España

Mons. Enrique Benavent: “En muchas localidades de Valencia queda por delante una larga tarea de reconstrucción”

La catástrofe provocada por la DANA del 29 de octubre de 2024 marcó un antes y un después para la región de Valencia. Más de 200 vidas perdidas y miles de damnificados conmovieron a toda España. En esta entrevista para Omnes, el arzobispo de Valencia, Monseñor Enrique Benavent, reflexiona sobre el impacto humano, la respuesta solidaria de la Iglesia y el papel de la fe como signo de esperanza en medio de la desolación.

Maria José Atienza·12 de diciembre de 2024·Tiempo de lectura: 6 minutos
Benavent

Nadie en España, pero especialmente en la zona de Valencia y Albacete, olvidará, por mucho tiempo, la tarde del 29 de octubre de 2024. Ese día, una gota fría o depresión aislada en niveles altos (DANA) provocó lluvias torrenciales en la zona del levante español y el desbordamiento de varios ríos y barrancos en la zona mediterránea española. 

El barro y el agua alcanzaron los dos metros en diversas localidades, especialmente en la zona sur de la capital valenciana y las poblaciones cercanas como Catarroja, Paiporta, Algamesí o Aldaya arrastrando coches, inundando casas, garajes y comercios y, sobre todo, segando la vida a más de doscientas personas. 

Más de 30.000 personas tuvieron que ser rescatadas por vecinos, en un primer momento, y fuerzas del orden posteriormente. 

Una catástrofe que supuso, también para la Iglesia, un “terremoto” interior y exterior: sacerdotes, religiosas, voluntarios de todas las edades se echaron a la calle para ayudar a quienes lo han perdido todo. 

Las parroquias de muchas localidades son, aún hoy, un punto de distribución de ayuda material y consuelo espiritual. En este contexto hablamos con Enrique Benavent, arzobispo de Valencia que destaca en esta entrevista la impresionante respuesta de tantas personas, la cercanía del Papa al pueblo valenciano y sobre todo, la necesidad de ser en estos momentos, signo de esperanza.

¿Cómo recuerda el 29 de octubre de 2024?

—En un primer momento no sabíamos muy bien lo que había pasado. Fue a partir del día siguiente cuando empezamos a caer en la cuenta de la magnitud de la tragedia que se estaba viviendo. 

La primera preocupación fue interesarme por los sacerdotes, ver cómo estaban, si había pasado algo a alguien. Tardé dos días en tener noticias de todos y constatar que estaban todos bien. Los mismo con los seminaristas de la zona y de sus familias. Algunos sí que habían sufrido daños materiales, otros no. Pero gracias a Dios no había habido ninguna desgracia personal. 

Convoqué además una primera Misa en la basílica de la Virgen de los Desamparados, donde di dos mensajes: El primero fue poner a toda la Iglesia diocesana al servicio de las personas necesitadas y el segundo que nos ofreciéramos, que todos encontraran en los cristianos una mano amiga. En esos primeros días empecé a visitar las parroquias que habían sido afectadas, comenzando por las de la ciudad de Valencia, porque en los primeros días el acceso a las parroquias y a los pueblos que están fuera de la ciudad era complicado cuando no imposible. 

¿Qué se encontró en estas visitas? 

—He visto mucho sufrimiento, mucho dolor, mucha tristeza en muchas personas. Algunos sacerdotes dijeron, ya los primeros días, Misas de funeral, en un ambiente muy discreto. Las familias que han sufrido la pérdida de un ser querido no quieren aparecer demasiado al público. 

En mis visitas hablé con personas que han perdido no sólo sus viviendas sino todo su entorno vital: la panadería donde van por el pan, el comercio donde solían acercarse a comprar… Todo ha desaparecido bajo el lodo. La comarca de Huerta Sur es, posiblemente, una de las zonas de mayor concentración de empresas de tipo familiar, pequeñas empresas, concesionarios de vehículos, centros comerciales… 

Cuando una persona pierde todos los referentes vitales se encuentra, de repente, desorientada. Todo el mundo agradecía la visita, que te hicieras cercano. Agradecía que celebráramos la Eucaristía, como hicimos en parroquias como la de Paiporta, porque es un signo de cómo la fe nos tiene que ayudar a iluminar esta realidad que estamos viviendo.

¿Cómo consuela la fe en estos momentos de desolación? 

—Pienso que lo primero es acercarse a los afectados manifestando el amor y la cercanía del Señor a los que sufren. Que no se sientan solos, que no se sientan ignorados, que no se sientan abandonados. Después, el dolor irá dando paso, con el tiempo, a nuevos sentimientos. Lo más importante del acompañamiento es saber encontrar la palabra adecuada en el momento adecuado. Pienso que, la clave, es ser esa presencia. Ahora que algunas parroquias están siendo centros de distribución de artículos de primera necesidad, como en La Torre, celebran la, Misa en la plaza muchas veces. Y las personas lo agradecen y respetan esas celebraciones, porque es un signo de que estamos ahí. Pequeños signos que, de alguna manera, manifiestan la presencia de la Iglesia y la presencia de la fe como una pequeña luz, pero que tiene que iluminar la vida de esas personas. 

