Cultura

¿Música litúrgica o música en la liturgia?

La música cristiana está experimentando un nuevo fenómeno de masas en muchas comunidades. Algunas de esas nuevas composiciones son interpretadas en la liturgia, especialmente en el ámbito de la adoración eucarística. El presente artículo desea invitar a una nueva consideración de la música litúrgica y proponer un discernimiento ante algunas manifestaciones concretas de nuestras comunidades eclesiales.

Marcos Torres Fernández·9 de octubre de 2024·Tiempo de lectura: 8 minutos
Música

(Unsplash / Lorenzo Spoleti)

La música litúrgica es una realidad perenne en la historia de la salvación. Algunos estudiosos quieren encontrar el inicio del canto litúrgico en la “reforma” del rey David. Sin embargo, la Escritura está repleta desde el inicio de esta manifestación sacramental. ¿Cómo no reconocer en el canto de Moisés cruzando con el pueblo el mar Rojo, uno de los himnos litúrgicos fundacionales de la tradición judeocristiana?

A lo largo de los siglos, la Iglesia se ha sabido heredera de esta forma de culto a Dios y ha expresado la fe “musicalmente”. Dicho de otro modo, ha celebrado la fe alabando y cantando, tal y como los apóstoles lo aprendieron del mismo Hijo de Dios. Este elemento fundamental de la celebración del misterio cristiano se ha ido desarrollando a través de los siglos y de las culturas, siendo vehículo no solo de culto a Dios sino también de evangelización y catequesis. A través de la música, los cristianos han anunciado el kerigma y han aprendido el catecismo.

Transmisión fiel de la fe

Hasta tal punto la música religiosa ha sido importante en la transmisión de la verdad de los contenidos de la fe, que la Iglesia a través de la sucesión apostólica siempre ha cuidado de discernir y verificar las expresiones y formas concretas de las diversas creaciones musicales. En efecto, los pastores, predicadores y misioneros católicos se han servido muchas veces de este medio para transmitir las fórmulas dogmáticas de los concilios, y así, hacer sencillo al pueblo lo complicado. 

¿Quién no ha aprendido el credo Niceno-constantinopolitano cantándolo en la liturgia de la Iglesia? Ahora bien, también los cismáticos y herejes a lo largo de los siglos se sirvieron de las canciones religiosas para extender sus errores. Es célebre cómo los arrianos extendieron entre los fieles su negación de la divinidad del Hijo de Dios a partir de cantos sencillos y pegadizos. Por ello, concilios como el de Laodicea (364) o nuestro Tercer concilio de Toledo (589) llegaron a prohibir determinadas canciones que llenas de errores consiguieron con el tiempo confundir la fe de los sencillos.

En los últimos años, nuestras comunidades y asambleas litúrgicas están experimentando una nueva explosión de creación musical. Este fenómeno lejos de inquietar debe ser considerado como una verdadera oportunidad para impulsar la evangelización y renovar la experiencia litúrgica y espiritual de nuestros fieles. Gracias a la música, y a la música de calidad, el pueblo de Dios puede ser sostenido en la vida cristiana y alimentado en su camino de madurez espiritual. No obstante, aprendiendo de otros periodos de la historia de la Iglesia, conviene acompañar adecuadamente estas nuevas formas y manifestaciones musicales, así como, llevar a cabo un discernimiento teológico y pastoral. A continuación, quisiéramos señalar ciertos aspectos a tener en cuenta y valorar algunas manifestaciones cada vez más comunes.

Música religiosa y música litúrgica

En primer lugar, es conveniente afirmar que no toda música religiosa es música litúrgica. En efecto, no es lo mismo la música de contenido religioso (como por ejemplo, el pop, el rock o el folk cristiano) y la música religiosa, o también llamada popular, que tiene un contexto de devoción, oración de alabanza o de peregrinación. Dicho de otra manera, una cosa son fenómenos musicales como Hillsong, Marcos Witt, Danilo Montero o Matt Maher, y otra, composiciones musicales como una saeta para una procesión de Semana Santa. Esta distinción, no pretender ser un juicio de valor, pues todo este tipo de música posee un gran valor, aunque también una naturaleza y contexto específico. Del mismo modo, no es lo mismo la música cristiana general y religiosa-popular, que la música litúrgica.

Esta distinción tiene un valor propio, pues lógicamente cada expresión de la pastoral y misión de la Iglesia necesitará una expresión particular. Hay una diferencia entre un evento de primer anuncio, una jornada lúdico-festiva de la pastoral juvenil de una diócesis o parroquia, una catequesis de infancia o unas vísperas solemnes en la iglesia del pueblo con motivo de la fiesta del patrón.

