Ministras, literatos, filósofos, científicas y religiosas… La segunda edición del congreso Iglesia y Sociedad Democrática, auspiciado por la Fundación Pablo VI, reunió en Madrid, los días 9 y 10 de marzo de 2022, a personas de muy distintos ámbitos profesionales y culturales. Una representación tan amplia como el tema que se trató durante las dos jornadas: el futuro de nuestra sociedad.
El mundo que viene, como se titulaba este congreso, ha marcado un punto clave en la nueva etapa de esta fundación, heredera de Instituto Social León XIII fundado por el cardenal Ángel Herrera Oria, y que hace cuatro años iniciaba un nuevo ciclo en su historia con una profunda renovación de sus programas formativos a través de la promoción de un think tank y la organización de congresos, foros y seminarios en ámbitos como: bioética, ciencia y salud; tecnología, ecología, desarrollo y promoción humana; diálogo cultural, social y político; liderazgo humanista y economía social y digital.
De esa transformación nacieron el Observatorio de Bioética y Ciencia, los Foros de Encuentros Interdisciplinares y el Centro de Pensamiento Pablo VI, para reflexionar y recuperar el legado de Papa Montini y, un año más tarde, la Escuela de Economía y Sociedad.
Con este motivo, ha concedido una entrevista a Omnes en el que recuerda que “estar en primera línea del diálogo con la sociedad está inscrito en lo más profundo de la naturaleza de la Iglesia”.
El II congreso Iglesia y Sociedad Democrática ha contado con la participación de personas de diversas sensibilidades políticas, culturales o sociales. ¿Es una muestra del objetivo de diálogo abierto que persigue esta fundación?
—No podemos olvidar que la Fundación Pablo VI nace en 1968 cuando el cardenal Ángel Herrera Oria toma las riendas de la escuela social León XIII y lanza este proyecto para la difusión de la Doctrina Social de la Iglesia; y el diálogo es base en la Doctrina Social de la Iglesia y, mucho más, en la mente del papa Pablo VI, bajo cuyo auspicio se funda esta iniciativa.
El diálogo es un don. El propio Pablo VI dice que el diálogo forma parte de la revelación de Dios. La revelación es un diálogo: Dios que habla y el hombre que responde.
Por lo tanto, el diálogo está inscrito en lo más profundo de la naturaleza de la Iglesia. Tenemos que estar presentes, y estar en primera línea es un riesgo porque la pretensión es dialogar con todos, hacer presente el mensaje de la salvación en medio del mundo.
La Fundación Pablo VI quiere estar, por parte de la Iglesia, en la frontera de ese diálogo. Somos conscientes de que quien está en primera línea también asume muchos riesgos, te viene todo “de frente”.
Por eso el diálogo con todos ha sido tan importante en este congreso. El congreso nació en 2018 y lo hizo con vocación de permanencia. El primer congreso fue ese año, hubiera tocado el año 2020 pero no se pudo hacer debido a la pandemia. La convocatoria de este año ha sido pues, la segunda, pero nuestra intención es volver a organizar un congreso como éste en dos años.
Durante estos días hemos querido mirar al futuro: al mundo que viene. Se habla constantemente de que estamos en un cambio de época, y es verdad. Lo hemos visto, por ejemplo, manifestado muy evidentemente en la mesa Jóvenes y futuro: tres miradas a una sociedad posmoderna. Estamos en un verdadero momento de cambio y tenemos que saber cómo miramos al futuro.
Muchas veces recuerdo una de las experiencias más dolorosas que he vivido en mi ministerio: cuando una chica me preguntó qué se podía esperar, si era posible esperar algo hoy. Me apenó. Cuando un joven mira el futuro con miedo y no con esperanza es que algo pasa.
Por tanto, tenemos que ayudar a mirar el mundo con esperanza. Nuestra obligación, también desde la Iglesia, es ver cómo es el mundo que viene.
Uno de los peligros que seguimos teniendo es el de crear grupos o ambientes cerrados en los que el diálogo se considera un peligro para la firmeza de los principios…
—Pienso que el diálogo no es un peligro, es una posibilidad. El diálogo no nos abaja de nuestra identidad.
Entrar al diálogo conlleva tener la certeza de que la otra persona, la posición deferente, me puede enriquecer, pero no me tiene que convencer.
Creo que un diálogo bien planteado enriquece, e incluso afianza los principios que queremos defender porque podemos encontrarnos con alguien que piense completamente distinto, contrario incluso, y que esa misma diferencia ayude a reforzar mi posición.
En el cierre del Congreso hizo referencia a esa idea equivocada de que todo pasado fue mejor. Ahora hay quien afirma que “todo está en contra de los católicos”. ¿Es así? ¿Hemos polarizado las posturas en la Iglesia “o conmigo o contra mi”?
—Podemos caer en una polarización si no asumimos que la Iglesia, a lo largo de la historia, ha navegado contra corriente. El mensaje de Cristo es una propuesta siempre original, siempre joven y que contrasta con el mundo.
