Vaticano

El Papa pide que la Iglesia «adore» y «sirva»

Esta mañana, a las 10:00 h, ha tenido lugar la misa de clausura de la Asamblea del Sínodo con el tema "Por una iglesia sinodal: comunión, participación y misión", presidida por el Papa Francisco en la Basílica Vaticana.

Loreto Rios·29 de octubre de 2023·Tiempo de lectura: 5 minutos

El Papa en la clausura del Sínodo OSV

Durante la misa de clausura de la Asamblea del Sínodo, el Papa ha pronunciado la homilía, en la que ha hecho un llamamiento a los presentes a volver al núcleo del Evangelio, el amor de Dios: «Hermanos cardenales, hermanos obispos y sacerdotes, religiosas y religiosos, hermanas y hermanos, al finalizar este tramo de camino que hemos recorrido, es importante contemplar el “principio y fundamento” del que todo comienza y vuelve a comenzar: amar a Dios con toda la vida y amar al prójimo como a nosotros mismos. No nuestras estrategias, no los cálculos humanos, no las modas del mundo, sino amar a Dios y al prójimo; ese es el centro de todo. Pero, ¿cómo traducir ese impulso de amor? Les propongo dos verbos, dos movimientos del corazón sobre los que quisiera reflexionar: adorar y servir».

Una Iglesia que adora

Sobre el primer verbo, «adorar», el Papa ha comentado: «La adoración es la primera respuesta que podemos ofrecer al amor gratuito y sorprendente de Dios. Porque estando ahí, dóciles ante Él, es cuando lo reconocemos como Señor, lo ponemos en el centro y redescubrimos la maravilla de ser amados por Él. El asombro de la adoración es esencial en la Iglesia. Adorar, de hecho, significa reconocer en la fe que sólo Dios es el Señor y que de la ternura de su amor dependen nuestras vidas, el camino de la Iglesia, los destinos de la historia. Él es el sentido de la vida, el fundamento de nuestra alegría, la razón de nuestra esperanza, el garante de nuestra libertad».

El Santo Padre también ha señalado que la adoración es una forma de oponerse a la idolatría: «El amor al Señor en la Escritura con frecuencia está asociado a la lucha contra toda idolatría. Quien adora a Dios rechaza a los ídolos porque Dios libera, mientras que los ídolos esclavizan, nos engañan y nunca realizan aquello que prometen, porque son «obra de las manos de los hombres. Tienen boca, pero no hablan, tienen ojos, pero no ven» (Sal 115,4-5). Como afirmaba el cardenal Martini, la Escritura es severa contra la idolatría porque los ídolos son obra del hombre, y son manipulados por él; en cambio, Dios es siempre el Viviente, «que no es en absoluto como yo lo pienso, que no depende de cuanto espero de él, que puede, por consiguiente, alterar mis expectativas, precisamente porque está vivo. La confirmación de que no siempre tenemos la idea justa de Dios es que a veces nos decepcionamos: me esperaba esto, me imaginaba que Dios se comportaría así, pero me he equivocado. De esta manera volvemos a recorrer el sendero de la idolatría, pretendiendo que el Señor actúe según la imagen que nos hemos hecho de él». Es un riesgo que podemos correr siempre: pensar que podemos “controlar a Dios”, encerrando su amor en nuestros esquemas; en cambio, su obrar es siempre impredecible, y por eso requiere asombro y adoración».

El Papa ha señalado que hay muchas formas de idolatría, tanto mundanas como espirituales: «Debemos luchar siempre contra las idolatrías; las mundanas, que a menudo proceden de la vanagloria personal —como el ansia de éxito, la autoafirmación a toda costa, la avidez del dinero, la seducción del carrerismo—, pero también las idolatrías disfrazadas de espiritualidad: mis ideas religiosas, mis habilidades pastorales. Estemos vigilantes, no vaya a ser que nos pongamos nosotros mismos en el centro, en lugar de poner a Dios. Y ahora volvamos a la adoración. Que sea central para nosotros como pastores; dediquémosle cada día tiempo a la intimidad con Jesús buen Pastor ante el sagrario. Que la Iglesia sea adoradora; que se adore al Señor en cada diócesis, en cada parroquia, en cada comunidad. Porque sólo así nos dirigiremos a Jesús y no a nosotros mismos; porque sólo a través del silencio adorador la Palabra de Dios habitará en nuestras palabras; porque sólo ante Él seremos purificados, transformados y renovados por el fuego de su Espíritu. Hermanos y hermanas, ¡adoremos al Señor Jesús!».