Cantar la liturgia

Hecha esta primera distinción, conviene recordar un axioma básico de la música litúrgica en la cual deseamos centrarnos. Esta idea podría expresarse así: No se canta en la liturgia, sino se canta la liturgia. En efecto, la tradición eclesial siempre ha enseñado que la música es un elemento intrínseco a la naturaleza de la liturgia (como bien recordó el Concilio Vaticano II). En la celebración del Misterio, la música no es decoración o complemento sino el mismo ritus y la misma prex.

Los gestos y las palabras intrínsecamente unidas en la celebración sacramental son cantadas, y es por ello, que en la liturgia la melodía siempre ha estado al servicio de la palabra y del significado del rito que se celebra y no al revés. En este sentido, resulta encomiable el esfuerzo constante de los ministros para que el pueblo de Dios cante la liturgia y para que las composiciones litúrgicas acompañen el rito, el texto sagrado, el tiempo litúrgico y la recta expresión de la doctrina católica.

Tradición musical

La misma tradición musical de la Iglesia es testigo de esta realidad. El suceder de los siglos y el discernimiento de la autoridad eclesial han sido el tamiz adecuado que han permitido transmitir sólo aquellos himnos y cantos litúrgicos que poseían una verdadera calidad artística, así como una correcta expresión de la unidad y verdad católicas. Piénsese en el canto gregoriano como uno de los más grandes tesoros de nuestra tradición.

En la actualidad, es preciso acompañar esta explosión de creatividad musical desde el punto de vista litúrgico, teológico y también pastoral. Una primera cuestión en este último ámbito conviene ser atendida por los pastores: ¿La nueva corriente musical de los últimos 25 años está consiguiendo expresar la verdadera fe de la Iglesia? ¿Este tipo de música es “música pop” para cantar en la liturgia, o es verdadera “música litúrgica”, para cantar la liturgia? ¿No se observa, más bien, que esta nueva música lo que está consiguiendo es expresar meros sentimientos religiosos, o conectar con sentimientos religiosos del sujeto postmoderno?

Lugar y momento adecuados

Sin ánimo de generar polémica alguna sino con el deseo de establecer un diálogo sereno y constructivo, tal y como pide el papa Francisco hoy, quisiéramos mostrar dos ejemplos de entre muchos de cómo la música pop cristiana empleada acríticamente en la liturgia puede no responder a la naturaleza propia de esta última: celebrar la fe de la Iglesia.

El primer ejemplo es una canción que ha sido cantada en las exposiciones del Santísimo Sacramento de nuestras parroquias desde hace años: “Milagro de Amor”. La segunda es uno de los éxitos más recientes del panorama musical cristiano que ya está siendo cantado en la liturgia: “La Fila”. Estas composiciones, sin menospreciar el valor musical que puedan tener como movimiento popular, deberían llamar la atención de todo ministro de la Iglesia. Más si cabe, cuando puede ser un medio de aprendizaje de la fe y de expresión de la experiencia espiritual y litúrgica de nuestros jóvenes y no tan jóvenes.

En estas canciones se pueden encontrar afirmaciones que en un sentido “pop” podrían ser quizá interpretadas (con esfuerzo) católicamente, pero que, en cualquier caso, para la celebración litúrgica conllevan tal imprecisión, incluso error doctrinal, que la autoridad eclesiástica debería considerar su aceptación.

Milagro de Amor

En la primera canción, se escucha lo siguiente: “Jesús, aquí presente en forma real. […] Milagro de amor tan infinito en que Tú, mi Dios, te olvidas de tu gloria y de tu majestad por mí”. Esta canción, más allá de la fuerte impronta individualista e intimista que desdice del misterio de comunión eclesial que es la Eucaristía, contiene dos ideas que no se encuentran en la fe de la Iglesia. En primer lugar, Jesucristo en la Eucaristía está en forma sacramental no real. Su presencia es real y verdadera, pero la forma exterior -la especie- es la del pan eucarístico. 

Si se pudiera hablar de una presencia en forma real, más allá de lo extraño de la expresión, sería la forma real de Jesucristo en el cielo que el sacramento hace presente en el altar y en el alma del fiel al comulgar. Si esta idea se puede “forzadamente” entender en sentido católico, la que no puede admitirse es la segunda. Jesucristo presente en la Eucaristía no se ha despojado de su gloria y de su majestad, pues la presencia en el sacramento sólo puede ser la del cielo, exaltada en gloria y sentada a la derecha del Padre. 

