo VI durante los últimos 50 años, así como el reciente ministerio del catequista, además de los ministerios extraordinarios, por ejemplo, el ministro extraordinario de la Comunión, y aquellos realizados de facto, cuando en una parroquia se organizan para que algunos fieles hagan las lecturas de la misa o ayuden en la celebración eucarística, sin que hayan sido oficialmente instituidos como lectores o acólitos.
Queda saber cuándo y cómo se dará este diálogo o intercambio de experiencias que esperemos se muevan dentro de esas dos líneas que el Papa señala en su carta, el bien común y la edificación de la comunidad, es decir, de la Iglesia de Cristo.