“Mensajero de esperanza”. Así se llamaba el Boeing 737-800 de Aeroméxico que transportó al Pontífice dentro de México y de regreso a Roma. Ha sido una de las visitas más intensas de su pontificado. En seis días, del 12 al 17 de febrero, más de diez millones de personas vieron al Papa en alguna de las más de 50 actividades que desarrolló en los 320 kilómetros que recorrió por vía terrestre.
El viaje a México sólo se entiende a la luz de las periferias existenciales de las que tanto ha hablado. Todos los temas que trató tienen una especial sensibilidad en la agenda religiosa, social y política de México. En Ecatepec, denunció la riqueza, la vanidad y el orgullo. En San Cristóbal de las Casas pidió perdón a los indígenas por el robo de sus tierras y el desprecio milenario. En Morelia urgió a no resignarse ante el ambiente cargado de violencia. En Ciudad Juárez rezó por los muertos y las víctimas de la violencia. El Papa abordó todos esos temas directamente y muy a su estilo, con palabras propias de su vocabulario: “primerear”, “escuchoterapia” y “cariñoterapia”. El viaje tuvo como baricentro su visita a la basílica de Guadalupe: “Permanecer en silencio ante la imagen de la Madre era aquello que me propuse ante todo. He contemplado, y me he dejado mirar por Aquella que lleva impresos en sus ojos las miradas de todos sus hijos, y recoge los dolores por las violencias, los secuestros, los asesinatos, los abusos en perjuicio de tanta gente pobre, de tantas mujeres”.
En la catedral de México el Papa se reunió con los obispos del país y les dirigió un mensaje fuerte: en la Iglesia no se necesitan príncipes, sino testigos del Señor: “No pierdan tiempo y energías en las cosas secundarias, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, o en los infecundos clubs de intereses”. Francisco urgió a conservar siempre la unidad y cuando hubiese diferencias, “a decirse las cosas a la cara”, como hombres de Dios.
El 14 de febrero Francisco acudió a Ecatepec a denunciar la riqueza de unos, a costa del pan de otros. Ecatepec fue en el 2010 el municipio con mayor número de personas en pobreza.
En Chiapas, el Papa pidió perdón a las comunidades indígenas por la indiferencia milenaria que han sufrido. Chiapas se encuentra al Sur de México, es un Estado fronterizo con Guatemala. En 1994 saltó al mundo por el levantamiento guerrillero del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, liderado por el “subcomandante Marcos” que reivindicaba el reconocimiento de los derechos de los indígenas. En la Misa del 15 de febrero del 2016 en San Cristóbal, Francisco revaloró y enfatizó la dignidad de los pueblos indígenas. No solo con palabras, sino con los hechos. La ceremonia se llevó a cabo en tzeltal, tzotzil, chol y español. Al final de la ceremonia, Francisco expidió el decreto para el uso de lenguas indígenas en la Misa. Igualmente entregó la primera Biblia traducida al tzeltal y tzotzil.
En Morelia, Francisco advirtió contra la tentación de la resignación ante el ambiente de violencia. Hay que recordar que el 4 de enero del 2015 el Papa nombró cardenal al arzobispo de dicha demarcación, Mons. Alberto Suárez Inda. Dicha circunscripción nunca había recibido la dignidad cardenalicia. El Papa quiso expresar de esta forma su cercanía y afecto con una de las ciudades que más ha sufrido la violencia del narcotráfico. Un mal que ha devorado especialmente a los más jóvenes. Por ello, el obispo de Roma exhortó a los morelenses a no dejarse vencer por la resignación ante la violencia, la corrupción y el tráfico de drogas. Más tarde, ante miles de jóvenes reunidos en el estadio José María Morelos y Pavón, el Papa advirtió: “Es mentira que la única forma de vivir, de poder ser joven, es dejando la vida en manos del narcotráfico o de todos aquellos que lo único que están haciendo es sembrar destrucción y muerte… Es Jesucristo el que desmiente todos los intentos de hacerlos inútiles, o meros mercenarios de ambiciones ajenas”.
En Ciudad Juárez el Papa realizó uno de los gestos más significativos de la visita: rezar ante una cruz gigante y presidir una Misa “transfronteriza” a unos metros de la frontera con Estados Unidos. Fue una Misa para y con los migrantes y las víctimas de la violencia. En ese lugar el pontífice exclamó: “No más muertes, no más violencia”.
El Papa pudo palpar que México se ha visto oprimido por la violencia, pero que, a pesar de todo, mantiene viva la llama de la esperanza. Por ello, todos sus encuentros en el país estuvieron “llenos de luz: la luz de la fe que transfigura los rostros y aclara el camino”. Este viaje a México fue para el Papa una sorpresa y una experiencia de transfiguración.
Ciudad Juárez