Para su décimo discurso a la Curia Romana con ocasión del intercambio de felicitaciones navideñas, el Papa Francisco eligió la práctica de un prolongado «examen de conciencia», basado en una profunda actitud de gratitud, para favorecer una verdadera conversión de los corazones y generar sentimientos de paz en el entorno.
Al recibir a los Cardenales y Superiores de la Curia Romana en la Audiencia, el Pontífice repitió la práctica de la parresía, es decir, decir libremente las cosas que están mal, pero proponiendo una «solución» realista a cada caída que pueda surgir en la Iglesia, y en particular en la Curia Romana.
Francisco habló en primer lugar de la necesidad de «volver a lo esencial de la propia vida», liberándose de todo lo superfluo que impide un verdadero camino de santidad. Para ello, sin embargo, es importante tener «memoria del bien» recibido de Dios en cada paso de nuestra vida, a fin de lograr esa actitud interior que te lleva a la gratitud.
El esfuerzo consiste en hacer, en todas las circunstancias, un ejercicio consciente de «todo el bien que podamos», superando el «orgullo espiritual» que nos hace creer que ya lo hemos aprendido todo o que estamos a salvo y en el lado correcto.
Este proceso se llama «conversión» y se traduce en la «verdadera lucha contra el mal», logrando desenmascarar incluso aquellas tentaciones más insidiosas, a menudo disfrazadas, que nos hacen «confiar demasiado en nosotros mismos, en nuestras estrategias, en nuestros programas». En este punto, el Pontífice citó expresamente el riesgo del «fijismo» (como si no hubiera necesidad de una mayor comprensión del Evangelio) y del «espíritu pelagiano», así como la herejía de dejar de traducir el Evangelio «en las lenguas y modos actuales».
El mayor ejemplo de este tipo de conversión en la Iglesia, el Papa Francisco lo vislumbra en el Concilio Vaticano II, la mayor y más reciente ocasión que dio el intento de «comprender mejor el Evangelio, de hacerlo actual, vivo y operante en este momento histórico». Y en esta estela se inserta el camino sinodal actualmente en curso, porque la «comprensión del mensaje de Cristo no tiene fin y nos provoca continuamente».
Entre las palabras clave utilizadas por el Santo Padre para dejar de convertirse continuamente está la «vigilancia» precisamente respecto a todos esos «demonios educados» que se cuelan en nuestros días sin que nos demos cuenta, provocando entre otras cosas el engaño de «sentirse justos y despreciar a los demás». Aquí es donde entra en juego «la práctica cotidiana del examen de conciencia» -sugirió Francisco-, que también nos permite abandonar «la tentación de pensar que estamos a salvo, que somos mejores, que ya no necesitamos convertirnos».
Y sin embargo, advirtió el Pontífice, los que están dentro del cerco, «en el corazón mismo del cuerpo eclesial», como pueden ser los que trabajan en la Curia romana, precisamente, están «más en peligro que todos los demás, minados precisamente «por el diablo educado».
El Papa dirigió un último pensamiento a la paz, con referencia sin duda a Ucrania y a todas las demás partes del mundo, donde en el fracaso de esta tragedia y con respeto a los que allí sufren «sólo podemos reconocer a Jesús crucificado». Pero incluso en este caso no debemos ser ingenuos, porque si nos preocupamos por la cultura de paz, debemos ser conscientes de que «empieza en el corazón de cada uno de nosotros».
Esto significa que incluso entre «gente de Iglesia», y quizás sobre todo, debemos arrancar «toda raíz de odio, de resentimiento hacia nuestros hermanos y hermanas que viven a nuestro lado».
«Que cada uno empiece por sí mismo», añadió el Papa Francisco, citando los muchos tipos de violencia que no sólo implican las armas o la guerra, sino -precisamente pensando en los círculos curiales- la violencia verbal, la violencia psicológica, el abuso de poder o la violencia oculta de los chismes: «depongamos toda arma de cualquier tipo.»
Por último, la invitación a practicar la misericordia, reconociendo que todos pueden tener límites y que «no hay Iglesia pura para los puros», y a ejercer el perdón, concediendo siempre otra oportunidad, ya que «uno se hace santo por ensayo y error».
El año de la Curia: reforma y más laicos
Por su parte, el Card. Giovanni Battista Re, Decano del Colegio Cardenalicio ha sido el encargado de saludar al Santo Padre en nombre de quienes componen la Curia romana. En su saludo, el cardenal Re ha recordado “la dramática situación que atraviesa la humanidad, no sólo a causa de la pandemia de Covid, que aún no ha terminado en el mundo, sino sobre todo por las trágicas guerras, que siguen provocando el derramamiento de ríos de lágrimas y sangre”, y se ha referido, en concreto a la guerra con Ucrania, que se acerca a su primer aniversario y ante la que “Su Santidad ha alzado continuamente la voz para dejar claro que ‘con la guerra todos estamos derrotados’ y para subrayar que la guerra es una locura, una matanza inútil, una monstruosidad, pidiendo enérgicamente el cese de las armas y unas negociaciones de paz serias”.
En cuanto a la Curia, el Decano del Colegio Cardenalicio ha señalaro que “el año que termina sigue marcado por la reforma promulgada con la Constitución apostólica Praedicate Evangelium, que responde a las necesidades de nuestro tiempo y contribuye a que la Curia romana responda mejor a sus grandes tareas de servicio al Primado del Papa y de servicio a los Obispos y a la Iglesia en este momento histórico” y ha destacado “la satisfacción en la Curia por el aumento de laicos y laicas en diversos puestos importantes de responsabilidad, que no presuponen el sacramento del Orden”. “Esta reforma” ha subrayado Re “nos compromete a todos a una espiritualidad más profunda, a una mayor dedicación y a un espíritu de servicio más intenso, con un sentido íntimo de responsabilidad hacia la Iglesia y el mundo y con una fraternidad más intensa entre nosotros”.
Además el cardenal Re ha recordado los viajes a Canadá, Bahrein y Malta del Santo Padre , que muestran su empeño por abordar “los turbulentos problemas de la sociedad”.