En Alberta, después de un año de consultas con familias y educadores, el gobierno provincial dio detalles el 29 de marzo sobre un nuevo currículo para los primeros seis grados de la enseñanza, que respeta ciertos valores de la familia y la ciudadanía e historia canadiense “ignorados” por el currículo anterior, según la ministro provincial de Educación, Adriana LaGrange. Padres y maestros tendrán todo un año para dar sus pareceres, y recién en septiembre de 2022 se empezará a aplicar.
Mientras tanto en Québec se está revisando el currículo de una materia de Ética y Cultura Religiosa, muy controvertida, que es obligatoria en 10 grados y que muchos padres de familia piensan que obliga a enseñar el relativismo. A pesar de que el 10 % de las escuelas son privadas, también ellas deben enseñar esta materia. Las protestas de padres judíos, católicos y otros, llegaron a los más altos tribunales. En el caso Loyola High School de Montreal versus Quebec, la Corte Suprema canadiense defendió la libertad religiosa en contra del secularismo estatal. Victoria pírrica, ya que el gobierno continúa obligando a que se enseñen las ideas à la mode sobre sexualidad y género. Pero, por otro lado, resiste por ahora la cancel culture – la tendencia a no dar a leer a los alumnos los clásicos de la literatura quebequense.
Alberta y Québec son dos botones de muestra (bastante opuestos) en esta federación antigua, transcontinental, democrática-parlamentaria. Un país que cuenta con un 40 % de católicos (frente a menos del 25 % en Estados Unidos).
El este “laicista” y el oeste libre
La frontera entre las provincias de Québec y Ontario delimita en cierta manera dos Canadás, en cuanto a la libertad de enseñanza. Al oeste, mucha; y al este, laicismo.
La historia de este país explica esta diferencia. Originariamente Québec y Ontario tuvieron sistemas educativos públicos católicos y protestantes. Y por “simetría constitucional”, después de la fundación del país por la ley (del Parlamento británico) del 1 de julio de 1867 de la Norteamérica Británica, las provincias de Ontario y otras más occidentales tuvieron también escuelas estatales religiosas.
Pero hubo cambios dramáticos en las últimas décadas del siglo XX, hacia el laicismo por un lado y hacia la libertad de enseñanza por otro. Como decíamos, en las cinco provincias situadas al oeste de la frontera Ontario-Québec (Ontario, Manitoba, Saskatchewan, Alberta, British Columbia), sigue habiendo hoy en día escuelas católicas y algunas protestantes, subvencionadas total o parcialmente por cada provincia. Esas 5 provincias tienen 27 millones de habitantes, comparados con los 12 millones de habitantes de las provincias más “laicistas” del este, sobre todo Québec y Terranova. Estas últimas han abandonado las escuelas religiosas públicas (aunque existen escuelas privadas, religiosas o no). De hecho, Québec, después de su “revolución francesa” de los años 1960, ha instaurado una especie de “religión civil” a través de su Ministerio de Educación.
Eso sí, gracias a la pandemia, en Québec crece la educación en casa, aunque la proporción está por debajo del porcentaje de home schooling que hay en las provincias mayoritariamente anglófonas (es decir, todas las demás). En todo el país, aproximadamente el 1 % de los estudiantes reciben enseñanza en casa; y el home schooling siempre ha sido legal en todo el Canadá.
Brett Fawcett opina
Brett Fawcett, de Edmonton (Alberta), enseña en la Canadian International School of Guangzhou en China, y es un estudioso de la educación católica canadiense. Ha realizado una investigación cuyas conclusiones vienen aquí como anillo al dedo. En diálogo conmigo, me explica que el principio constitucional básico con respecto a las escuelas “denominacionales” (no olvidemos las escuelas estatales protestantes, aunque estén hoy en vía de extinción) es el siguiente: si una provincia ingresó en la federación canadiense en 1867 o más tarde teniendo protecciones jurídicas explícitas para ese tipo de educación, las legislaturas provinciales no pueden derogarlas sin una modificación constitucional. Gracias a la invasión cultural desde el sur, Canadá está “tiranizada” por ideas de filosofía política estadounidenses. Pero los fundadores de Canadá establecieron un sistema educativo muy diferente del de USA, “por muy buenas razones”.
