América Latina

Crisis en Venezuela: penuria en liceos y colegios

Omnes·28 de febrero de 2018·Tiempo de lectura: 5 minutos

Rumbo incierto de la educación escolar en Venezuela. Con ocho millones de escolares, y una relación 77 % pública, 23 % privada, los directivos denuncian que los estudiantes pasan hambre, pero alientan a no desmayar en el esfuerzo.

TEXTO – Marcos Pantin, Maracaibo (Venezuela)

Recorremos las instalaciones de un representativo liceo público de Maracaibo, capital del estado Zulia, segunda ciudad de Venezuela. Voy con el director del centro. Nos salen al paso estudiantes avispados, ocurrentes, de contagiosa alegría: así son los marabinos.

El edificio es sólido y de buen diseño, construido al comienzo de los años 60. Da cabida a medio millar de estudiantes que cursan bachillerato en Ciencias. Cuenta con una plantilla de 42 profesores a tiempo completo. El horario es vespertino, de 1:00 a 5:40 horas. A media tarde se sirve el almuerzo en el comedor escolar.

El edificio no ha recibido mantenimiento por años. Grandes filtraciones manchan los techos. Se han robado los cables y cuadros eléctricos y los desmembrados pupitres no alcanzan para todos los alumnos. Un cálculo somero descubre que hay pocos estudiantes y apenas se ven profesores.

Declive de la educación pública

El Estado ha sido el gran educador en Venezuela. Desde hace 70 años, cerca del 80 % del estudiantado recibe educación pública, y el 20 % privada. Cifras oficiales de 2016 aseguran que la población escolar total es de 8.040.628 alumnos, repartidos en un 77 % en la educación pública y 23 % en la privada.

Hace 50 años no faltaban excelentes liceos públicos en las principales ciudades del país. “En los años 80 comenzó el declive. Los cambios curriculares y el relevo de los maestros normalistas, entorpecieron el aprendizaje de habilidades básicas como la lectura, escritura y razonamiento matemático”, señala Leonardo Carvajal, director del doctorado en Ciencias Pedagógicas en la Universidad Católica de Caracas. Carvajal añade que en los años 70 las escuelas pasaron de jornada completa a medio turno, perdiendo horas de trabajo académico.

Entre los mejores profesores de los liceos públicos había profesionales universitarios sin estudios de docencia. En los años 80, por presiones del gremio docente, se les prohibió enseñar en los colegios y decayó el nivel humano y científico de esos centros”, sostiene Fernando Vizcaya, decano de Facultad de Educación de la Universidad Monteávila, en Caracas. Con todo, los colegios públicos no han estado al margen de la suerte del país: sectarismo político, improvisación, crisis económica y social.

En el último decenio

La matrícula total de la educación pública va en descenso desde 2007, mientras que la privada ha mantenido su ritmo de crecimiento: “Es una recesión, que por prolongada y contractiva, es ya una depresión generalizada del sistema escolar”, afirma Luis Bravo Jáuregui, investigador de la Escuela de Educación de la Universidad Central de Venezuela. Bravo Jáuregui recuerda que la crisis económica y social ha agudizado las carencias usuales del sistema educativo.

“Este gobierno hizo el arte de magia de desaparecer un billón de dólares en 18 años. Una cosa increíble”, afirma Fernando Spiritto. Director de posgrados de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Católica de Caracas, Spiritto recuerda que el dinero se ha ido en importaciones, corrupción o actividades no productivas.

Coste de la vida e inflación

Aunque no existen cifras oficiales, la inflación cerró el año pasado en un 2.600 % y se mantiene en un 85 % mensual. Un profesor de colegio gana como máximo 2 millones de bolívares al mes (9 dólares USA al cambio libre). Sin embargo, paga 5 millones por alquiler de vivienda; 10 millones mensuales en alimentos para tres personas; 2 millones en transporte público. Sin contar gastos de salud, vestuario y educación de los hijos. Su vida es muy complicada.

Además, la increíble escasez de dinero efectivo duplica los precios de todo lo que se paga al contado. En un día, un profesor puede pagar más en transporte público de lo que gasta para comer y de lo que gana por jornada laboral.

