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El Papa a los católicos de Irak: «Construid puentes para que todos sean uno»

El Papa Francisco ha llamado a la fraternidad, a la reconciliación y a ser constructores de paz, en el encuentro que ha mantenido con una representación de católicos en Baghdad.

David Fernández Alonso·5 de marzo de 2021·Tiempo de lectura: 7 minutos
papa irak

El Papa Francisco llegó a la Catedral Siro-Católica en torno a las 15.00 horas, donde era recibido por algunos fieles congregados en los alrededores del templo con aplausos, que mostraban gran afecto y alegría. En la catedral tendría lugar el encuentro con obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y catequistas.

La catedral Nuestra Señora de la Salvación es la sede de la archieparquía siro-católica de Baghdad y ha sido objeto de dos atentados terroristas. Uno de ellos, en octubre de 2010 fue especialmente grave, perpetrado por el autodenominado Estado Islámico, donde murieron asesinadas 48 personas, dos de ellos sacerdotes.

Afecto y gratitud

Tras los saludos del Patriarca de Antioquía de los Sirios Ignacio Youssef III Younan y del Cardenal Louis Raphaël Sako, Patriarca de Babilonia de los Caldeos, Presidente de la Asamblea de los Obispos Católicos de Irak, el Papa inició sus palabras.

El Santo Padre comenzó su discurso manifestando su afecto por toda la comunidad iraquí. «Los abrazo a todos con paternal afecto. Doy gracias al Señor que en su providencia nos ha permitido hoy este encuentro. Agradezco a Su Beatitud el Patriarca Ignace Youssif Younan y a Su Beatitud el Cardenal Louis Sako por las palabras de bienvenida».

El recuerdo por las personas que han sido víctima de los atentados no ha faltado, ya que el Papa hizo una mención especial aludiendo a esos lugares como «bendecidos por la sangre de nuestros hermanos y hermanas que aquí han pagado el precio extremo de su fidelidad al Señor y a su Iglesia. Que el recuerdo de su sacrificio nos inspire para renovar nuestra confianza en la fuerza de la Cruz y de su mensaje salvífico de perdón, reconciliación y resurrección. El cristiano, en efecto, está llamado a testimoniar el amor de Cristo en todas partes y en cualquier momento. Este es el Evangelio que proclamar y encarnar también en este amado país. Como obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, catequistas y responsables laicos, todos ustedes comparten las alegrías y los sufrimientos, las esperanzas y las angustias de los fieles de Cristo».

No reducir el celo apostólico

La pandemia ha agravado «las necesidades del pueblo de Dios y los arduos desafíos pastorales que afrontan. A pesar de todo, -continuó Francisco- lo que nunca se tiene que detener o reducir es nuestro celo apostólico, que ustedes toman de raíces muy antiguas, de la presencia ininterrumpida de la Iglesia en estas tierras desde los primeros tiempos».

Ante el virus del desaliento que parece rodear nuestro entorno, ha dicho, no debemos permitir que nos contagie. «El Señor nos ha dado una vacuna eficaz contra este terrible virus, que es la esperanza que nace de la oración perseverante y de la fidelidad cotidiana a nuestro apostolado. Con esta vacuna podemos seguir adelante con energía siempre nueva, para compartir la alegría del Evangelio, como discípulos misioneros y signos vivos de la presencia del Reino de Dios, Reino de santidad, de justicia y de paz».

«Cuánta necesidad tiene el mundo que nos rodea de escuchar este mensaje. No olvidemos nunca que Cristo se anuncia sobre todo con el testimonio de vidas transformadas por la alegría del Evangelio. Como vemos en la historia antigua de la Iglesia en estas tierras, una fe viva en Jesús es “contagiosa”, puede cambiar el mundo. El ejemplo de los santos nos muestra que seguir a Jesucristo «no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aun en medio de las pruebas» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 167)».

