Entrevista a la Superiora General de las Oblatas del Santísimo Redentor en España, Lourdes Perramón.
“Que rebosen caridad todos nuestros corazones por las muchachas que el cielo nos confía. Que también seamos sus madres sin parcialidad ninguna y que, con amor santo y paciencia sin límites, procuremos hacerles aborrecer el vicio y amar la virtud, más aún con nuestros ejemplos que con nuestras palabras”. Así concebía su labor, hace más de un siglo, Antonia María de Oviedo y Schönthal, fundadora de las Oblatas del Santísimo Redentor, de la que este 2022 se celebra el bicentenario de su nacimiento.
Junto con el obispo José María Benito Serra, la joven María Antonia, que había sido preceptora de las infantas de España, dedicaría su vida a la acogida y liberación de mujeres que habían ejercido la prostitución. Lo que hoy llamamos “empoderamiento femenino” fue, para esta mujer comprometida y valiente, un camino de santidad y de materialización del amor a Dios.
El carisma de las Oblatas es un carisma “de periferia”. Desde que comenzara, hace más de cien años, ¿qué cambios han advertido?
—Desde entonces la realidad de las mujeres, y sobre todo la manera de comprender y de acercarnos a ellas, así como las herramientas con las que contamos para intervenir, han cambiado muchísimo. Sin embargo, yo diría que lo esencial en el modo de acercarnos y de acompañar permanece.
Permanece en cuanto al sentido profundo de acogida, algo que nace desde nuestro carisma. Permanece la escucha atenta y honesta a la realidad, dejándola hablar y acogiendo lo que ella nos dice, superando preconceptos; y permanece algo que para nosotras es fundamental, el creer en la mujer y creer en sus posibilidades, acompañando desde lo que llamamos la pedagogía del amor. Esto tiene muchos matices, pero va de la mano de la comprensión, habla de ternura, de paciencia, de misericordia, de complicidad…, y de todo lo que favorezca el propio empoderamiento de la persona.
Quizás lo podríamos resumir en esa capacidad de ver a la mujer más allá de la actividad que realiza, y viéndola en lo que ella es, caminar juntas.
¿Cómo se ha adaptado su labor a las necesidades cambiantes de este mundo?
—A grandes rasgos me atrevería a señalar cuatro grandes cambios.
Uno, quizá muy visible, es de un trabajo más hacia dentro, pues la congregación nace con lo que entonces se llamaban asilos, a un trabajo que, sin descartar el apoyo residencial, parte del “hacia fuera”, de pisar la realidad, de tocar las situaciones concretas donde las mujeres se encuentran, con el acercamiento a clubs, pisos de prostitución y otros lugares donde ellas están.
Otro cambio relevante sería el paso de trabajar las hermanas prácticamente solas, a un rico dinamismo y experiencia de misión compartida, con profesionales contratados, voluntariado, pero también, y cada vez más, personas laicas que reciben, y con quien compartimos, el mismo carisma oblata impregnando y configurando sus vidas. Eso implica que hoy ya no podríamos entender nuestra misión si no es en misión compartida, ni entender el carisma sino es vivido, celebrado y enriquecido en el caminar conjunto entre vida religiosa y laical.
También ha cambiado el hecho de definir proyectos y ofrecer respuestas de modo local y bastante autónomo a trabajar en red, con muchos otros proyectos o instituciones tanto públicas como privadas. Una red de articulaciones, apoyos, alianzas…, donde surge la complementariedad, la suma y que permite ofrecer una intervención más integral e integradora a las mujeres.
Y quizás el último gran cambio sería el compaginar el acompañamiento a la mujer en sus procesos vitales en el trabajo también la dimensión de sensibilización, de transformación social y de acción política, para incidir en los contextos, ir a las causas y defender los derechos de las mujeres como ciudadanas.
¿Qué tipo de proyectos llevan adelante las Oblatas en el mundo?
—El tipo de proyecto varía un poco según la realidad de la ciudad, del país, la cultura, y por supuesto, en función de las necesidades que presentan las mujeres. Sin embargo, hay algunas características que se cuidan y permanecen en los distintos lugares en los que estamos.
Un primer elemento sería este acercamiento a la mujer en su realidad de prostitución. Se trata de visitas regulares, ya sea en carreteras, invernaderos, bares, calles, clubs… donde, superando la sensación de distancia que ellas experimentan por el rechazo y estigma, se va gestando desde la escucha y empatía una progresiva relación y vínculos, que posibilita conocer sus deseos y necesidades. Una acogida individual y personalizada a cada mujer sin restricciones que, poco a poco, en el intercambio de informaciones, le abre a un mundo de posibilidades habitualmente desconocidas por ellas.
De ahí se desprende la elaboración de un plan individualizado, orientado hacia su sueño, su proyecto de vida, abordando temas de salud, formativos, legales y, sobre todo, brindándoles valoración y confianza en sus posibilidades.
