El Papa Francisco ha aprovechado el rezo del Ángelus, junto a la habitual meditación previa, para hablar sobre la pobreza de espíritu. Francisco ha tomado pie para la reflexión de las lecturas del domingo, con el pasaje del Evangelio de san Mateo que habla sobre las bienaventuranzas.
El Santo Padre señala que la primera y fundamental de estas bienaventuranzas es la que se refiere a la pobreza de espíritu. Los pobres de espíritu “son aquellos que saben que no se bastan consigo mismos, que no son autosuficientes, y viven como mendicantes de Dios: se sienten necesitados de Él y reconocen que el bien viene de Él, como don, como gracia. Quien es pobre de espíritu atesora lo que recibe; por eso desea que ningún don se desperdicie”.
El Papa apunta a esta característica tan concreta: que nada se desperdicie. “Jesús nos muestra la importancia de no desperdiciar, por ejemplo, después de la multiplicación de los panes y de los peces, cuando pide que se recoja la comida que ha sobrado para que nada se pierda. No desperdiciar nos permite apreciar el valor de nosotros mismos, de las personas y de las cosas. Pero lamentablemente es un principio a menudo desatendido, sobre todo en las sociedades más ricas, en las que domina la cultura del derroche y del descarte”.
Los desafíos contra el desperdicio
Tomando este ejemplo de Cristo, Francisco propone tres desafíos para luchar contra la tendencia a desperdiciar. En primer lugar, “no desperdiciar el don que somos. Cada uno de nosotros es un bien, independientemente de las cualidades que tiene. Cada mujer, cada hombre es rico no solo de talentos, sino de dignidad, es amado por Dios”. Esto no es una mera ocurrencia, sino que tiene su base en el Evangelio. “Jesús nos recuerda que somos bienaventurados no por lo que tenemos, sino por lo que somos”. Este reto, por tanto, implica una acción que el Papa concreta de la siguiente manera: “Luchemos, con la ayuda de Dios, contra la tentación de considerarnos inadecuados, equivocados, y de compadecernos a nosotros mismos”.
El segundo desafío es el siguiente: “no desperdiciar los dones que tenemos”. En este sentido, Francisco hace mención a la gran cantidad de alimentos que se tiran anualmente, lo cual choca con la crisis de hambruna mundial. Por ello, el Papa reclama que “los recursos de la creación no se pueden usar así; los bienes deben ser custodiados y compartidos, de forma que a nadie le falte lo necesario. ¡No malgastemos lo que tenemos, sino difundamos una ecología de la justicia y de la caridad!”
El tercer y último reto consiste en “no descartar a las personas”. La cultura del descarte que predomina hoy en día tiende a usar a las personas hasta que ya no son útiles, “y se tratan así especialmente a los más frágiles: los niños todavía no nacidos, los ancianos, los necesitados y los desfavorecidos. Pero las personas no se pueden tirar, ¡nunca! Cada uno es un don sagrado y único, en toda edad y en toda condición. ¡Respetemos y promovamos la vida siempre!”
Un breve examen de conciencia
El Papa termina la predicación invitando a hacer un breve examen de conciencia, para analizar nuestro corazón. Las preguntas que plantea Francisco son, “en primer lugar, ¿cómo vivo la pobreza de espíritu? ¿Sé hacer espacio a Dios, creo que Él es mi bien, mi verdadera gran riqueza? ¿Creo que Él me ama o me tiro con tristeza, olvidando que soy un don? Y después: ¿estoy atento a no desperdiciar, soy responsable en el uso de las cosas, de los bienes? ¿Y estoy disponible para compartirlos con los otros? Finalmente: ¿considero a los más frágiles como dones valiosos que Dios me pide que custodie? ¿Me acuerdo de los pobres, de quien está privado de lo necesario?”
El Santo Padre pone a todos bajo la protección de Santa María, “Mujer de las bienaventuranzas”, para que nos ayude “a testimoniar la alegría de que la vida es un don y la belleza de hacernos don”.