Unidad en el dolor

El Santo Padre se ha unido al dolor y sufrimiento de los iraquíes de los últimos tiempos. «En las últimas décadas, ustedes y sus conciudadanos han tenido que afrontar las consecuencias de la guerra y de las persecuciones, la fragilidad de las infraestructuras básicas y la lucha continua por la seguridad económica y personal, que a menudo ha llevado a desplazamientos internos y a la migración de muchos, también de cristianos, hacia otras partes del mundo. Les agradezco, hermanos obispos y sacerdotes, por haber permanecido cercanos a su pueblo, sosteniéndolo, esforzándose por satisfacer las necesidades de la gente y ayudando a cada uno a desempeñar su función al servicio del bien común.

Además, les ha animado a seguir con esmero la labor educativa y caritativa «de sus Iglesias particulares, que representan un valioso recurso para la vida tanto de la comunidad eclesial como de la sociedad en su conjunto. Los animo a perseverar en este compromiso, para garantizar que la Comunidad católica en Irak, aunque sea pequeña como un grano de mostaza (cf. Mt 13,31-32), siga enriqueciendo el camino de todo el país».

La diversidad y la unidad

Como no podía ser de otra manera, el Papa también ha hecho un llamamiento a la fraternidad: «El amor de Cristo nos pide que dejemos de lado todo tipo de egocentrismo y rivalidad; nos impulsa a la comunión universal y nos llama a formar una comunidad de hermanos y hermanas que se acogen y se cuidan unos a otros (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 95-96). Pienso en la familiar imagen de una alfombra. Las diferentes Iglesias presentes en Irak, cada una con su ancestral patrimonio histórico, litúrgico y espiritual, son como muchos hilos particulares de colores que, trenzados juntos, componen una alfombra única y bellísima, que no sólo atestigua nuestra fraternidad, sino que remite también a su fuente. Porque Dios mismo es el artista que ha ideado esta alfombra, que la teje con paciencia y la remienda con cuidado, queriendo que estemos entre nosotros siempre bien unidos, como sus hijos e hijas».

Francisco animó, recordando las palabras de san Ignacio de Antioquía: «Que nada haya en vosotros que pueda dividiros, […] sino que, reunidos en común, haya una sola oración, una sola esperanza en la caridad y en la santa alegría» (Ad Magnesios, 6-7: PL 5, 667). Qué importante es este testimonio de unión fraterna en un mundo a menudo fragmentado y desgarrado por nuestras divisiones. Todo esfuerzo que se realice para construir puentes entre la comunidad y las instituciones eclesiales, parroquiales y diocesanas servirá como gesto profético de la Iglesia en Irak y como respuesta fecunda a la oración de Jesús para que todos sean uno (cf. Jn 17,21; Ecclesia in Medio Oriente, 37).

Las palabras a los pastores y fieles, sacerdotes, religiosos y catequistas incidieron en que las tensiones que surgen «son nudos que llevamos dentro de nosotros; por lo demás, somos todos pecadores. Pero estos nudos pueden ser desatados por la Gracia, por un amor más grande; se pueden soltar por el perdón y el diálogo fraterno, llevando pacientemente los unos las cargas de los otros (cf. Gal 6,2) y fortaleciéndose mutuamente en los momentos de prueba y dificultad».

Acompañemos a los pastores

A continuación ha querido dirigirse especialmente a sus «hermanos obispos. Me agrada pensar en nuestro ministerio episcopal en términos de cercanía, es decir, nuestra necesidad de permanecer con Dios en la oración, junto a los fieles confiados a nuestro cuidado y a nuestros sacerdotes. Sean particularmente cercanos a sus sacerdotes. Que no los vean como administradores o directores, sino como a padres, preocupados por el bien de sus hijos, dispuestos a ofrecerles apoyo y ánimo con el corazón abierto. Acompáñenlos con su oración, con su tiempo, con su paciencia, valorando su trabajo e impulsando su crecimiento. De este modo serán para sus sacerdotes signo visible de Jesús, el Buen Pastor que conoce sus ovejas y da la vida por ellas (cf. Jn 10,14-15)».

