El Santo Padre fue recibido por el presidente de la República, Tharman Shanmugaratnam, participando en la «Orchid Naming Ceremonia», un homenaje floral simbólico que encarna la cálida acogida de Singapur. A pesar del clima adverso, fue una ceremonia hermosa, con la Guardia de Honor en posición y los himnos nacionales.
En el libro de honor, el Papa dejó escrito: “Como la estrella guió a los Reyes Majos así la luz de la sabiduría guíe siempre a Singapur en la construcción de una sociedad unida, capaz de transmitir esperanza”.
Después de este encuentro en el Parlamento, el Santo Padre se dirigió al Centro Cultural Universitario de la prestigiosa Universidad Nacional de Singapur (NUS, por sus siglas), donde le esperaban más de mil personas, entre las que se encontraban líderes religiosos, diplomáticos, empresarios y representantes de la sociedad civil.
Singapur, entre la armonía y la exclusión social
Francisco se dirigió a los asistentes reconociendo en primer lugar que “Singapur es un mosaico de etnias, culturas y religiones que conviven en armonía”. A continuación, elogió el hecho de que el país «no sólo haya prosperado económicamente, sino que se haya esforzado por construir una sociedad en la que la justicia social y el bien común sean muy apreciados».
«A este respecto” -advirtió el Pontífice- “quisiera señalar el riesgo» que la meritocracia conlleva como «consecuencia no deseada» de «legitimar la exclusión de quienes se encuentran al margen de los beneficios del progreso».
El Pontífice profundizó también en el problema de «las sofisticadas tecnologías de la era digital y la rápida evolución del uso de la inteligencia artificial» y el peligro de «hacernos olvidar que es esencial cultivar relaciones humanas reales y concretas» y que estas tecnologías «puede potenciarse precisamente para acercarse unos a otros, promoviendo la comprensión y la solidaridad, y no aislarse peligrosamente en una realidad ficticia e impalpable».
La Iglesia en Singapur
El Santo Padre no olvidó también la labor que «la Iglesia católica en Singapur, desde el inicio de su presencia, ha ofrecido», especialmente «en los sectores de la educación y la salud, gracias a los misioneros y a los fieles católicos». Porque «animada por el Evangelio de Jesucristo, la comunidad católica está también a la vanguardia de las obras de caridad».
Además, la Iglesia –prosiguió el Pontífice, recordando la declaración “Nostra Aetate» del Concilio Vaticano II sobre las relaciones con las religiones no cristianas– ha promovido constantemente el diálogo interreligioso y la colaboración entre las diferentes comunidades de fe.
El Papa aprovechó la ocasión para subrayar que la institución de la familia, hoy cuestionada, «debe estar en condiciones de transmitir los valores que dan sentido y forma a la vida y de enseñar a los jóvenes a formar relaciones sólidas y saludables».
Francisco se despidió elogiando que en Singapur «el compromiso con el desarrollo sostenible y la protección de la creación es un ejemplo a seguir, y la búsqueda de soluciones innovadoras para afrontar los desafíos medioambientales puede animar a otros países a hacer lo mismo».
Tras el encuentro en el estado, el Santo Padre regresó al Centro de Retiros “San Francisco Javier”, donde se aloja. Allí tuvo un encuentro con el ex Primer Ministro de Singapur, Lee Hsien Loong y su esposa.
Por la tarde, a las 16 horas, volvieron a abrirse las puertas del estadio nacional “Sports Hub” para recibir al Pontífice. Más de 55.000 fieles esperaban con entusiasmo para poder participar en la Santa Misa en memoria del Santísimo Nombre de María.
El Papa Francisco ingresó al estadio cubierto en un coche y bendijo a varios niños, visiblemente emocionados, en medio de fuertes aplausos y cantos de alegría.
Durante la Misa, las oraciones de los fieles fueron recitadas en inglés, chino, tamil y malayo, reflejando el corazón palpitante de una nación que es una encrucijada de culturas.
En su homilía, el Santo Padre se apoyó a san Pablo para recomendar el cultivo de la comunión en la caridad: “El conocimiento llena de orgullo, mientras que el amor edifica”. Una comunión por la que Francisco quiso agradecer al Señor, pues es la que vive la Iglesia de Singapur, “rica en dones, vivaz, en crecimiento y en diálogo constructivo con las demás confesiones y religiones”.
Comentando las “construcciones impresionantes” del país asiático, Francisco indicó que estas “no son, como muchos piensan, ante todo dinero, ni técnica, ni ingeniería -todos medios útiles- sino el amor: ‘el amor que edifica’”.
Pero más importante que esto, el obispo de Roma destacó las “muchas historias de amor por descubrir: de hombres y mujeres unidos en una comunidad, de ciudadanos dedicados a su país, de madres y padres preocupados por sus familias, de profesionales y trabajadores de todo tipo y nivel, honestamente comprometidos en sus diferentes roles y tareas».
“Queridos hermanos y hermanas”, añadió el Pontífice “si hay algo bueno que permanece en este mundo es sólo porque, en infinitas y diversas circunstancias, el amor ha prevalecido sobre el odio, la solidaridad sobre la indiferencia, la generosidad sobre el egoísmo”.
Recordando la visita a Singapur de san Juan Pablo II en 1986, el Papa citó una de sus frases: «el amor se caracteriza por un respeto profundo hacia todos los hombres, independientemente de su raza, su credo o lo que los diferencia de nosotros».
El Papa Francisco quiso recordar también en su homilía las figuras de los santos, «conquistados por el Dios de la misericordia, hasta convertirse en su reflejo». Destacó especialmente a «María, la memoria de cuyo Santísimo Nombre celebramos hoy» y san Francisco Javier, acogido en Singapur unos meses antes de su muerte, que en una hermosa carta suya dice que le gustaría «gritar aquí y allá como un loco y sacudir a los que tienen más ciencia que caridad».
Tras la homilía, el Papa bendijo a todos los presentes y la ceremonia concluyó delante de la imagen de María para el canto del Salve Regina.
La larga jornada del Santo Padre concluyó a las 19:35 horas locales, con una cena privada en su alojamiento del Centro de Retiros San Francisco Javier, para descansar del cansancio físico pero también con la alegría de llevar esperanza, dejando una huella profunda en el corazón de millones de personas.