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Pablo VI, del Concilio Vaticano II al diálogo con el mundo

Impulso ecuménico y renovación pastoral del Concilio, reformas eclesiales, diálogo con todos, encuentro con el Patriarca Atenágoras I, históricas intervenciones en la ONU, Bombay o Medellín, y encíclicas como Ecclesiam Suam, Populorom Progressio o Humanae Vitae. Así fue el pontificado de Pablo VI, persona de oración profunda y serena reflexión.

Mª Teresa Compte Grau·15 de octubre de 2018·Tiempo de lectura: 7 minutos

“El pontificado de Pablo VI ha quedado ya definido ante la Historia, sean cuales fueren sus últimos resultados, tanto si fracasa como si triunfa ya que, en todo caso será el pontificado de un Papa que intentó verdaderamente dialogar con todos los hombres”. Estas palabras las escribió el filósofo y amigo de Pablo VI, Jean Guitton, en su libro Diálogos con Pablo VI, publicado en 1967.
Era la primera vez que un Papa dialogaba abiertamente con un laico. Y, en este caso, con un laico a quien L’Osservatore Romano, el periódico del Papa, había afeado el atrevimiento de escribir un libro sobre la Virgen María. Pero al Papa no le importó. Se había tomado en serio el diálogo Iglesia-mundo y el papel de los laicos en el seno de la Iglesia.

Recorrido biográfico

Nacido el 26 de septiembre de 1897, Giovani Battista Montini, creció viviendo de cerca el fragor de la batalla periodística y política. Su padre, Giorgio Montini, periodista y abogado, fue además, parlamentario por el Partido Popular fundado por Dom Sturzo y presidente de la Acción Católica. A los 23 años, Montini fue ordenado sacerdote; a los 25 se incorporó a la Secretaría de Estado y solo un año después fue destinado a Polonia. De regreso a Roma, y desde su trabajo en la Secretaría de Estado, fue tejiendo una relación estrecha y de confianza con el cardenal Pacelli. Cuando éste fue nombrado Papa en 1939, Montini se convirtió junto al cardenal Tardini en uno de los más estrechos colaboradores de Pío XII.

En 1954, Pío XII nombró arzobispo de Milán a Montini. Desde esta archidiócesis, entabló numerosos encuentros con trabajadores y sindicatos, políticos, artistas e intelectuales, lo que le valió las primeras críticas de aquellos que siempre le miraron con recelo por liberal y progresista. Fue Juan XXIII quien le nombró cardenal en diciembre de 1958, lo que le llevó en varias ocasiones a África y Estados Unidos. En 1961, cuando Juan XXIII había anunciado ya la convocatoria del Concilio Vaticano II, fue nombrado para la Comisión Preparatoria Central, así como miembro de la Comisión de Asuntos Extraordinarios. Solo dos años más tarde, en 1963, sería elegido Papa.

Renovación y reformas

Cuentan que cuando Juan XXIII anunció la convocatoria del Concilio Vaticano II, Montini, entonces arzobispo de Milán, exclamó: “Este muchacho no sabe el nido de avispas que está despertando”. A Pablo VI le correspondería, a partir del mes de junio de 1963, hacer posible que la convocatoria que cuatro años antes había hecho Juan XXIII diera frutos, y frutos que perduraran. Y así, fue Pablo VI quien hizo posible la culminación del Concilio Vaticano II y su clausura en diciembre de 1965. Y si ardua fue esta tarea, no lo sería menos la de acompañar, alentar y conducir la ingente obra que fue el posconcilio.

A Pablo VI debemos el impulso ecuménico y la renovación pastoral del Vaticano II, las reformas eclesiales en materia de sinodalidad, la creación de las Conferencias Episcopales, así como las reformas de las elecciones papales y la definitiva reforma litúrgica que alentó el Concilio. Las reformas que Pablo VI fue orientando hacia el interior de la Iglesia católica fueron acompañadas de reformas muy importantes también por lo que se refiere a las relaciones Iglesia-mundo según las enseñanzas de la constitución pastoral Gaudium et Spes.