La gestión de un liceo público: educar y vadear la crisis. Volvamos a los pasillos del liceo. Nos han traído un café y el director va entrando en confianza: “Trabajamos con las uñas. Nos falta lo indispensable para la operación ordinaria: papelería, consumo de oficina, productos de limpieza, etc. Yo no paro de pedir. Nos responden que debemos ‘autogestionarnos’. La situación es grave, señala el director, porque escasean los alimentos en el colegio, y no digamos en las casas. Así lo explica: “La gran mayoría de los profesores trabajan dos turnos: 16 horas diarias, y solo hacen una comida al día. Y no hablemos del hambre que pasan los muchachos. Seamos claros: los estudiantes vienen al colegio por el plato de comida. Estamos recibiendo la mitad de los alimentos asignados. Ya van dos semanas sin poder darles nada. Por los pasillos me abordan: ‘Profe, ¿cuándo llega la comida?’. En mi casa no hay comida”.

Esta seria escasez causa “mucho dolor”, añade el máximo responsable del liceo. “Se difunde en el ambiente una tristeza, como una nostalgia que afecta a profesores y alumnos. Cuando no hay comida la asistencia no pasa de un tercio de los alumnos. Cada día se desmayan cuatro o cinco estudiantes porque no han comido nada. Cuando tenemos alimentos la asistencia llega al 90 %”.

¿Aprovechamiento académico?

La pregunta surge inevitable: ¿cómo pueden cumplir con la planificación de clases? “El sistema evaluativo está diseñado para evitar que el alumno pierda el año. Es la así llamada ‘batalla a la repitencia’.

Los muchachos terminan el bachillerato con enormes lagunas. Es el populismo facilón que abulta las estadísticas del Ministerio. Los estudiantes pagan caro por el fraude: “Si vienen de un bachillerato sin materias regulares porque se las daban por aprobadas sin tener profesor, no tiene posibilidad de aprobar el primer año de la universidad”, explica Enrique Planchart, rector de la Universidad Simón Bolívar de Caracas. “Me preocupa enormemente la inasistencia”, prosigue el director del liceo. “Cuando logran venir, los muchachos traen un bolso lleno de ilusiones. Quiero que vuelvan a casa con ilusiones cumplidas, pero se van con muchas interrogantes: ¿por qué no vino el profesor? ¿por qué no hubo comida hoy? ¿qué vamos a hacer?”

El hambre es tan grave que “los docentes y empleados pierden peso en forma alarmante. En sus casas no hay comida y sus hijos van a la escuela en ayunas. La opción es irse del país. Estoy a punto de perder seis profesores en áreas críticas. Pero tenemos que perseverar. No podemos desmayar”, concluye.

La crisis en la escuela privada

No muy lejos del liceo público funciona un colegio privado. Con casi cincuenta años de actividad, la matrícula llega al millar de estudiantes repartidos entre primaria y bachillerato. Opera con unos doscientos profesores y empleados. Los edificios se han levantado gradualmente a medida que aumentaban los alumnos.

El directivo del centro reconoce que se ha producido “un cambio de mentalidad” en la dirección del colegio. “Pero no estamos solos en el empeño. Las familias apoyan mucho. Pero esto exige tiempo y esfuerzo. A través de donaciones de las familias y otras fuentes trabajamos en aumentar los ingresos de los docentes; solucionar el problema del transporte; facilitar el acceso a los alimentos, siempre por las vías permitidas por el Ministerio de Educación”.

Agenda del director

El responsable de este centro privado reconoce sin tapujos que “antes me ocupaba mayormente de los problemas de los muchachos y de la atención a sus familias. Y no es poca cosa atender a las familias: están sufriendo la crisis del país en muchas formas. Cada día atiendo cuatro o cinco de ellas.

Pero ahora, junto a la tarea de conducir el colegio, no empleo menos de 4 o 5 horas diarias atendiendo a los profesores, escuchándolos personalmente o buscando ayudas externas para subsidiar necesidades monetarias, de transporte, alimentación o de salud. Para esto mudé la oficina del administrador del colegio junto a la mía, porque invertimos mucho tiempo atendiendo estas situaciones”.

La conclusión de este experto educativo es clara. Si continúa esta crisis, “el modelo educativo en Venezuela cambiaría necesariamente. Tendríamos que reducir el horario de clases y eliminar las actividades extracadémicas que dan el tono humano y familiar al trabajo escolar”.

Sin embargo, el experto considera que la dureza de este tiempo amainará y vendrán días mejores: “La crisis pasará y viviremos nuevos tiempos con el favor de Dios. Soy testigo del esfuerzo diario de los profesores por hacer bien su trabajo.

Es un estímulo permanente. Me contagio del ánimo natural de los niños en las aulas, sin olvidar que en las escuelas públicas sufren mucho. Nuestro país tiene mucho futuro. Definitivamente, la clave está en la formación de estos jóvenes que van a construir la nueva Venezuela”.

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