¿Por qué los cristianos celebran el nacimiento de Jesucristo el 25 de diciembre? Desde el Renacimiento, se ha extendido la creencia de que esta fecha se eligió sólo para sustituir el antiguo culto al «Sol Invictus», cuya solemnidad caía precisamente en esa fecha (“dies Solis Invicti”) que, en el calendario juliano, correspondía al solsticio de invierno, es decir, a la boda de la noche más larga y el día más corto del año.
¿Qué era, o mejor dicho, quién era este «Sol Invictus»? Era precisamente la personificación del sol, identificado con Helios, Gebal y, en última instancia, con Mitra, en una especie de asimilación monoteísta entre la deidad y el astro solar. El culto al «Sol Invictus» se originó en Oriente (en particular, en Egipto y Siria), donde las celebraciones del rito del nacimiento del Sol implicaban que los fieles, desde los santuarios donde se reunían, salieran a medianoche para anunciar que la Virgen había dado a luz al Sol, representado como un niño. Desde Oriente, el culto se extendió a Roma y Occidente.
¿Es realmente la única razón por la que celebramos la Navidad en esta época del año? Tal vez no. De hecho, los descubrimientos en Qumrán han permitido establecer que sí tenemos motivos para celebrar la Navidad el 25 de diciembre.
El año y el día del nacimiento de Jesús
Recordemos, en primer lugar, que Dionisio el Menor, el monje que en el año 533 calculó el año de inicio de la era cristiana, retrasó unos seis años el nacimiento de Cristo, que, por tanto, habría venido al mundo en torno al año 6 antes de Cristo. ¿Tenemos alguna otra pista al respecto? Sí, la muerte de Herodes el Grande en el año 4 a.C., ya que murió en esa época y sabemos que tuvieron que pasar más o menos dos años entre el nacimiento de Jesús y la muerte del rey, lo que coincidiría con el año 6 a.C.
Sabemos, pues, de nuevo por el evangelista Lucas (el más rico en detalles en la narración de cómo se produjo el nacimiento de Jesús) que María se quedó embarazada cuando su prima Isabel estaba ya de seis meses. Los cristianos occidentales siempre han celebrado la Anunciación a María el 25 de marzo, es decir, nueve meses antes de Navidad. Los orientales, por su parte, celebran también la Anunciación a Zacarías (padre de Juan el Bautista y esposo de Isabel) el 23 de septiembre. Lucas entra en más detalles al contarnos que, en el momento en que Zacarías se enteró de que su mujer, ya tan mayor como él, quedaría embarazada, estaba sirviendo en el Templo, siendo de casta sacerdotal, según la clase de Abia. Sin embargo, el propio Lucas, escribiendo en una época en la que el Templo aún funcionaba y las clases sacerdotales seguían sus rotaciones perennes, no explicita, dándolo por hecho, el momento en el que la clase de Abia prestaba sus servicios. Pues bien, numerosos fragmentos del Libro de los Jubileos, encontrados precisamente en Qumrán, han permitido a estudiosos como Annie Jaubert y el judío israelí Shemarjahu Talmon reconstruir con precisión que el turno de Abia tenía lugar dos veces al año: el primero del 8 al 14 del tercer mes del calendario hebreo, el segundo del 24 al 30 del octavo mes del mismo calendario, correspondiendo así a la última decena de septiembre, en perfecta armonía con la fiesta oriental del 23 de septiembre y a seis meses del 25 de marzo, lo que haría suponer que el nacimiento de Jesús tuvo lugar realmente en la última decena de diciembre y que, por tanto, tiene sentido celebrar la Navidad en esta época del año, ¡si no en este día!
El censo de César Augusto
Por el evangelio de Lucas (cap. 2) sabemos que el nacimiento de Jesús coincidió con un censo realizado en toda la tierra por César Augusto:
“En aquellos días un decreto de César Augusto ordenó que se hiciera un censo de toda la tierra. Este primer censo se hizo cuando Quirino era gobernador de Siria. Todos fueron a empadronarse, cada uno en su ciudad”.
¿Qué sabemos al respecto? Por lo que leemos en las líneas VII, VIII y X de la transcripción de las “Res gestae” de Augusto que se encuentra en el “Ara Pacis” de Roma, nos enteramos de que César Octavio Augusto censó a toda la población romana tres veces, en los años 28 a.C., 8 a.C. y 14 d.C. En este contexto hay que situar el famoso censo relatado en el Evangelio de Lucas (Lc 2,1).
