El Evangelio de este domingo muestra cómo “los discípulos, llenos de un entusiasmo todavía demasiado mundano, sueñan que el Maestro está en camino hacia el triunfo. Jesús, en cambio, sabe que en Jerusalén le esperan el rechazo y la muerte; sabe que tendrá que sufrir mucho; y esto requiere una decisión firme. Es la misma decisión que debemos tomar nosotros si queremos ser discípulos de Jesús”.
De camino a Jerusalén, en una aldea samaritana, los habitantes rechazaron recibir a Jesús. “Los apóstoles Santiago y Juan, indignados, sugieren a Jesús que castigue a esa gente haciendo bajar fuego del cielo. Jesús no sólo no acepta la propuesta, sino que reprende a los dos hermanos. Quieren involucrarlo en su deseo de venganza y Él no está de acuerdo. El fuego que vino a traer a la tierra es el Amor misericordioso del Padre.
La reacción de Santiago y Juan es comprensible desde el punto de vista humano, pero no por ello Jesús la justifica. “Esto también nos sucede a nosotros, cuando, aunque hagamos el bien, quizás con sacrificio, en lugar de acogida encontramos una puerta cerrada. Entonces surge la ira: incluso intentamos involucrar a Dios mismo, amenazando con castigos celestiales. (…) Dejarse vencer por la ira en la adversidad es fácil, es instintivo. Lo difícil, en cambio, es dominarse a sí mismo, haciendo como Jesús, que -dice el Evangelio- se puso «en camino hacia otra aldea».
Por esta razón, el Papa Francisco animaba a los fieles a que cuando encuentren el rechazo de los demás a su predicación, “debemos recurrir a hacer el bien en otro lugar, sin recriminaciones. Así, Jesús nos ayuda a ser personas serenas, contentas con el bien que hemos hecho y sin buscar la aprobación humana”.