Como informó Omnes Francisco tuvo un mensaje canadiense claro. “Ante las ideologías que amenazan a los pueblos intentando borrar su historia y sus tradiciones, la Iglesia se siente interpelada y no quiere repetir errores. Su misión en el mundo es anunciar el Evangelio y construir la unidad respetando y valorando la diversidad de cada pueblo y de cada persona. Para esta misión, un binomio clave es la relación entre ancianos y jóvenes, un diálogo entre memoria y profecía que puede edificar un mundo más fraterno y solidario.” Estas palabras fueron pronunciadas por el Papa Francisco en la audiencia del Aula Pablo VI el 3 de agosto.
En continuidad con ese mensaje, Francisco siempre pide no tenerle miedo a la ternura (homilía del 19 de marzo de 2013 en el inicio de su ministerio petrino).
A mí, se me saltaron las lágrimas cuando leí, en Omnes, sobre la santiagueña señora Margarita. Pues bien, qué mejor coda que la que sigue, del viaje papal del 24 al 29 de julio.
Al encuentro de los drogadictos
“En la casa de los toxicómanos de Québec” intituló Le Devoir, periódico de Montréal, el 30 de julio, la visita en secreto de Francisco a un hogar de drogadictos en el barrio de Beauport (ciudad de Québec), después de la misa del 28 de julio en la Basílica de Sainte Anne.
El redentorista André Morency, de 73 años, miembro de la misma congregación que se encarga de la Basílica, fundó hace 30 años la Fraternité Saint-Alphonse para ocuparse de toxicómanos.
Unas sesenta personas pudieron saludar al Santo Padre, lejos de las cámaras. El Padre Morency estaba en las nubes. Además de un icono de la Virgen con el Niño, el Papa le entregó al despedirse un sobre con veinte mil dólares canadienses.
Morency llama a los que vienen a su fraternidad los “sin nombre”, personas atormentadas por sus demonios, heridas por su pasado y a menudo abandonados, a la deriva. “Casi siempre han conocido el rechazo y la indiferencia. Siempre han sido burlados con esa actitud.”
Veinte minutos pasó el Papa con ellos. El P. Morency cuenta que el Papa, al salir de su automóvil, tenía una sonrisa enorme y un rostro radiante. “Durante las ceremonias oficiales, yo hallaba a veces que él tenía un aspecto decaído. Cuando llegó aquí, fue todo lo contrario: él bromeaba con nosotros, tenía la luz en los ojos.”
“Todavía tengo escalofríos.” “¡Increíble!” comentan dos de los que saludaron a Francisco. “La visita papal”, informa Le Devoir, “les ha permitido sentirse, pour une rare fois, tenidos en cuenta.”