Rememoramos algunos momentos importantes de la historia reciente de la Iglesia con Mons. Szymanski, quien con sus 94 años ha sido testigo de primera mano de algunos hitos, como el Concilio Vaticano II en el que participó.
— Lourdes Angélica Ramírez, San Luis Potosí
El 8 de octubre de 1965 Pablo VI clausuró el Concilio Vaticano II, al que asistieron 2.540 obispos de todo el mundo. Entre los que aún sobreviven se encuentra Mons. Arturo Antonio Szymanski Ramírez, de 94 años, arzobispo emérito de San Luis Potosí (México). Hombre culto y sencillo, cuya inteligente narrativa se intercala con un humor jovial que contagia. Con simpatía repasa recuerdos personales de aquellos años.
Usted fue Padre conciliar y allí conoció a Benedicto XVI y a Juan Pablo II. ¿Qué nos puede decir de ellos?
–Benedicto XVI es un sabio que llegó a tratar de meter en orden las doctrinas. Fue un Papa que hizo mucho por la Iglesia. A mí me maravilló. Nomás que es alemán y había sido maestro. Yo a él lo conocí en el Concilio Vaticano II. En la primera sesión del Concilio, Ratzinger iba como consejero del cardenal Josef Frings, arzobispo de Colonia. Pero ya en la segunda sesión lo nombraron teólogo conciliar porque vieron que tenía mucha capacidad. En el Concilio peleaban el cardenal Alfredo Ottaviani, que era de la corriente romana, y el cardenal Frings, que era de la corriente renovadora de la Iglesia. Estaba bien interesante, porque los dos estaban medio ciegos y uno en el Concilio veía cómo se daban agarrones en el aula conciliar para después de discutir ir los dos medio cegatones cogidos de la mano a la cafetería a la que íbamos todos al lado de la basílica de San Pedro.
En el Concilio fui a aprender lo que pensaba el episcopado de todo el mundo. Me tocó estar con africanos, con chinos… Las charlas durante las comidas eran muy enriquecedoras.
El cardenal Wyszynski, que era el primado de los obispos polacos, invitó a todos los de apellido polaco a comer y me invitó a mí, por mi apellido, pero yo no era polaco [ríe]. Y fui a la comida, en una calle cerca del palacio de justicia, cerca del Vaticano. Llegué y a la hora ir a la mesa, Wyszynski, que era como un príncipe para los polacos, se sentó a la cabeza y a mí me sentó a su derecha y al otro lado a un obispo joven llamado “Lolek”. Y estuvimos comiendo, platicando…, en fin, que nos hicimos muy amigos y al terminar de comer me preguntó el cardenal si había traído carro. Le digo: “Me vine en un taxi”. Entonces le dijo a “Lolek”, “Llévalo”. “Lolek” era Karol Wojtyła, claro. Entonces él me llevó en un Fiat chiquito y nos hicimos amigos. Y tratábamos y nos buscábamos y todo. Era más o menos de mi edad, un poco mayor que yo. Me caía bien porque era muy tratable. Después nos escribíamos y de repente, cuando el cónclave para elegir al sucesor de Juan Pablo I, un día el cardenal Corripio, que entonces no era cardenal, me habló y me dijo: “Oye, ¿no has oído en la radio que salió Papa uno con un apellido muy raro? ‘Woj-algo’. Yo creo que ha de ser un africano”. Y puse la radio y me enteré de que mi amigo había sido elegido Papa. Le mandé unas letritas diciéndole que me daba gusto que el Papa fuera mi amigo. Y cuando iba a Roma yo le escribía diciéndole que iba a ir y siempre me invitaba a concelebrar, o a comer o a desayunar. Siempre que iba me invitaba. El Papa era mi amigo, y fue mi chófer.
Ya han pasado varios meses desde el viaje apostólico del Papa Francisco a México. ¿Qué balance hace?
–El Papa es el hombre de la Iglesia para este momento, y la visita es, todos nos dimos cuenta, la visita de un Pastor. Él vino como Pastor, no se fijó si eran ovejas o eran cabritos o sabe Dios qué. Habló a todos como miembros de la familia humana y vino a hacer lo que muchas veces ha dicho: vivir la liturgia del encuentro. Para vivir la liturgia del encuentro hay que saber cada quien qué personalidad tiene, su temperamento. Con el temperamento que Dios nos ha dado debemos ser personas de buen carácter, así es que no debemos ser peleoneros. Conociendo cada uno su carácter, debe darse cuenta de que no somos iguales, que somos diversos. Por ello, debemos vivir la diversidad, y en la diversidad hemos de tratar con los que creen y con los que no creen. Con todos. Somos diversos. ¿Qué tenemos que hacer? Buscar el bien común, y esa es la teología del encuentro que vino a realizar el Papa ahora que estuvo en México.