“En la Iglesia deben existir siempre también servicios y misiones que no tienen un carácter puramente local, sino que sirven al mandato que inviste la realidad eclesial global y a la propagación del Evangelio. El Papa tiene necesidad de estos servicios, y estos tienen necesidad de él, y en la reciprocidad de los dos tipos de misión se realiza la sinfonía de la vida eclesial”. Son palabras del entonces cardenal Joseph Ratzinger, pronunciadas en 1998 en el Congreso Mundial de Movimientos Eclesiales promovido por el entonces Pontificio Consejo para los Laicos.
25.º aniversario del Congreso
Veinticinco años después de aquel encuentro, en el que el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe explicó el “lugar teológico” de los movimientos eclesiales en la Iglesia, confesando que él mismo había experimentado, a principios de los años setenta, el ímpetu y el entusiasmo con el que algunos de ellos (por ejemplo, el Camino Neocatecumenal, Comunión y Liberación, los Focolares) vivían la alegría de la fe. El 22 de junio tuvo lugar en Roma el encuentro anual con los moderadores de las asociaciones internacionales de fieles, movimientos eclesiales y nuevas comunidades, convocado por el actual Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida.
Decenas de representantes de los movimientos eclesiales más difundidos de diversos países de toda la Iglesia se reunieron en el Aula Magna de la Curia General de los Jesuitas, a pocos pasos de la Plaza de San Pedro, para reflexionar sobre el tema “En misión con Pedro. La apostolicidad en el corazón de la identidad de los movimientos”.
La vocación de los movimientos
Antes del encuentro, se invitó a los participantes a releer esa misma conferencia de Joseph Ratzinger para reflexionar sobre la “vocación” específica de los movimientos eclesiales dentro de la misión de la Iglesia.
En aquella ocasión, el teólogo bávaro, que más tarde se convertiría en Papa, afirmó: “En la historia, los movimientos apostólicos aparecen bajo formas siempre nuevas, y necesariamente, ya que son precisamente la respuesta del Espíritu Santo a las situaciones cambiantes en las que se encuentra la Iglesia. Y, por tanto, así como las vocaciones al sacerdocio no pueden producirse ni establecerse administrativamente, mucho menos los movimientos pueden organizarse y lanzarse sistemáticamente por la autoridad. Deben darse, y se dan”.
A continuación, aclaró sin ambages que “quien no comparte la fe apostólica no puede pretender llevar a cabo una actividad apostólica”; a ella debe estar “necesariamente unido el deseo de unidad, la voluntad de estar en la comunidad viva de toda la Iglesia”. Y añadió: “la vida apostólica, además, no es un fin en sí misma, sino que da la libertad de servir”.
Evangelio, misión y servicio
Al invitar a la asamblea, el cardenal prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, Kevin Farrell, subrayó los tres elementos esenciales destacados en su momento también por Ratzinger: vida evangélica, proyección misionera y servicio, como un desafío también para los tiempos actuales, en los que “mantener viva la apostolicidad en la Iglesia es sin duda un gran don, pero es también una tarea que no siempre es fácil de cumplir para los propios movimientos”.
Entre los riesgos evidentes están la pérdida del deseo de servir, la pérdida del sentido del propio carisma, del impulso misionero y de la apertura al mundo entero, así como la pérdida del vínculo con Pedro al entrar en conflicto con la Iglesia.
En torno a estos desafíos, los representantes de los distintos movimientos y comunidades compartieron sus reflexiones y testimonios, respondiendo en particular a cómo se intenta vivir una verdadera apostolicidad de vida, a través de qué iniciativas de anuncio, predicación, caridad y servicio, razonando también sobre los obstáculos a la misión y el impulso audaz y creativo para una posible renovación de estructuras, estilos y métodos.
La relación introductoria de los trabajos fue en cambio confiada al sacerdote Paolo Prosperi, de la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo -fundada en 1985 por el obispo y teólogo Massimo Camisasca, uno de los primeros discípulos de don Luigi Giussani, fundador a su vez del movimiento Comunión y Liberación-, que habló de la posición teológica de los movimientos en el magisterio de los papas, a partir de aquella primera reflexión del papa Ratzinger.