Hemos visto sacerdotes embarrados hasta el cuello, monjas descargando palés y muchos, muchísimos jóvenes que han respondido a una llamada de solidaridad y que siguen ahí. ¿Está siendo un momento de redescubrir la fuerza de la llamada de la ayuda a los demás?

—Pienso que estas ocasiones pueden convertirse en una llamada para los jóvenes. De hecho, han respondido. Los he visto allí. Muchos de ellos me reconocían en mis visitas por los pueblos y se alegraban de verme.

Además, he visto como hay muchos jóvenes que a lo mejor no son cristianos, pero también han ido a ayudar. Ha sido bonito el testimonio de cómo, en esos momentos, nos hemos sentido hermanos de los que más sufrían. Está siendo testimonio de una solidaridad auténtica, porque es desinteresada, como apuntaba en la homilía de la Misa por las personas afectadas que celebramos todos los obispos españoles en la Catedral de la Almudena durante los días de la Asamblea Plenaria de noviembre de 2024.

Han pasado semanas desde aquellos primeros días de noviembre. ¿Cómo va a seguir la Iglesia presente en este proceso a largo plazo? ¿Han ido trabajando en esto? 

—Cáritas está, desde el principio, intentando dar respuesta a necesidades urgentes, esas primeras necesidades. Hemos tenido muchas donaciones, tantas que, a veces, no sabíamos dónde almacenarlas. 

Con la vista puesta en el futuro, los donativos que estamos recibiendo ayudarán a familias necesitadas a solucionar algún problema a largo plazo. No todos, porque la destrucción es inmensa. Hay pueblos, como Paiporta, en los que no se puede comprar el pan o aceite, porque ha sido todo arrasado… 

Queda por delante una larga tarea de reconstrucción en la que los primeros que deben de tomar la iniciativa y poder los medios han de ser las autoridades. La Iglesia ayudará, porque siempre habrá personas a las que las ayudas públicas no les solucionarán sus carencias. Y a lo mejor la nuestra tampoco, pero si podemos ayudar un poco para, no sé, aminorar el dolor, ahí estaremos. Lo importante ahora es fijarnos en las personas necesitadas.

Hemos tenido reuniones con los vicarios episcopales y los párrocos de las parroquias afectadas para hacer una reflexión común y considerar tanto sobre los daños materiales como sobre la atención pastoral en estas circunstancias. 

La Iglesia, desde siempre, está presente en los barrios, para eso están las parroquias. Las parroquias son presencia de la Iglesia en los barrios de las ciudades o en los pueblos y por eso continuaremos estando atentos a las situaciones de las personas que viven en esos barrios, que viven en esos pueblos y que necesitan una ayuda. Tenemos métodos de escucha, de acompañamiento, y todo eso lo pondremos al servicio de estas parroquias y de quienes lo necesiten.

Ustedes recibieron la visita del cardenal Czerny y el Papa ha seguido muy de cerca a Valencia en estos meses

—Para los sacerdotes para la diócesis han sido gestos muy cercanos, muy consoladores. El Papa ha estado muy cercano, desde un primer mensaje grabado que me mandó a través del presidente de la Conferencia Episcopal Española, a una llamada telefónica personal, dos alusiones en el Ángelus y un momento de oración ante una imagen de la Virgen de los Desamparados, que le regalamos hace medio año, durante una visita de la Junta de la Archicofradía de la Virgen. 

Miles de personas se quedaron sin nada de la noche a la mañana. A veces nos quejamos de la dificultad de predicar en un entorno acomodado que lo tiene todo, pero, ¿y predicar para quien lo ha perdido todo? ¿Es más fácil o al revés?

—No sé, sinceramente, porque la persona que ha sufrido tiene sus interrogantes de fe fuertes en estos momentos. Lo que está claro es que, a veces, como dice el Evangelio referente a Zaqueo, nos creemos ricos y somos pobres. Y solamente cuando caemos en la cuenta de nuestra pobreza, entonces es cuando podemos encontrar la verdadera alegría en Cristo. Nosotros igual, nos creemos ricos, pero somos pobres. Y Zaqueo sabía que era pobre, porque le faltaba lo más importante, que no era el dinero, sino el encuentro con el Señor. 

No podemos terminar sin hablar de la Virgen de los Desamparados, una advocación tan querida en Valencia y que ahora toma tanto significado. ¿Qué le pide usted a la Virgen?

—Le pido que el pueblo de Valencia recupere la esperanza que a lo mejor muchos han perdido. Que experimenten el consuelo de Dios en su corazón y que encuentren siempre que, aun estando desamparados, tienen a su lado una mano amiga, porque las obras de misericordia son obras de esperanza. Eso es lo que yo le pido a la Virgen en estos momentos.

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