Pablo VI fue el Papa del diálogo, así lo atestigua si primera Encíclica Eclesiam Suam (1964). Fue el primer Papa en realizar viajes internacionales. Recordemos la visita a la Organización de Naciones Unidas en el 20 aniversario de su fundación, su discurso ante la sede de la OIT durante su viaje a Suiza, así como sus viajes a Bombay, con motivo del Congreso Eucarístico Internacional, y a Medellín para celebrar la II Asamblea General del CE. No se puede olvidar su trascendental viaje a Tierra Santa en el que se encontró con el Patriarca de Constantinopla Atenágoras I y con el que ex-presaba su apuesta decidida por el camino del ecumenismo, o los viajes a Uganda, Irán, Hong Kong, Sri Lanka, Filipinas e Indonesia, entre otros.

Pablo VI instituyó la Jornada Mundial de la Paz, creó el Pontificio Consejo Justicia y Paz, recon-dujo la Doctrina Social de la Iglesia en la línea iniciada por el Concilio Vaticano II, reformó la Diplomacia Vaticana, ahondó en la Ostpolitik iniciada durante el pontificado de Juan XXIII, y celebró seis consistorios cardenalicios en los que profundizó en la internacionalización del cardenalato, tal y como habían hecho sus antecesores.

Digno de ser tenido muy en cuenta es la presencia y aliento del Papa en el III Congreso Mundial de Apostolado Seglar, encuentro de un alto valor para el laicado español sumido en una profunda crisis como consecuencia de las resistencias episcopales a profundizar en la autonomía del laicado, o la convocatoria de la primera Comisión Vaticana de estudio sobre la mujer a comienzos de la década de los setenta.

Pablo VI fue un Papa reformador que en quince años de Pontificado publicó seis encíclicas, catorce exhortaciones apostólicas, y más de cien cartas apostólicas. De entre todos sus documentos magisteriales destacan de manera sobresaliente su primera encíclica, Ecclesiam Suam, publicada el día 6 de agosto de 1964; Populorum Progressio, publicada el día 26 de marzo de 1967 y, con toda seguridad, Humanae Vitae, publicada el 25 de julio de 1968.
Junto a estos tres grandes documentos, hay otros dos que han tenido un importante impacto para el gran público: la exhortación apostólica Evangeli Nuntiandi, publicada el día 8 de diciembre de 1975, y la carta apostólica Octogesima Adveniens que, en conmemoración de la encíclica Rerum Novarum de León XIII, fue publicada el día 14 de mayo de 1971.

Una mirada a su Magisterio

Ecclesiam Suam, conocida como encíclica del diálogo, es, de algún modo, la que marca el pontificado de Pablo VI, si nos atenemos, entre otras, a las palabras del filósofo Jean Guitton que se recogen al comienzo de estas páginas. Pablo VI creyó y trabajó desde el Papado para que el encuentro entre la Iglesia y el mundo, en la estela teológico-doctrinal del Vaticano II, permitiera un conocimiento recíproco del que pudieran brotar relaciones sinceras de amistad.

Pablo VI creyó firmemente en el diálogo como camino y como estilo que permite buscar la verdad en el otro y en uno mismo. La claridad, la mansedumbre, la confianza y la prudencia son las características de un coloquio que permite hacerse entender desde la humildad y que solo es posible si se confía plenamente en la propia palabra y en la acogida del otro para avanzar en el camino de la verdad.

Es desde la lógica del diálogo desde donde avanzó Pablo VI en su Magisterio social. El diálogo con el mundo exige estar atento a los signos de los tiempos y a las injusticias que comprometen la dignidad humana. Populorum Progressio, la “magna carta del desarrollo”, es una respuesta a la llamada que el Concilio Vaticano II hace a toda la Iglesia, especialmente en su constitución pastoral Gaudium et Spes (GS), para que se haga respuesta a los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres y las mujeres de su tiempo.

La década de los sesenta, rica en contrastes y paradojas, permitió que el mundo conociera los profundos desequilibrios y desigualdades entre un mundo rico instalado en la estabilidad y la riqueza y un mundo empobrecido en el que los seres humanos carecían de los bienes más básicos para su supervivencia. En un mundo en el que se imponía la lógica del crecimiento económico, Populorum Progressio se atrevió a cuestionar el nuevo evangelio desarrollista. Si el crecimiento económico es necesario, escribía el Papa recordando GS, si nuestro mundo necesita técnicos, añadía, más aún necesita hombres de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo. El desarrollo, el verdadero desarrollo para todos los seres humanos y para todos los pueblos, es el paso de condiciones de vida menos humanas a condiciones de vida más humanas. Porque la razón de ser del desarrollo no reside en el tener, sino en el ser y, por lo tanto, en el desarrollo pleno de la vocación a la que todos y cada uno estamos llamados.