En la antigüedad, la realización de un censo de toda la tierra tenía que llevar, obviamente, un cierto tiempo antes de que se terminara el censo. Y aquí otra aclaración del evangelista Lucas nos da una pista: Quirino era el gobernador de Siria cuando se hizo este «primer» censo. Pues bien, P. Sulpicio Quirino fue gobernador de Siria probablemente desde el año 6-7 d.C. Hay opiniones divergentes de los historiadores sobre esta cuestión: algunos suponen, de hecho, según el llamado Lápido de Tívoli (en latín “Lapis” o “Titulus Tiburtinus”) que el propio Cirenio tuvo un mandato anterior en los años 8-6 a.C. (lo que sería compatible tanto con la fecha del censo de Augusto como con el nacimiento de Jesús); otros, sin embargo, traducen el término «primero» (que en latín y griego, al ser neutro, puede tener también valor adverbial) como «antes de que Cirenio fuera gobernador de Siria». Ambas hipótesis son admisibles, por lo que lo que se narra en los evangelios sobre la realización del censo en la época del nacimiento de Jesús es plausible.
En Belén de Judea
Belén es hoy una ciudad de Cisjordania y no tiene nada de bucólico ni de pesebre. Sin embargo, hace dos mil años era una pequeña ciudad, conocida, no obstante, por ser el hogar del rey David. De aquí, decían las escrituras, debía salir el mesías esperado por el pueblo de Israel (Miqueas, cap. 5).
Además del tiempo, por tanto, se conocía también el lugar en el que iba a nacer este mesías, esperado, como hemos visto, por el pueblo judío y sus vecinos de Oriente.
Es curioso que el nombre de este lugar, compuesto por dos términos hebreos diferentes, significa: ‘casa del pan’ en hebreo (בֵּֽית = bayt o beṯ: casa; לֶ֣חֶם = leḥem: pan); ‘casa de la carne’ en árabe (ﺑﻴﺖ = bayt o beyt, casa; لَحْمٍ = laḥm, carne); ‘casa del pescado’ en las antiguas lenguas sudábricas. Todas las lenguas mencionadas son de origen semítico y, en estos idiomas, a partir de la misma raíz de tres letras, es posible derivar un gran número de palabras relacionadas con el significado original de la raíz de origen. En nuestro caso, el del nombre compuesto Belén, tenemos dos raíces: b-y-t que da lugar a Bayt o Beth; l-ḥ-m que da lugar a Leḥem o Laḥm.
En todos los casos Bayt/Beth significa hogar, pero Laḥm/Leḥem cambia de significado según el idioma.
La respuesta se encuentra en el origen de las poblaciones a las que pertenecen estas lenguas. Los hebreos, al igual que los arameos y otros pueblos semíticos del noroeste, vivían en el llamado «Creciente Fértil», es decir, una vasta zona entre Palestina y Mesopotamia en la que se podía practicar la agricultura, por lo que eran un pueblo sedentario. Su principal medio de vida era, por tanto, el pan. Los árabes, población nómada o seminómada del norte y centro de la Península Arábiga, predominantemente desértica, obtenían su principal sustento de la caza y la agricultura, que hacían de la carne su alimento por excelencia. Por último, los surárabes, que vivían en las costas del sur de la Península Arábiga, tenían el pescado como alimento principal. De ahí que podamos entender por qué la misma palabra, en tres lenguas semíticas diferentes, significa tres alimentos distintos.
En consecuencia, podemos ver cómo Belén tiene, para diferentes pueblos, un significado aparentemente distinto pero de hecho unívoco, ya que indicaría no tanto el hogar del pan, la carne o el pescado, sino el hogar del verdadero alimento, aquel del que no se puede prescindir, aquel del que depende la propia subsistencia, aquel sin el que no se puede vivir.
Curiosamente, Jesús, hablando de sí mismo, dijo: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (Jn 6,51-58).
La historia nos ha transmitido que, ya a mediados del siglo II, San Justino y luego Orígenes, un autor del siglo III, confirmaron que en Belén, tanto los cristianos como los no cristianos, conocían la ubicación exacta de la cueva y el pesebre, y ello porque el emperador Adriano, en el año 135 d.C., con la intención de borrar de la memoria los lugares judíos y judeocristianos de la nueva provincia de Palestina, quiso hacer construir templos paganos exactamente sobre el lugar de los de la antigua fe en la región. Así lo confirman San Jerónimo y San Cirilo de Jerusalén.
Al igual que en Jerusalén, en el lugar de los santuarios en honor a la muerte y resurrección de Jesús, Adriano hizo construir estatuas de Júpiter y Venus (Jerusalén había sido reconstruida entretanto como “Aelia Capitolina”), en Belén se había plantado un bosque sagrado para Tammuz, es decir, Adonis. Sin embargo, gracias al conocimiento de la estratagema de Adriano, el primer emperador cristiano, Constantino y su madre Helena pudieron encontrar los lugares exactos de las primitivas “domus ecclesiæ”, que más tarde se convertirían en pequeñas iglesias, donde se veneraban y guardaban los recuerdos y reliquias de la vida de Jesús de Nazaret.
Escritor, historiador y experto en historia, política y cultura de Oriente Medio.