Durante su viaje a Venecia, el Papa Francisco ha mantenido varios encuentros con jóvenes, artistas y con fieles que han acudido a la Santa Misa en la plaza de san Marcos. El Santo Padre ha aprovechado estas ocasiones para dirigir unas palabras a los asistentes, centrándose en la importancia de la belleza y el arte para transformar el mundo.
Al dirigirse a los jóvenes, Francisco ha querido recordar “el gran regalo que hemos recibido, el de ser los hijos amados de Dios, por lo que estamos llamados a cumplir el sueño de Dios”. Este deseo del Padre para sus hijos, explica el Papa, “es que seamos testigos y vivamos de su alegría”.
Para hacer realidad este sueño de Dios, el Santo Padre indica que es esencial “redescubrir en el Señor nuestra belleza y alegrarnos en el nombre de Jesús, un Dios de espíritu joven que ama a los jóvenes y que siempre nos sorprende”.
En el redescubrimiento de esta belleza, continúa Francisco, es esencial “despegarse de la tristeza” y recordar “que estamos hechos para el Cielo”. Para ello, el Papa anima a no detenerse en nuestras miserias y pecados, sino acudir a la misecordia de Dios, “que es nuestro Padre” y cuando caemos “nos extiende su mano”. Solo así podremos “aceptarnos a nosotros mismos como un regalo” y mirarnos, no con nuestra mirada, “sino con los ojos de Dios”.
El arte de entregarse al otro
Una vez logrado esto, el Pontífice recalca la importancia de la perseverancia y de perder el miedo a “ir contracorriente”. En este sentido, el Papa también señala que no podemos caminar solos, sino que hay que intentar ir acompañados por otros que también desean vivir su vida con Cristo.
En esa misma dinámica de ir acompañados, Francisco ha querido recordar a los jóvenes que “estamos llamados a darnos a los demás”. “La precariedad del mundo en el que vivimos”, dice el Obispo de Roma, “no puede ser excusa para quedarnos quietos y quejarnos”. “Estamos en este mundo para acercarnos a las personas que nos necesitan”, recalca el Papa.
El Santo Padre explica que “la vida solo se posee cuando se entrega”, por lo que invita a escapar de las preguntas acerca de los “por qué” y cambiarlas por los “para quién”. Así podemos entrar en la dinámica creativa de Dios, una creatividad “gratuita” en un mundo “que solo persigue el lucro”.
El arte y la mirada contemplativa
En este mismo sentido, en su discurso a los artistas, el Papa Francisco ha invitado a los oyentes a luchar con el arte contra “el rechazo del otro”, convirtiendo así a los hombres en “hermanos en todas partes” gracias a la universalidad del arte.
Esto puede hacerse realidad, dice el Pontífice, porque “el arte nos educa en una mirada no posesiva, no cosificadora, pero tampoco indiferente, superficial”. El arte, sigue el Papa, “nos educa para una mirada contemplativa”. Por ello afirma que “los artistas están en el mundo, pero están llamados a ir más allá”.
Esta mirada que va más allá puede encontrarse incluso en la cárcel, tal y como ha dicho Francisco en su visita a unas mujeres presas. Allí el Papa ha indicado que “paradójicamente, la estancia en una prisión puede marcar el comienzo de algo nuevo, a través del redescubrimiento de una belleza insospechada en nosotros mismos y en los demás, como simboliza el acontecimiento artístico que acoge y a cuyo proyecto contribuye activamente”.
El Santo Padre ha aprovechado la ocasión para pedir que “el sistema penitenciario también ofrezca a los reclusos y reclusas herramientas y espacios de crecimiento humano, de crecimiento espiritual, cultural y profesional, creando las condiciones para su sana reinserción”.
Permanecer en Cristo
Finalmente, en la homilía pronunciada por el Papa en la Misa celebrada en la plaza de san Marcos, Francisco ha hecho hincapié en que “lo esencial es permanecer en el Señor, habitar en Él”. Algo que no es estático, sino que implica “crecer en la relación con Él, conversar con Él, abrazar su Palabra, seguirle en el camino del Reino de Dios”.
“Permaneciendo unidos a Cristo”, dice el Papa, “podemos llevar los frutos del Evangelio a la realidad en la que vivimos”. Estos frutos incluyen la justicia, la paz, la solidaridad y el cuidado mutuo, entre otros. Frutos que, insiste el Santo Padre, el mundo necesita y que las comunidades cristianas deben ofrecer al mundo.