«Crear una mesa internacional sobre las nuevas tecnologías». Esta es una de las propuestas surgidas de la Asamblea General de la Pontificia Academia para la Vida, que concluyó el miércoles 22 de febrero. La formuló el presidente, monseñor Vincenzo Paglia, durante la rueda de prensa de presentación celebrada ayer en la Oficina de Prensa de la Santa Sede. Sobre la mesa, explicó, está la reflexión «sobre las tecnologías emergentes y convergentes, como la nanotecnología, la inteligencia artificial, los algoritmos, las intervenciones sobre el genoma, la neurociencia: todos temas que el Papa Francisco ya nos había instado a abordar en la Carta «Humana Communitas«, que había escrito con motivo del 25 aniversario de la Academia Pontificia».
«La Academia ya había afrontado el desafío que representa para la humanidad la frontera de la Inteligencia Artificial, que en los últimos meses ha ocupado los titulares de muchos periódicos», subrayó Paglia, recordando que «en febrero de 2020 se firmó en Roma la Llamada de Roma y el pasado mes de enero contó también con la presencia de líderes del judaísmo y del islam».
Antropología y tecnología
«El año que viene iremos a Hiroshima para la firma con las otras religiones del mundo, a la vez que se han sumado varias universidades del planeta, otras instituciones como Confindustria, y el propio mundo de la política», anunció Paglia, señalando que «en esta Asamblea el tema ha versado sobre la interacción sistémica de estas tecnologías emergentes y convergentes que se están desarrollando tan rápidamente, que sí pueden aportar una enorme contribución a la mejora de la humanidad, pero al mismo tiempo pueden llevar a una modificación radical del ser humano. Hablamos de posthumanismo, de hombre empoderado, etc.
Hace unos años, en la Asamblea General en la que debatíamos sobre robótica, el científico japonés Ishiguro Hiroshi habló de la humanidad actual como la última generación orgánica, la siguiente sería sintética. Estaríamos ante la transformación radical de lo humano».
La Pontificia Academia para la Vida, por tanto, ‘sintió la responsabilidad de afrontar esta nueva frontera que implica radicalmente al ser humano, consciente de que la dimensión ética es indispensable para salvar, precisamente, al ser humano común’.
Los desafíos de las nuevas tecnologías
Entre los temas que centran la mesa internacional sobre las nuevas tecnologías emergentes, al responder a las preguntas de los periodistas, Paglia mencionó el de la posesión de datos, en el que «los propios gobiernos están interpelados, porque hay redes que corren el riesgo de ser más poderosas que los propios Estados. No podemos abandonar el mundo a la deriva de una actitud salvaje», advirtió el obispo, recordando también «la nueva frontera del espacio, en la que están actuando científicos chinos, americanos, rusos. Espero que haya conquistas espaciales: ¿se mantendrá esta fraternidad en el espacio, mientras en la tierra nos hacemos la guerra unos a otros?».
Otro tema a abordar con cuidado: «El reconocimiento facial, si no hay una regulación legal se corre el riesgo de crear desequilibrios», por lo que, en opinión de Paglia, estamos llamados a reflexionar sobre la necesidad de «un nuevo humanismo, porque queremos seguir siendo humanos, lo transhumano no nos manda a la gloria».
El compromiso de la Pontificia Academia para la Vida, añadió en la conferencia el Canciller monseñor Renzo Pegoraro, se mueve desde ‘una perspectiva interdisciplinar y transdisciplinar, gracias a la contribución de los mayores expertos mundiales en estos campos (un corpus de 160 académicos, en los cinco continentes), para captar los efectos positivos -en el campo de la salud, la asistencia sanitaria, el medio ambiente, la lucha contra la pobreza- que surgen de las tecnologías convergentes». Sin embargo, para hacer frente a los temores, riesgos e incertidumbres y, al mismo tiempo, proteger el valor de la persona, su integridad y favorecer la búsqueda del bien común, «es necesaria una gobernanza», prosiguió Pegoraro, «que se desarrolle mediante una legislación adecuada y actualizada, pero también mediante una labor de información y educación sobre el uso de las propias tecnologías».
Por último, intervinieron el profesor Roger Strand (Universidad de Bergen, Noruega) y la profesora Laura Palazzani (Universidad Lumsa, Roma). «Mi mensaje principal», dijo Strand, «es que las tecnologías convergentes y las cuestiones éticas que plantean están vinculadas a las características estructurales de las sociedades modernas y deben abordarse como tales. Ni la ciencia ni la tecnología surgen en el vacío, sino que se coproducen con la sociedad en la que tienen lugar. La ciencia y la tecnología conforman y son conformadas por otras instituciones y prácticas, como la política y la economía. Las cuestiones éticas de las tecnologías convergentes se entrelazan con la economía política de la tecnociencia, con las agendas políticas de innovación y de crecimiento económico, con las fuerzas del mercado, las ideologías y las culturas del materialismo y el consumismo. Están enredadas en lo que la Encíclica Laudato Si’ llamó acertadamente el paradigma tecnocrático».
¿Cómo, entonces, orientar las trayectorias tecnológicas hacia el bien común? «Es necesario desafiar -según el académico noruego- el paradigma tecnocrático e integrarlo con las preocupaciones por la identidad, la dignidad y la prosperidad humanas. Puede llevar generaciones orientar la tecnociencia hacia el bien común. El mundo de las tecnologías convergentes recuerda a un Mundo Feliz, no necesariamente totalitario pero sí totalizador en su planteamiento. Deberíamos preguntarnos: ¿puede esta o aquella trayectoria sociotécnica ayudarnos a recordar cómo pueden ser realmente nuestras vidas y apoyarnos para vivirlas?».
El debate de la bioética
El debate teórico, en sus inicios, esbozaba la división entre los bio optimistas tecnofílicos que ensalzan las tecnologías emergentes y los bio pesimistas tecnofóbicos que demonizan las tecnologías. No se trata de elegir entre los dos extremos, señaló Palazzani, sino de reflexionar, caso por caso, sobre cada tecnología y aplicación, para poner de relieve dentro de qué límites se puede permitir y regular el progreso en una perspectiva centrada en el ser humano (contra la tecnocracia y el tecnocentrismo), que ponga en el centro la dignidad humana y el bien común de la sociedad entendida en sentido global.
«La ética -es la reflexión del conferenciante de Lumsa- está llamada a una mirada «prudente». Se trata de justificar los límites del desarrollo tecnocientífico, sobre todo en sus formas radicales invasivas e irreversibles. El riesgo es que el ansia de perfección nos haga olvidar el límite constitutivo del hombre que, jugando a ser Dios, se olvida de sí mismo».
El Papa también habló de los riesgos de una deriva en cuestiones de bioética, en la audiencia concedida a la Pontificia Academia para la Vida, el pasado 20 de febrero. «Es paradójico hablar de un hombre ‘acrecentado’ si se olvida que el cuerpo humano se refiere al bien integral de la persona y, por tanto, no puede identificarse sólo con el organismo biológico», admonición de Francisco, según la cual «un enfoque equivocado en este campo termina en realidad no con ‘acrecentar’, sino con ‘comprimir’ al hombre». De ahí «la importancia del conocimiento a escala humana, orgánica», también en el ámbito teológico.