Fawcett ha investigado la educación estatal católica y prueba que los estudiantes casi siempre aprenden más, abandonan menos los estudios, son más respetados si son indígenas, etc. Es decir, comprueba que ese tipo de educación trae muchas ventajas a la sociedad, amén de ahorrar dinero al fisco. Dice que, en los artículos especializados, la frase “Catholic school advantage” describe en tres palabras este fenómeno. “Sospecho,” dice Fawcett, “que los que critican la educación subvencionada católica conceden sus éxitos sin contradecirlos porque no quieren que nadie se fije demasiado en ellos. Si la gente fuera a fijarse más, y viera cuánto bien hace a los jóvenes, todos los argumentos en contra que parecen tan persuasivos parecerían de repente más débiles. Y no es de ahora; es de siempre que las escuelas católicas han sido mejores, y eso a pesar de la constante oposición, del escepticismo y de las desventajas”.
Estas ventajas las resume Fawcett del siguiente modo: mejores resultados académicos; comunidades más cálidas y acogedoras (por ejemplo, para los indígenas, los inmigrantes, los no católicos); y el hecho decisivo de que muchos padres (incluso musulmanes, cristianos no católicos y otros) escogen estas escuelas. Fawcett argumenta con una visión global. Explica que sucede lo mismo en muchos otros países, como Estados Unidos (la juez de la Corte Suprema Sonia Sotomayor contó al New York Times que niños afroamericanos y latinos como ella pudieron ascender de sus orígenes humildes a carreras exitosas gracias a las escuelas católicas), Chile, Holanda, el Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, etc.
Además, ha hecho un análisis histórico en el que señala las luchas desde el inicio del país por establecer y mantener estas escuelas. En este sentido destaca el inmigrante católico irlandés Thomas D’Arcy McGee, político montrealense que en los años 60 del siglo XIX contribuyó decisivamente, junto con un opositor político protestante, a incorporar en la constitución canadiense el principio constitucional arriba mencionado.
Añade Fawcett que el multiculturalismo canadiense -una filosofía política distinta del “crisol cultural” estadounidense- se apoya en gran parte en las escuelas estatales religiosas. ¡Las culturas dominantes son mucho más “asimilacionistas” cuando… dominan! Esto se comprueba en Québec hoy, cuando los gobiernos, una vez abolidas en 1997 las escuelas estatales religiosas, imponen las ideologías de turno (gay, de género), desconociendo el concepto del derecho de los padres a la educación de sus hijos.
Fawcett cita a John Stuart Mill: ya el filósofo inglés advirtió que la diversidad de educación es de una importancia indecible.
“Canadá siempre quiso ser una sociedad multicultural. La razón por la que poblaciones francesas e inglesas de la América del Norte británica estuvieron dispuestas a unirse para formar una nación, a pesar de las tensiones entre ellas, fue que querían proteger sus respectivas civilizaciones de ser absorbidas en la carne triturada de los Estados Unidos”
“Las escuelas católicas preservan la valiosa diversidad de culturas, incluyendo, por ejemplo, el hecho de que estudiantes musulmanes pueden rezar sus oraciones en un colegio católico de Toronto”.
“El gran filósofo canadiense George P. Grant, en su libro Lament for a Nation, de 1965, recordaba a sus lectores que Canadá fue fundado por dos civilizaciones religiosas que querían preservarse de la invasiva sociedad liberal de Estados Unidos. La razón por la cual tuvieron que formar otra nación fue para resistir a los Estados Unidos, porque era imperialista. Era una nación seductora y atractiva, erradicó a otras culturas e impuso la suya”.
“Grant argumentó que, dado que el liberalismo ve como bien primario al individuo atomizado y a sus deseos, está vinculado a la tecnología, que a su vez está relacionada con la satisfacción del deseo del individuo. Una sociedad basada en el liberalismo tecnológico juzga todo en relación con la utilidad de la tecnología. Si una cultura obstaculiza a la tecnología, esa cultura es barrida sin contemplaciones”.