América Latina

Uruguay: sobrevivir en un país laico

Aunque con una tasa muy elevada de personas que dicen no tener afiliación religiosa, así como una cultura secularizada que está calando en la sociedad, no obstante la Iglesia en Uruguay está viva.

Jaime Fuentes·29 de marzo de 2021·Tiempo de lectura: 5 minutos
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Foto: Chris Slupski / Unsplash

Fue el jueves 15 de septiembre de 2011, en Castelgandolfo. Éramos 119 los obispos que terminábamos el curso para nuevos prelados y ninguno esperaba la noticia que nos dio el Cardenal Ouellet cuando terminó la audiencia con el Papa Benedicto XVI, apenas terminó su discurso: el Santo Padre quería saludarnos personalmente, qué honor. Por la cantidad que éramos, haríamos una fila y, al llegar hasta él, le diríamos al secretario, monseñor Monteiro de Castro, el país y la diócesis de procedencia, que él comunicaría al Papa; lo saludábamos y enseguida debíamos retirarnos para dejar paso al siguiente.

Con gran afabilidad

Fuimos ordenadamente. Benedicto XVI sonreía a cada uno con gran afabilidad; algún obispo no respetaba del todo las indicaciones recibidas; inmediatamente, un gentiluomo lo tomaba amablemente del brazo…

“Uruguay, diócesis de Minas”, le dije a monseñor Monteiro, que no entendió bien y debí repetirlo. Él lo transmitió al Papa. Inclinándome, tomé su mano derecha y besé su anillo. Entonces, mirándome a los ojos, Benedicto XVI me dijo: “È un paese laico… È necessario sopravvivere!”. No pude decir nada, fue una completa sorpresa; quise preguntarle algo…, pero ya estaba el gentiluomo, cumpliendo con su deber…

¡Hay que sobrevivir! Lo recuerdo siempre, también ahora, que ya soy obispo emérito de este querido país laico. Pero tampoco olvido que le debo muchísimo a España y la llevo en el corazón: estudiando en Navarra descubrí mi vocación y en Madrid, en 1973, fui ordenado sacerdote. Sigo su actualidad, lo que pasa… y lo que queda. Y veo que el proceso de secularización, que están sufriendo, tiene no pocas semejanzas con lo que ocurrió en Uruguay, sobre todo a comienzos del siglo XX. Contaré algo que quizás interese conocer.

La Semana de Turismo

Escribo estas líneas cuando faltan solamente tres días para que comience la Semana Santa. Confieso que tengo envidia de que todo el mundo se refiera a ella llamándola como es, Semana Santa. Aquí, oficialmente, es la Semana de Turismo, así, con mayúsculas, desde el 23 de octubre de 1919, cuando fue promulgada la ley de feriados. Mediante esta ley se secularizaron las fiestas religiosas que hasta entonces se celebraban en Uruguay.

El cardenal Sturla, actual arzobispo de Montevideo, en su libro ¿Santa o de Turismo? Calendario y secularización en el Uruguay, comentando lo sucedido dice: “Mediante esta ley se secularizaron las fiestas religiosas que se celebraban en nuestro país hasta entonces. Pero, en una solución muy ‘uruguaya’, quedaron las mismas fechas cambiando su denominación”. En efecto, además de otros días de fiesta (2 de mayo, Día de España, 20 de septiembre, Día de Italia, etcétera), el 8 de diciembre pasó a ser el Día de las playas, y el 25 de diciembre, el Día de la Familia. Estos dos últimos cambios no han enraizado en la cultura uruguaya; la semana de turismo, en cambio…

Una solución «muy uruguaya»

La “solución” a la que se refiere Sturla hace referencia a las fuertes discusiones parlamentarias que precedieron la votación de la ley; cuando califica la solución como “muy uruguaya”, piensa en el carácter dialogante, “arreglador”, que nos ha distinguido siempre: no somos amigos de tremendismos, sabemos encontrar soluciones a las diferencias…

Pero el paso de Semana Santa a Semana de Turismo (creo que es el único país del mundo donde se da semejante dislate) causó una profunda herida en el cuerpo de la Iglesia católica. Con el paso de los años y de las generaciones, se ha hecho normal la denominación y su contenido, de manera que la pregunta “¿qué vas a hacer en Semana de Turismo?” resulta espontánea, tan familiar como el estado del tiempo…

El proceso secularizador empezó en 1861 con el decreto que secularizaba los cementerios, pero fue en la reforma constitucional de 1918 cuando quedó consagrada para siempre la completa separación de la Iglesia y el Estado en Uruguay. “Sin embargo”, dice Sturla, “la ley de feriados, al tocar elementos fundamentales de la cultura de un pueblo, como son las fiestas y su calendario, introducía un cambio en nuestras costumbres que tendría hondas repercusiones y daba una estocada grave a la religiosidad uruguaya. Nuestra ‘semana de turismo’, con sus múltiples ofertas de semana de la cerveza, semana criolla, semana de la vuelta ciclista, etc., es un claro ejemplo de lo que significa un cambio cultural que tiene consecuencias concretas en la cultura de una nación”.