El hombre es imagen de Dios y tiene la dignidad de los hijos de Dios pero, al mismo tiempo, está herido por el pecado. A todo ello se une la libertad.
Por tanto, a lo largo de la historia, la sociedad y la cultura no han estado a favor del Evangelio. Unas veces de manera muy explícita, como puede ser el momento actual o el final del siglo XVIII; otras veces, como diría san Ignacio, “vestido de ángel de luz”.
Ha habido periodos que la sociedad arropaba a la Iglesia, pero muchas veces para servirse de ella. Tampoco en esos esos periodos a la Iglesia le ha sido tan fácil.
Tenemos que asumir que nuestra visión y nuestra misión en el mundo es paradójica, porque el Evangelio es paradójico. Hay que contar con que vamos a experimentar el rechazo, la incomprensión, incluso hasta la persecución, pero esto no nos tiene que frenar o atemorizar sino todo lo contrario.
Si esta realidad nos llevara a una reacción de extremos, de negación, contraria… es que no hemos entendido la revelación cristiana.
Se podría objetar que a usted no le supone dificultad decir esto, porque “le va el sueldo”. Pero, ¿y cuándo la posición cristiana conlleva problemas en la sociedad o en el trabajo?
—Esto es, efectivamente, una realidad. No pocas personas acuden a nosotros con este tipo de situaciones. A lo mejor no tanto en que puedan perder el empleo, pero sí muchas que consideran en conciencia que no pueden hacer tal o cual cosa. Siempre que me han hablado de estos problemas yo les aconsejo permanecer, seguir ahí, ser presencia. Unas veces podremos hacerlo todo, otras veces podremos hacer un poquito, otras veces nada, solo estar ahí.
Aquí entramos además en un tema importantísimo ahora: la objeción de conciencia. En la objeción de conciencia entra la conciencia personal, formada por una realidad objetiva en el caso de los creyentes por la revelación, por la fe de la Iglesia y el don de la libertad que Dios me respeta. Y el Estado, los poderes establecidos han de respetar esa conciencia también. Nosotros tenemos que anunciar -y denunciar si es preciso- este derecho a objetar en conciencia a realidades o situaciones que podamos estar viviendo.
Por llevar a un plano teológico este tema de la presencia, podemos preguntarnos qué podía hacer la Virgen María al pie de la cruz. Ante la impotencia de no poder hacer nada, estaba, simplemente estaba, como nos dice el evangelio de san Juan.
En este sentido, ¿hemos estado los católicos o realmente vivimos las consecuencias de una incomparecencia en el ámbito público?
—Yo creo que, si se mira un horizonte amplio de lo que consideramos el ámbito público, sí estamos presentes. Algunas veces hay quien echa de menos una palabra de la Iglesia, de los pastores, en determinados momentos. Y no es fácil porque a veces tenemos que hablar pero en otras hay que ser prudentes.
En este sentido, una de las razones de ser de la Fundación Pablo VI es impulsar la presencia de los laicos en la vida pública: en la política, la economía, los sindicatos o los medios de comunicación.
La presencia católica no se reduce a la palabra de los pastores para iluminar una realidad concreta sino, especialmente, se manifiesta en la presencia de los laicos informando la sociedad con los principios evangélicos.
Durante el congreso se puso de manifiesto la realidad de los jóvenes “anhelantes”. Educados quizás fuera de la fe pero que anhelan o desean esperar e incluso creer algo más.
—En algunos planos de la realidad social, como la política, hay mucha crispación y eso no contribuye al diálogo. Sin embargo, creo que en el contacto con el pueblo sencillo hay muchas posibilidades de este encuentro.
Hay mucha gente necesitada, con hambre de trascendencia, mucha gente que está de vuelta y que necesita escuchar una palabra distinta, de fe. Estamos en un buen momento para el anuncio y para el diálogo.
De este último congreso que hemos celebrado me quedo con una llamada a la esperanza, que he visto en muchos momentos. Y la esperanza reside en los jóvenes, a pesar de quienes no tienen confianza en ellos. A mi me encantó la mesa redonda de los jóvenes, donde se pusieron de manifiesto tantas inquietudes o ver una monja joven en África que hace presente a Cristo en los territorios más remotos y que afirma que en la Eucaristía está la raíz de la vida. Esos son signos de esperanza.
Hablando de diálogo y esperanza, estamos en un proceso sinodal en el que el encuentro con el otro son claves, pero ¿está calando en la Iglesia?
—Yo creo que el sínodo ha tocado al pueblo de Dios y está arraigando, no sin dificultad, en la Iglesia. No se puede renunciar a la sinodalidad, porque la sinodalidad no es un invento del Papa Francisco sino que forma parte de la esencia de la Iglesia. El reto de este momento es pasar del sínodo como “algo que tengo que hacer” al sínodo como “algo que tengo que vivir”.
La finalidad de este proceso sinodal lo que nos quiere llevar es a tomar conciencia de que, en la Iglesia, somos sínodo y tenemos que vivir como sínodo. Si esto queda en la Iglesia habremos conseguido realmente lo que se busca con este proceso.