En la lectura de hoy, dice el Papa, vemos a Juan el Bautista en la cárcel que manda a sus discípulos a preguntar a Cristo si Él es el Mesías esperado. Jesús rompe con la imagen que tenía Juan de “aquel que tiene que venir”. No es un hombre severo que castiga a los pecadores. “Jesús tiene palabras y gestos de compasión hacia todos. En el centro de su acción está la misericordia que perdona, por la que los ciegos ven y los cojos andan. Los leprosos quedan limpios y los sordos oyen. Los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva”.
Podemos aprender de la crisis que vive Juan, nos dice Francisco. “El texto subraya que Juan se encuentra en la cárcel y esto, además del lugar físico, hace pensar en la situación interior que está viviendo. En la cárcel está la oscuridad. Falta la posibilidad de ver claro y de ver más allá. De hecho, el Bautista ya no logra reconocer en Jesús al Mesías esperado”.
La crisis interior de Juan nos enseña que también “el creyente más grande atraviesa el túnel de la duda”. Estas dudas no siempre son un mal, indica el Santo Padre. “Es más, a veces es esencial para el crecimiento espiritual. Nos ayuda a entender que Dios es siempre más grande de lo que imaginamos. Las obras que realiza son sorprendentes con respecto a nuestros cálculos. Su acción es diferente siempre. Supera nuestras necesidades y nuestras expectativas. Por eso, no tenemos que dejar de buscarlo y de convertirnos a su verdadero rostro”.
Es necesario redescubrir a Dios en etapas, afirma el Papa parafraseando a un teólogo. “Así hace el Bautista. Ante la duda, lo busca una vez más. Le interroga, discute con Él y, finalmente, lo descubre”. Juan “nos enseña a no encerrar a Dios en nuestros esquemas, pues siempre están el peligro y la tentación de hacernos un Dios a nuestra medida, un Dios para usarlo”.
“También nosotros, a veces, podemos encontrarnos en la situación de Juan, en una cárcel interior, incapaces de reconocer la novedad del Señor, a quien quizá tenemos prisionero de la presunción de saber ya mucho sobre Él”. El Santo Padre nos dice que “nunca se sabe todo sobre Dios, nunca. Tal vez tenemos en la cabeza un Dios poderoso que hace lo que quiere, en vez del Dios humilde y manso, el Dios de la misericordia y del amor, que interviene siempre respetando nuestra libertad y nuestras elecciones. Quizás nos urge también a nosotros decirle: ¿Eres realmente tú, tan humilde, el Dios que viene a salvarnos?”
Estos prejuicios que tenemos hacia Dios también los aplicamos a los hermanos. El Papa avisa del peligro de poner a los que son diferentes a nosotros “etiquetas rígidas”. Para ayudarnos a crecer y superar estos obstáculos, la Iglesia nos regala este tiempo litúrgico, como dice Francisco. “El Adviento es un tiempo de inversión de perspectivas, donde dejarnos sorprender por la grandeza de la misericordia de Dios”.
El Papa ha finalizado haciendo una breve alusión a Santa María: “Que la Virgen nos tome de la mano, como Mamá, y nos ayude a reconocer en la pequeñez del Niño la grandeza del Dios que viene”.