De alguna manera, parece como si la letra quisiera contar con la doctrina paulina de Filipenses 2, 6-7, pero esto es sólo atribuible a la encarnación del Verbo, no a la transustanciación del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo. En la Eucaristía, Cristo ya no posee condición de esclavo sino la de “constituido Hijo de Dios en poder según el Espíritu de santidad por la resurrección de entre los muertos” (Rm 1, 4). La forma sacramental, aunque vela la condición exaltada y glorificada de Cristo, no le despoja de ella.

La Fila

Por su parte, la segunda canción posee al menos un par de errores doctrinales no menos graves. Errores que como sucedía en tiempos de Nicea, los fieles pueden cantarlos inconscientemente, pero que no deben ser desatendidos por los ministros, que deben velar por el bien pastoral de los fieles sencillos. En la canción “La Fila” se comienza cantando: “La Fila más importante de mi vida, unos minutos me separan del momento encontrarme con mi amante cara a cara, con Dios carne…”. 

Esta expresión musical, que representa la comunión sacramental como el encuentro íntimo entre los esposos (semejanza por otra parte que no es común en la tradición para hablar del fiel que comulga la Eucaristía), habla del encuentro sacramental como de un encuentro “cara a cara”. Esta formulación no expresa la verdadera fe de la Iglesia, negando la realidad de “velo” o “prenda” del “signo sagrado” y desfigurando la dimensión tanto sacramental como escatológica de nuestra fe. 

Precisamente, la comunión sacramental es una gracia de unión real si el fiel comulga en gracia, pero “en misterio”, bajo el velo sacramental. La comunión “cara a cara” es propia de la visión beatífica en el cielo. ¿Qué idea o expresión de la fe puede llegar a alcanzar quien interioriza el significado de esta letra escuchada viral y repetidamente?

El Verbo se hace carne

Un poco más abajo, otra expresión de la canción afirma de forma tan clara un error doctrinal que resulta difícil una correcta interpretación. Canta así este éxito musical: “Y ligeramente elevado, y con un amén contestado, por fin veo un pan que se ha hecho humano”. Esta letra, que ya está siendo cantada en nuestras celebraciones eucarísticas, afirma una realidad totalmente ajena a la fe cristiana. 

Quien se ha hecho humano es el Verbo de Dios. “Y el Verbo de Dios se ha hecho carne”. Esto es confesado y cantado en la liturgia de la Iglesia, pues Dios se ha hecho verdaderamente hombre sin dejar de ser Dios (concilio de Calcedonia). La “unión hipostática” es una clave fundamental de nuestra fe que es cantada de maneras maravillosas en la música litúrgica. 

Pan y vino transustanciados

Además, si Dios nunca se ha hecho pan (la Iglesia ya condenó en el siglo IX el hablar del cambio sustancial de pan y del vino como si fuera a imagen de la encarnación del Verbo), lo que no tiene ningún precedente en la historia de la teología es que «el pan de las ofrendas se haga hombre». Nuestra fe confiesa que toda la sustancia del pan es transustanciada sólo en la sustancia del cuerpo de Cristo, haciendo presente a Cristo entero por la «real concomitancia».

Igualmente sucede con el vino, el cual es transustanciado sólo en la sangre de Cristo, haciendo presente a Cristo entero por la “real concomitancia”. Por lo tanto, no sólo no tiene sentido hablar de “un pan que se hace hombre”, sino que, si se pudiera hablar así muy figuradamente, tampoco expresaría la naturaleza de la nueva realidad operada por el Espíritu Santo en cada especie. Para rematar la pintoresca expresión, esa conversión del pan en “un humano” deja en tal silencio descorazonador la divinidad de Jesucristo que es difícil aceptar una lectura respetuosa con la fe eucarística.

Probablemente, algunos podamos pensar que un análisis como este de canciones cristianas pop empleadas en la liturgia, es un ejercicio de “teología y pastoral escrupulosa”. El presente artículo tan sólo desea lanzar un reto a todos aquellos agentes de pastoral que deseamos lo mejor para nuestros fieles, esto es, una pastoral que les lleve a vivir una verdadera vivencia madura de la fe en la Iglesia y en nuestra sociedad. Un reto que puede suponer esfuerzo e incluso incomprensión pero que siempre es llevado a cabo por los pastores de la Iglesia como consecuencia del amor a la Iglesia y al pueblo de Dios.

El autorMarcos Torres Fernández

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