En nuestros proyectos el acompañamiento, en el que pueden intervenir diferentes profesionales, cobra un papel fundamental, extendiéndose en ocasiones a otros miembros de su familia, sobre todo los hijos e hijas.
También es fundamental la realización de procesos diferenciados en los que, según el país o realidad de las mujeres que atendemos, pueden primar los cursos formativos, los emprendimientos, los espacios de espiritualidad o cuidado, la acogida y protección a víctimas de trata, la inserción laboral o el apoyo a sus propias luchas, construyendo juntas caminos de defensa de sus derechos como ciudadanas, dependiendo del contexto social y político.
¿Cómo se restaura una vida interior y físicamente marcada por la explotación sexual?
—Yo diría que cada persona es un mundo, no hay una receta que se pueda generalizar. Sí que resulta fundamental, en todos los casos, escuchar mucho, ayudarlas a narrar su propia historia y sanar heridas. Todo ello desde la acogida, la comprensión y superando la sensación de culpa. Para ello, hay que poner nombre y reconocer lo que ellas sienten como herida, porque no siempre va de la mano de la sensación de explotación, pero sí incluye en casi todas las culturas y países la experiencia del rechazo social y estigma que conlleva una importante desvaloración y, a menudo, vergüenza.
Desde ahí es fundamental ayudar a que la mujer pueda reconectar con su propia persona y capacidades, con su proyecto vital, sus sueños, porque solamente cuando cada una logra adentrarse en su esencia como persona, como mujer, es posible que salga adelante.
Me resultan muy iluminadoras las palabras de una mujer que decía: “Vosotras habéis sido mi interruptor, porque yo tenía una luz dentro y no lo sabía”. Creo que en eso consiste restaurar una vida: hacer que la mujer descubra esa luz que tiene dentro.
En un mundo que mira especialmente a la mujer, ¿no es incongruente aceptar la prostitución?
—La prostitución es una realidad compleja, plural, y no solo en las condiciones en las que se ejerce la prostitución y se encuentran las mujeres. Partiendo de ahí, realmente faltaría un enfoque más integral que incluya, por un lado, más recursos y protocolos para detectar y proteger a aquellas que son víctimas de trata, así como sensibilidad y motivación política y formación policial para perseguir ese delito y restituir los derechos de las víctimas.
Por otro lado, frente a las otras realidades de prostitución, más que persecución, lo que habría que favorecer en gran parte es la prevención. Una prevención que vaya a las verdaderas causas, tanto la pobreza estructural, ya que en la mayoría de historias de vida descubrimos que ha sido la falta de oportunidades lo que ha forzado a las mujeres a que entren en el entorno de prostitución, como también, un replanteamiento de los flujos migratorios y las restrictivas leyes de extranjería, pues el encontrarse en situación irregular es otra gran puerta hacia la prostitución.
Junto con la prevención, es necesario seguir incrementando los recursos sociales, formativos, incentivando el mercado laboral, los pequeños emprendimientos, ofrecer protección a las mujeres solas o más vulnerables para que las que buscan otra opción desde donde poder rehacer sus proyectos vitales lo puedan hacer. Por último, no podemos olvidar el necesario cuestionamiento sobre los estereotipos y rechazo social que sigue obligando a todas ellas a ocultarse y cargar con el peso del estigma.
En este año que se cumple el bicentenario del nacimiento de Madre María Antonia, ¿cuáles son los retos de futuro que tiene la Congregación?
—Me atrevo a señalar tres grandes retos. El primero percibir y comprender cuales son los nuevos códigos y las realidades emergentes que se van dando en prostitución y trata. Desde ahí, escuchar y adentrarnos en las nuevas fronteras que vamos detectando: fronteras geográficas, las fronteras virtuales, realidad que ya se venía dando y que con el contexto de pandemia ha ido creciendo y nos trae formas nuevas de prostitución, en todo lo que se va llamando la “Prostitución 2.0”; y también las fronteras existenciales, esas realidades que a menudo quedan fuera de todo, en los márgenes y periferias no solo de la sociedad, sino de los propios recursos de atención, las políticas sociales y los discursos ideológicos y posicionamientos, porque no entran en “los perfiles” predefinidos.
Otro reto sería fomentar más la red a nivel del cuerpo congregacional. Crecer en articulación entre los proyectos de los 15 países donde estamos presentes para aprender unas de otras, compartir buenas prácticas e iniciativas innovadoras frente a los nuevos desafíos, sistematizar el propio conocimiento y ofrecerlo, no sólo a los equipos de profesionales sino a nivel social. Rentabilizar esfuerzos en la causa común que nos moviliza.
Por último, seguir dando pasos en la misión compartida y el camino con el laicado oblata. Quizás habría que afianzar y dar más pasos en el delegar responsabilidades trabajando en una mayor igualdad; con el laicado, cuidar no solo el compartir misión sino compartir vida, discernimientos y entre todos y todas, asumir respuestas más audaces frente a los nuevos desafíos, también junto con otras congregaciones.