“En estos días el pensamiento se ha dirigido muchas veces al accidente ferroviario que sucedió en Grecia. Muchas víctimas. Rezo por los difuntos y estoy cercano a los heridos y familiares. Que la Virgen los consuele”. Así ha comenzado el Papa sus palabras tras la oración mariana del Ángelus y dar la Bendición desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano, en la Plaza de San Pedro.
Enseguida, el Santo Padre expresó su “dolor por la tragedia que ha sucedido en las aguas de Cutro (Italia). Rezo por las numerosas víctimas del naufragio, por los que han sobrevivido y sus familiares. Manifiesto mi aprecio y mi gratitud a la población local, y a la instituciones por la solidaridad y la acogida a estos hermanos nuestros”.
A continuación, el Romano Pontífice renovó su “llamamiento para que no se repitan semejantes tragedias, que los traficantes de personas sean detenidos, y que no continúen disponiendo de la vida de las personas, de tanta gente, que el viaje de la esperanza no se transforme en el viaje de la muerte, que las aguas del Mediterráneo no sean ensangrentadas por estos dramáticos incidentes. Que el Señor nos dé la fuerza de entender y de llorar”.
Es un mensaje que el Papa Francisco ha lanzado en numerosas ocasiones, por ejemplo en la isla griega de Lesbos, en su viaje apostólico a Grecia y Chipre, y en tantos lugares.
En ese momento, el Santo Padre se quedó un rato en un silencio de reflexión y oración, y pasó después a saludar a romanos y peregrinos de Italia y numerosos países. En particular, el Santo Padre se dirigió a la comunidad ucraniana de Milán, que ha peregrinado a Roma “con ocasión del IV centenario del martirio del obispo san Josafat, que dio la vida por la unidad de los cristianos”. Agradeció el Papa su “compromiso de acogida”, y pidió que “el Señor, por la intercesión de san Josafat, pueda dar paz al martirizado pueblo de Ucrania”.
El Santo Padre saludó también a peregrinos de Lituania, que celebran a san Casimiro, y a comunidades de Zaragoza y Murcia, y de Burkina Faso, entre otros.
Con Jesús, “la belleza luminosa del amor”
En esteÁngelus del segundo Domingo de Cuaresma, que proclama el Evangelio de la Transfiguración, el Papa Francisco manifestó que “es estando con Jesús como aprendemos a reconocer, en su rostro, la belleza luminosa del amor que se entrega, incluso cuando lleva las marcas de la cruz”, y a “captar la misma belleza en los rostros” de los demás”.
“Jesús lleva consigo, sobre el monte, a Pedro, Santiago y Juan y se revela ante ellos en toda su belleza de Hijo de Dios (cf. Mt 17,1-9)”, comenzó manifestando el Papa. “Preguntémonos: ¿En qué consiste esta belleza? ¿Qué ven los discípulos? ¿Un efecto especial? No, no es eso. Ven la luz de la santidad de Dios resplandecer en el rostro y en las vestimentas de Jesús, imagen perfecta del Padre”.
Y comentó a continuación: “Pero Dios es Amor, y, por lo tanto, los discípulos han visto con sus ojos la belleza y el esplendor del Amor divino encarnado en Cristo. Un anticipo del paraíso. ¡Qué sorpresa para los discípulos! ¡Habían tenido bajo sus ojos durante tanto tiempo el rostro del Amor y no se habían dado cuenta de lo hermoso que era! Solo ahora se dan cuenta, con inmensa alegría”.
“La escuela de Jesús”
“Este Evangelio traza también para nosotros un camino: nos enseña lo importante que es estar con Jesús, incluso cuando no es fácil entender todo lo que dice y lo que hace por nosotros”.
“Es estando con Él, de hecho, como aprendemos a reconocer, en su rostro, la belleza luminosa del amor que se entrega, incluso cuando lleva las marcas de la cruz”, afirmó el Papa Francisco. “Y es en su escuela donde aprendemos a captar la misma belleza en los rostros de las personas que cada día caminan junto a nosotros: los familiares, los amigos, los colegas, quienes en diversos modos cuidan de nosotros. ¡Cuántos rostros luminosos, cuántas sonrisas, cuántas arrugas, cuántas lágrimas y cicatrices hablan de amor en torno a nosotros!”
“Aprendamos a reconocerlas y a llenarnos el corazón con ellas”, alentó el Papa. “Y después partamos, para llevar también a los demás la luz que hemos recibido, con las obras concretas del amor (cf. 1 Jn 3,18), sumergiéndose con más generosidad en las tareas cotidianas, amando, sirviendo y perdonando con más entusiasmo y disponibilidad”.
Francisco sugirió efectuar un poco de examen de conciencia, del siguiente modo: “Podemos preguntarnos: ¿Sabemos reconocer la luz del amor de Dios en nuestra vida? ¿La reconocemos con alegría y gratitud en los rostros de las personas que nos quieren? ¿Buscamos en torno a nosotros las señales de esta luz, que nos llena el corazón y lo abre al amor y al servicio? ¿O preferimos los fuegos de paja de los ídolos, que nos alienan y nos cierran en nosotros mismos?”
“La belleza de Jesús les da fuerza”
“Jesús, en realidad, con esta experiencia los está formando, los está preparando para un paso todavía más importante. De ahí en poco tiempo, de hecho, deberán saber reconocer en Él la misma belleza, cuando suba a la cruz y su rostro se desfigure”, añadió el Papa.
“A Pedro le cuesta entender”, prosiguió. “Quisiera detener el tiempo, poner la escena en “pausa”, estar allí y alargar esta experiencia maravillosa; pero Jesús no lo permite. Su luz, de hecho, no se puede reducir a un “momento mágico”. Así se convertiría en algo falso, artificial, que se disuelve en la niebla de los sentimientos pasajeros”.
Para concluir, el Santo Padre señaló que “al contrario, Cristo es la luz que orienta el camino, como la columna de fuego para el pueblo en el desierto (cf. Ex 13,21). La belleza de Jesús no aparta a los discípulos de la realidad de la vida, sino que les da la fuerza para seguirlo hasta Jerusalén, hasta la cruz. Que María, que ha custodiado en el corazón la luz de su Hijo, también en la oscuridad del Calvario, nos acompañe siempre en el camino del amor”.