“En el relato de Pentecostés, los Hechos de los Apóstoles nos muestran dos ámbitos de la acción del Espíritu Santo en la Iglesia, en nosotros y en la misión. Con dos características, la fuerza y la amabilidad. La acción del Espíritu en nosotros es fuerte, como lo simbolizan los signos del viento y el fuego, que a menudo en la Biblia se relacionan con el poder de Dios”.
Así ha comenzado el Papa la homilía en la Celebración eucarística del Domingo de Pentecostés en San Pedro, en la que a menudo ha dejado el texto oficial y ha hablado con el corazón.
Sin la fuerza del Espíritu Santo, ha proseguido, “nosotros nunca podremos derrotar el mal, ni vencer los deseos de la carne, de los que habla san Pablo. Sin esta fuerza, no lo lograremos, La impureza, la idolatría, las envidias, con el Espíritu se pueden vencer. Él nos da la fuerza para hacerlo, porque entra en nuestro corazón, árido, duro y frío, que arruina nuestras relaciones con los demás y divide nuestras comunidades. Y Él entra en este corazón y sana todo. Nos lo ha mostrado Jesús, cuando movido por el Espíritu se retiró durante cuarenta días al desierto para ser tentado, y en ese momento también su humanidad crecía, se fortalecía y se preparaba la misión”.
“Al mismo tiempo, el actuar del Paráclito en nosotros es amable, es fuerte y es gentil. El viento y el fuego no destruyen ni incineran lo que tocan. El primero suena en la casa donde se encuentran los discípulos, y el fuego se posa suavemente en forma de llamas sobre la cabeza de cada uno”.
“Esta delicadeza en un rasgo del actuar de Dios, que encontramos tantas veces en la Biblia”, y que “cultiva delicadamente las pequeñas plantas de las virtudes, las riega, las protege con amor, para que crezcan y se fortifiquen”, y “nosotros podemos gustar, tras el esfuerzo de la lucha contra el mal, la dulzura de la misericordia y de la comunión con Dios”. El Espíritu nos da la fuerza para empujar, y también es delicado, ha sintetizado el Santo Padre.
“Enviados a anunciar el Evangelio, con audacia”
Luego, el Pontífice ha manifestado: “El Paráclito nos unge, está con nosotros, actúa transformando sus corazones (se refiere a los discípulos), y les infunde una audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que les anima. como testimonian Pedro y Juan ante el Sanedrín: ‘Nosotros no podemos callar lo que hemos visto y oído’. Esto vale también para nosotros, que hemos recibido el don del Espíritu Santo en el Bautismo y en la Confirmación”.
“Desde el cenáculo de esta Basílica somos enviados a anunciar el Evangelio a todos, yendo cada vez más lejos, no sólo en sentido geográfico, sino más allá de las barreras étnicas y religiosas, para una misión verdaderamente universal, y gracias al Espíritu podemos y debemos hacerlo con la misma fuerza y la misma amabilidad. No con prepotencia y con imposiciones. El cristiano no es prepotente, su fuerza es otra, es la del Espíritu”.
“Seguimos hablando de paz, de perdón, de acogida, de vida”
“Por eso, no nos rendimos”, ha añadido luego, en lo que ha parecido un apartado importante de su mensaje en esta fiesta de Pentecostés. “Nos rendimos al Espíritu, pero no a las fuerzas del mundo. Seguimos hablando de paz a quien quiere la guerra, de perdón a quien siembra venganza, de acogida y solidaridad a quien cierra las puertas y levanta barreras, de vida a quien elige la muerte, de respeto a quien le gusta humillar, insultar y descartar, de fidelidad a quien rechaza todo vínculo y confunde la libertad con un individualismo superficial, opaco y vacío”.
Acoger a todos, esperanza, concede la paz
“Todo ello sin dejarnos atemorizar por las dificultades, por las burlas, ni por las oposiciones que hoy como ayer no faltan nunca en la vida apostólica”. Y del modo que lo hacemos con esta fuerza, “nuestro anuncio debe ser gentil”, ha subrayado, “para acoger a todos, todos, todos, todos. no olvidemos la parábola de los invitados a la fiesta que no quisieron ir. Vayan al cruce de las calles y traigan a todos, todos, todos. Buenos y malos. Todos. El Espíritu nos da la fuerza para ir adelante y llamar a todos, con esa amabilidad. Él nos da la gentileza de acoger a todos”.
Al concluir, el Papa ha señalado que “tenemos mucha necesidad de esperanza. No es optimismo, es otra cosa. Necesitamos esperanza. Necesitamos elevar los ojos hacia horizontes de paz, de fraternidad, de justicia y de solidaridad. Esto a menudo no resulta fácil. Pero sabemos que no estamos solos. Sabemos que con la ayuda del Espíritu Santo, con sus dones, juntos podemos hacer más transitable” este camino.
“Renovemos, hermanas y hermanos, nuestra fe en la presencia junto a nosotros del Consolador, y sigamos rezando: ‘Ven, Espíritu creador, ilumina nuestras mentes, llena de tu gracia nuestros corazones, guía nuestros pasos, concede a nuestro mundo tu paz. Amén”.
Regina coeli: leer y meditar el Evangelio
Más tarde, desde la ventana del Palacio apostólico, el Papa Francisco ha rezado el Regina coeli con los peregrinos y romanos congregados en la Plaza de San Pedro, en un día lluvioso. El Santo Padre les ha animado, como ya ha efectuado en otras ocasiones, a fijarse en las “palabras que expresan los sentimientos maravillosos del amor eterno de Dios”.
La Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu, nos alienta cada día, y por eso ha invitado a” leer y meditar el Evangelio a diario”, llevándolo en el bolsillo, La Palabra de Dios “acalla la palabrería”, ha subrayado, animando también a la oración de adoración en silencio. «Que María nos haga dóciles a la voz del Espíritu Santo”.
Tras el rezo de la oración mariana, Francisco ha recordado en esta solemnidad de Pentecostés que “el Espíritu Santo crea la armonía a partir de realidades diferentes, “armonía en los corazones, en las familias, en la sociedad, en el mundo entero”, y ha rezado para que crezca “la comunión y la fraternidad”, y se ponga fin a las guerras en Tierra Santa, Palestina, Israel y en tantos lugares.
También ha agradecido la acogida de los veroneses en su visita de ayer a Verona (Italia), en especial a la directora de la prisión, y ha recordado a los peregrinos de Timor Oriental, “que iré a visitar pronto”, a los de Letonia y de Uruguay, y a la comunidad paraguaya de Roma, entre otros grupos.