Y ya volviendo a dirigirse a todos los presentes, el Papa les ha animado a anunciar el Evangelio con valentía: «Todos ustedes han escuchado la voz del Señor en sus corazones, y como el joven Samuel han respondido: «Aquí estoy» (1 S 3,4). Que esta respuesta, que los invito a renovar cada día, lleve a cada uno de ustedes a compartir la Buena Noticia con entusiasmo y valentía, viviendo y caminando siempre a la luz de la Palabra de Dios, que tenemos el don y la tarea de anunciar. Sabemos que nuestro servicio conlleva también una parte administrativa, pero esto no significa que debamos pasar todo nuestro tiempo en reuniones o detrás de un escritorio. Es importante que estemos en medio de nuestro rebaño y que ofrezcamos nuestra presencia y nuestro acompañamiento a los fieles de las ciudades y de los pueblos. Pienso en los que corren el riesgo de quedarse atrás, en los jóvenes, los ancianos, los enfermos y los pobres.

La estirpe del pueblo de Dios

«Cuando servimos al prójimo con entrega, -señaló Francisco- como lo hacen ustedes, con espíritu de compasión, humildad y amabilidad, con amor, estamos sirviendo realmente a Jesús, como Él mismo nos lo ha dicho (cf. Mt 25,40). Y sirviendo a Jesús en los demás, descubrimos la verdadera alegría. No se alejen del santo pueblo de Dios, en el que nacieron. No se olviden de sus madres y de sus abuelas, que los han “amamantado” en la fe, como diría san Pablo (cf. 2 Tm 1,5). Sean pastores, servidores del pueblo y no administradores públicos. Siempre con el pueblo de Dios, nunca separados como si fueran una clase privilegiada. No renieguen de esta “estirpe” noble que es el santo pueblo de Dios».

El Santo Padre no quiso terminar sin hacer mención a «nuestros hermanos y hermanas que murieron en el atentado terrorista en esta Catedral hace diez años y cuya beatificación está en proceso. Su muerte nos recuerda con fuerza que la incitación a la guerra, las actitudes de odio, la violencia y el derramamiento de sangre son incompatibles con las enseñanzas religiosas (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 285). Y quiero también recordar a todas las víctimas de la violencia y las persecuciones, pertenecientes a cualquier comunidad religiosa.

El compromiso de construir la paz

«Mañana, -les ha anunciado Francisco- en Ur, encontraré a los líderes de las tradiciones religiosas presentes en este país, para proclamar una vez más nuestra convicción de que la religión debe servir a la causa de la paz y de la unidad entre todos los hijos de Dios. Esta tarde quiero agradecerles su compromiso de ser constructores de paz, en el seno de sus comunidades y con los creyentes de otras tradiciones religiosas, esparciendo semillas de reconciliación y de convivencia fraterna que pueden llevar a un renacer de la esperanza para todos. Pienso particularmente en los jóvenes».

«En todas partes son portadores de promesa y de esperanza, y sobre todo en este país. De hecho, aquí no hay solamente un patrimonio arqueológico inestimable, sino una riqueza incalculable para el porvenir: ¡son los jóvenes! Son vuestro tesoro y hay que cuidarlo, alimentando sus sueños, acompañándolos en el camino y reforzando su esperanza. Aunque jóvenes, ciertamente, su paciencia ya ha sido puesta a prueba duramente por los conflictos de estos años. Pero recordemos que ellos —junto con los ancianos— son la punta del diamante del país, los mejores frutos del árbol. Depende de nosotros cultivarlos para el bien e infundirles esperanza».

Fieles a las promesas de Dios

El Papa quiso terminar recordando que «por el bautismo y la confirmación, por la ordenación o la profesión religiosa, ustedes fueron consagrados al Señor y enviados para ser discípulos misioneros en esta tierra tan estrechamente ligada a la historia de la salvación. Dando testimonio fielmente de las promesas de Dios, que nunca dejan de cumplirse, y buscando construir un nuevo futuro son parte de esa historia. Que vuestro testimonio, madurado en la adversidad y fortalecido por la sangre de los mártires, sea una luz que resplandezca en Irak y más allá, para anunciar la grandeza del Señor y hacer exultar el espíritu de este pueblo en Dios nuestro Salvador (cf. Lc 1,46-47)».

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