El diagnóstico de Eugenio d’Ors

Así es. De la mano de ese suceso, y con el oculto y tenaz trabajo de la masonería, la cultura uruguaya se fue empapando de racionalismo, de liberalismo… Eugenio D’Ors, que visitó Montevideo en la segunda década del siglo XX, escribió en el Nuevo Glosario“No hemos encontrado en ningún lugar del mundo auditorios de más evidente, rápida, casi tangible inteligencia que los auditores de la universidad, en Montevideo. ¡Qué estudiantes, que muchachos de oro, con qué pura y ardiente vocación de espiritualidad, los que se nos acercaban! ¡Qué profesores jóvenes, de curiosidad abierta, de cultura personal perfecta, de seguro buen gusto, de talento vivaz!”.

No obstante, después de tamaños elogios, en el “Debe” señalaba: “La gran superioridad uruguaya es política […]; la gran inferioridad uruguaya es cultural y estriba en la falta de una verdadera Universidad, es decir, de un Centro siquiera, de estudios superiores de Letras, Ciencias, Filosofía… También en el bachillerato las humanidades brillan por su ausencia”… Y habla del “positivismo de tercera o cuarta agua” que se enseñaba en los estudios preparatorios a la universidad…

Del vacío filosófico al escepticismo

El vacío filosófico fue llenado con marxismo y con un relativismo que lleva a un cerrado escepticismo. Sí, este es “un país laico”, al punto que es el menos religioso de toda América. (Una investigación del Pew Research sobre la religiosidad en los países de América Latina, informaba que “Uruguay es el único país encuestado donde el porcentaje de adultos que dicen no tener afiliación religiosa (37 %) rivaliza con la porción que se identifica como católica (42 %)”). 

El Papa nos calificaba como “país laico”, fruto de un laicismo masónico, agresivo en otros tiempos, que ha permeado la cultura de escepticismo: si se debe a la ausencia de Dios, ¿cómo explicar que Uruguay tenga el mayor número de suicidios de todo el continente?

Ignorancia religiosa obligatoria

El proyecto laicista de nuestro país llegó hasta la médula de la sociedad: la educación. Más de una vez me ha ocurrido acompañar a alguien que llega a Uruguay por primera vez y manifiesta su extrañeza al ver por la calle grupos de niños que visten guardapolvo blanco y una moña azul… Son alumnos de la escuela pública, que mantienen religiosamente ese uniforme, objetivamente pasado de moda pero que es, desde comienzos del siglo pasado, el símbolo de la escuela pública, “laica, gratuita y obligatoria”, como así fue definida y hoy es dogmáticamente celebrada como orgullo nacional. 

En la escuela pública se educa más del 80 % de nuestra población. La educación laica se expresa en el respeto de todas las opiniones y creencias…, siempre que no haya ninguna mención del nombre de Dios. Sobran las anécdotas: una niña ha escrito en su cuaderno: “Dios es amor”.  La maestra lo ve y le dice: “Eso, aquí, no”. Otra niña lleva una pequeña crucecita en el cuello y lo mismo: la maestra la obliga a quitársela.

Tenía toda la razón monseñor Miguel Balaguer, antiguo obispo de Tacuarembó, cuando afirmaba: “La educación laica, gratuita y obligatoria nos ha condenado a la ignorancia religiosa obligatoria”. Así es, los alumnos de la escuela pública nunca oirán ni una palabra acerca de Jesucristo, de la Iglesia, de la fe, de la esperanza… Los chicos crecen sin ninguna mención sobrenatural, ajenos a la existencia de Dios y, después de tantos años transcurridos (sus padres y sus abuelos también fueron a la escuela pública), indiferentes frente a su existencia: no se la plantean.

La Iglesia en Uruguay está viva

¡Hay que sobrevivir!, me dijo con animosa energía Benedicto XVI. En esto estamos. No es fácil: la Iglesia en Uruguay es una Iglesia pobre; los sacerdotes no reciben ninguna retribución de parte del Estado, así como tampoco las instituciones educativas, todo ha de sacarse adelante “a pulmón”.

Y de tal manera ha llegado la prédica laicista a las mentes, que no pocos católicos piensan: la educación privada confesional es libre, cualquiera puede dar la enseñanza que quiere; pero los dineros del Estado deben ir solamente a la escuela pública. No es fácil sobrevivir, pero gracias a Dios la Iglesia, en Uruguay, “está viva”, como gustaba decir Benedicto XVI. ¿Cómo?… Esto podrá ser objeto de otra crónica.   

El autorJaime Fuentes

Obispo emérito de Minas (Uruguay).

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