Y a esta tarea, a la tarea de la humanización plena, sirve el cristianismo. Como recogía la Exhortación Evangelii Nuntiandi, “(…) entre Evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes. Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir y de justicia que hay que restaurar”. Porque la salvación y la santificación, no lo olvidemos, pasa también por liberarse de aquellas situaciones de injusticia que impiden el desarrollo pleno de nuestra humanidad o, lo que es lo mismo, el desarrollo pleno de nuestra vocación que, en último término es la llamada a la santificación.

La buena prensa de la que gozaron los tres documentos citados pareció ensombrecer con la publicación de la Encíclica Humanae Vitae. Razones históricas y culturales explican que todas las mira-das que se lanzaron sobre este documento se centraran en la cuestión de la moralidad o inmoralidad de los medios artificiales para la toma de decisiones responsables en la cuestión de la maternidad y la paternidad. Creo, sinceramente, que es injusto. Y que la injusticia la cometieron y la siguen cometiendo, a partes iguales, quienes siguen empeñados en reducir ese documento a esta cuestión cuando, en realidad, se trata de cuestiones previas.

Pablo VI habló del amor conyugal, de la transmisión de la vida y del cuidado de la vida. Humanae Vitae ha sido un documento secuestrado durante decenios que marcó profundamente al Papa Pablo VI y que ha marcado también profundamente a la Iglesia católica hacia su interior. La cuestión merece, después de la atención que el Papa Francisco le ha dedicado en su 50 Aniversario, una nueva mirada en un mundo en el que la vida humana corre el riesgo de quedar reducida a una fuerza cuyo valor reside en su productividad y, por lo tanto, en los beneficios y la rentabilidad que esta pueda producir.

Amistades y diálogo

Quizás merecería la pena releer Humanae Vitae a la luz de lo que solo tres años más tarde publicó Pablo VI en Octogesima Adveniens con relación al paradigma tecnocrático y al modo invasivo que la razón científico-técnica despliega sobre la existencia humana. En el fondo esa misma crítica era la que subyacía en Populorum Progressio al denunciar el desarrollismo basado en el dominio técnico y el crecimiento económico. Abordar la cuestión de la vida humana desde estas perspectivas nos ayudaría en nuestros días a vincular vida humana y justicia social para así responder mejor a las angustias y las tristezas, las alegrías y los gozos de las mujeres y los hombres de nuestro tiempo.

Pablo VI, como algunos malévolamente han sostenido, no fue un Papa hamletiano, sino un hombre de oración profunda y serena reflexión, que cultivó la amistad de filósofos e intelectuales. Fue un amigo que lloró y suplicó en el secuestro y asesinato de Aldo Moro, que supo encontrarse y dialogar con quienes, aparentemente o de manera declarada, estaban lejos de la fe cristiana y de la Iglesia católica, un hombre de una profunda devoción mariana al que gustaba recitar los hermosos versos del Canto XXXIII de la Divina Comedia y que dicen así: “Vergine Madre, figlia del tuo figlio, umile e alta più che creatura, termine fisso d’etterno consiglio, Donna, se’ tanto grande e tanto vali, che qual vuol grazia e a te non ricorre, sua disïanza vuol volar sanz’ ali. In te misericordia, in te pietate, in te magnificenza, in te s’aduna quantunque in creatura è di bontate” (Dante, Divina Comedia, Canto XXXIII): “Virgen Madre, hija de tu Hijo, humilde y alta más que otra criatura, término fijo del consejo eterno. Señora, eres tan grande y vales tanto, que quien quiere gracias y a ti no se acoge, su deseo quiere que sin alas vuele. En ti misericordia, en ti piedad, en ti magnificencia, en ti se aduna cuanto en la criatura hay de bondad” (Dante, Divina Comedia, Canto XXXIII).

El autorMª Teresa Compte Grau

Fundación Pablo VI

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