Amar y servir

Sobre el segundo verbo que resaltó al inicio de la homilía, «servir», el Papa ha destacado que: «Amar es servir. En el gran mandamiento, Cristo une a Dios y al prójimo para que no estén nunca separados. No existe una experiencia religiosa auténtica que permanezca sorda al clamor del mundo. No hay amor de Dios sin compromiso por el cuidado del prójimo, de otro modo se corre el riesgo del fariseísmo. Carlo Carretto, un testigo de nuestro tiempo, decía que el peligro, para nosotros creyentes, es caer en «una ambigüedad farisaica, que nos ve […] replegados sobre nuestro egoísmo y con la mente llena de ideas hermosas para reformar la Iglesia» (Cartas del desierto, Madrid 1974, 68-69). Quizás tengamos realmente muchas ideas hermosas para reformar la Iglesia, pero recordemos: adorar a Dios y amar a los hermanos con su mismo amor, esta es la mayor e incesante reforma. Ser Iglesia adoradora e Iglesia del servicio, que lava los pies a la humanidad herida, que acompaña el camino de los frágiles, los débiles y los descartados, que sale con ternura al encuentro de los más pobres. Dios lo ha ordenado en la primera Lectura, pidiendo que se respete a los últimos: al extranjero, a la viuda y al huérfano (cf. Ex 22,20-23). El amor con el que Dios liberó a los israelitas de la esclavitud, cuando eran extranjeros, es el mismo amor que nos pide que prodiguemos a los extranjeros de todo tiempo y lugar, a cuantos son oprimidos y explotados».

Recordar a las víctimas de las guerras

Por otra parte, el Papa también ha recordado a las víctimas de las guerras: «Hermanos y hermanas, pienso en los que son víctimas de las atrocidades de la guerra; en los sufrimientos de los migrantes; en el dolor escondido de quienes se encuentran solos y en condiciones de pobreza; en quienes están aplastados por el peso de la vida; en quienes no tienen más lágrimas, en quienes no tienen voz. Y pienso en cuántas veces, detrás de hermosas palabras y persuasivas promesas, se fomentan formas de explotación o no se hace nada para impedirlas. Es un pecado grave explotar a los más débiles, un pecado grave que corroe la fraternidad y devasta la sociedad. Nosotros, discípulos de Jesús, queremos llevar al mundo otro fermento, el del Evangelio. Dios en el centro y junto a Él aquellos que Él prefiere, los pobres y los débiles».

Una «conversación del Espíritu»

Para concluir, el Papa ha recordado la Asamblea del Sínodo, haciendo hincapié en la presencia y acción del Espíritu Santo durante este proceso: «Queridos hermanos y hermanas, se concluye la Asamblea sinodal. En esta “conversación del Espíritu” hemos podido experimentar la tierna presencia del Señor y descubrir la belleza de la fraternidad. Nos hemos escuchado mutuamente y, sobre todo, en la rica variedad de nuestras historias y nuestras sensibilidades, nos hemos puesto a la escucha del Espíritu. Hoy no vemos el fruto completo de este proceso, pero con amplitud de miras podemos contemplar el horizonte que se abre ante nosotros. El Señor nos guiará y nos ayudará a ser una Iglesia más sinodal y misionera, que adora a Dios y sirve a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo, saliendo a llevar la reconfortante alegría del Evangelio a todos.

Hermanos cardenales, hermanos obispos y sacerdotes, religiosas y religiosos, hermanas y hermanos, por todo esto les digo gracias. Gracias por el camino que hemos hecho juntos, por la escucha y por el diálogo. Y al agradecerles quisiera expresarles un deseo para todos nosotros: que podamos crecer en la adoración a Dios y en el servicio al prójimo. Que el Señor nos acompañe. Y adelante, ¡con alegría!».

Ángelus

Después del Ángelus, en el que Papa hizo una reflexión del Evangelio, el Santo Padre recordó de nuevo a las víctimas de las guerras y dio las gracias a los que se unieron a la jornada de ayuno y oración convocada el viernes 27 de octubre por la paz: «Doy las gracias a todos los que – en tantos lugares y de distintas maneras – se unieron a la Jornada de ayuno, oración y penitencia que vivimos el viernes pasado, pidiendo por la paz en el mundo. No nos rindamos. Sigamos rezando por Ucrania y también por la grave situación en Palestina e Israel y otras regiones en guerra. En Gaza, en particular, que haya espacio para garantizar la ayuda humanitaria y que los rehenes sean liberados inmediatamente. Que nadie renuncie a la posibilidad de detener las armas. Que cesen el fuego. El Padre Ibrahim Faltas – lo acabo de escuchar en el programa «A Su Imagen»- el padre Ibrahim dijo: «¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego!». Es el Vicario de Tierra Santa. Nosotros también, con el padre Ibrahim, decimos: ¡Alto el fuego! ¡Deténganse, hermanos y hermanas! ¡La guerra es siempre una derrota, siempre!».

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