El lunes 21 de diciembre de 2015 era un día caluroso. El autobús que iba hacia Mandera, en el norte de Kenia, viajaban más personas de lo habitual, ya que de camino tuvo que recoger a los pasajeros de otro vehículo que se había estropeado en la misma ruta. En un momento dado, el conductor tuvo que reducir considerablemente la marcha del transporte debido al mal estado en que se encontraba la carretera (en realidad una vía de tierra). El trazado había sufrido numerosos desperfectos debido a las lluvias torrenciales sufridas en la región poco antes.
Mezclados
En ese momento el conductor vio a tres hombres armados que le daban el alto de pie en medio de la carretera. Pensó que serían algunos soldados del ejército, pero pronto se dio cuenta de su error. Los hombres abrieron fuego contra ellos y le hirieron en una pierna. Inmediatamente detuvo la marcha del autobús.
Al darse cuenta que estas personas seguramente eran miembros de Al-Shabaab (un grupo terrorista originario de Somalia vinculado a Estado Islámico, que lleva años realizando ataques terroristas en Kenia), el conductor y su acompañante alertaron a los pasajeros, entre los que viajaban numerosos cristianos. En un ataque el 28 de diciembre de 2014 en un sitio parecido habían matado a 28 personas, todos cristianos, que no fueron capaces de recitar de memoria textos del Corán como les pedían los terroristas para salvar la vida. Ahora se temían lo peor.
Inmediatamente los pasajeros empezaron a entremezclarse en el autobús para disimular la condición religiosa de cada uno. Las mujeres musulmanas dieron algunos de sus velos u otras prendas a las mujeres cristianas para que no se las pudiese reconocer fácilmente.
Los terroristas, ante la dificultad de distinguir entre los fieles de una religión y otra ordenaron que quienes fueran cristianos se bajaran del autobús. Pero ninguno de los pasajeros se levantó. Los cristianos y los musulmanes estaban juntos, mezclados, codo con codo. Los terroristas empezaron a ponerse nerviosos porque es habitual que estos autobuses lleven una escolta de policías. En este caso, el coche de policía había sufrido una avería y por eso se había retrasado. En cualquier caso, era evidente que la patrulla de la policía que escoltaba al vehículo no tardaría en llegar. Efectivamente, poco después del asalto se escuchó en la lejanía el ruido de un motor que se acercaba. Entonces los terroristas decidieron marcharse, no sin antes asesinar a un pobre hombre que, presa del miedo, había intentado huir solo.
Un acto de patriotismo
Al día siguiente el presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, alabó el patriotismo de nuestros hermanos musulmanes que arriesgaron su propia vida para proteger la de otros kenianos. Sheikh Khalifa, el jefe de los imanes de Kenia, dijo que este valiente acto mostraba las verdaderas enseñanzas del islam: todos tenemos la obligación de cuidar a nuestro prójimo.
Esto nos recuerda lo que el Papa Francisco dijo el 26 de noviembre en una reunión interreligiosa en Nairobi: “Pienso aquí en la importancia de nuestra común convicción, según la cual el Dios a quien buscamos servir es un Dios de la paz. Su santo nombre no debe ser usado jamás para justificar el odio y la violencia. Sé que está aún vivo en sus mentes el recuerdo de los bárbaros ataques al Westgate Mall, al Garissa University College y a Mandera. Con demasiada frecuencia, se radicaliza a los jóvenes en nombre de la religión para sembrar la discordia y el miedo, y para desgarrar el tejido de nuestras sociedades. Es muy importante que se nos reconozca como profetas de paz, constructores de paz que invitan a otros a vivir en paz, armonía y respeto mutuo. Que el Todopoderoso toque el corazón de los que cometen esta violencia y conceda su paz a nuestras familias y a nuestras comunidades”.
En este caso en concreto nuestros hermanos musulmanes nos han dado una bonita lección. Que lo tengamos presente al recibir a refugiados o a otras personas desplazadas o en necesidad en este año de la misericordia.