Un “monumento” a la misericordia en cada diócesis, como recuerdo viviente del Jubileo: el Papa Francisco ha confiado este deseo a los fieles, al término de la Vigilia de Oración con los seguidores de la espiritualidad de la Divina Misericordia, celebrada el 2 de abril sobre el sagrato de la basílica de San Pedro.
— Giovanni Tridente, Roma
La idea, que ha de ser precisada con los obispos, es construir, donde sea posible, obras estructurales donde se viva la misericordia, como pueden ser un hospital, una casa para ancianos, una casa-familia para niños abandonados, una escuela donde sea necesario, una comunidad de recuperación de tóxico-dependientes… como iniciativa y signo concretos del Año Santo.
El propio Santo Padre, en el discurso a la Vigilia, ha hablado del hecho de que Dios no se cansa nunca de expresar su misericordia, “y nosotros no deberíamos acostumbrarnos nunca a recibirla, buscarla y desearla”. Una circunstancia muy fecunda ha sido este año esa celebración, pues a coincidido con el día del décimo primer aniversario del nacimiento al cielo de san Juan Pablo II, que siendo Pontífice instituyó el “Domingo de la divina misericordia” dando cumplimiento a una petición de santa Faustina Kowalska.
Refiriéndose a “tantos rostros” que Dios asume mediante su misericordia, el Papa ha hablado de que “siempre es algo nuevo que provoca estupor y maravilla”. La misericordia, ha añadido, expresa “sobre todo cercanía de Dios a su pueblo”, que “se manifiesta principalmente como ayuda y protección” y por tanto como actitud de “ternura”: “palabra casi olvidada y de la que hoy el mundo –todos nosotros– tenemos necesidad”. Ciertamente, a la facilidad con que es posible hablar de misericordia corresponde una exigencia más comprometida para “ser testigos de esa misericordia en lo concreto”.
Entre los demás rostros de la misericordia, el Santo Padre ha destacado también el compadecer y el compartir “como compasión y comunicación”: “Quién más la recibe, más está llamado a ofrecerla, a comunicarla; no se puede tener escondida ni retenida sólo para sí mismo”. Por otra parte, “sabe mirar a los ojos de cada persona”, que le es preciosa por ser única. Este dinamismo misericordioso es también algo que “nunca puede dejarnos tranquilos”, pero de lo que no hay que tener miedo.
En la Santa Misa celebrada al día siguiente sobre el sagrato de la basílica de San Pedro, Francisco ha invitado a los fieles a “leer y releer” el Evangelio, “libro de la misericordia de Dios”, que permanece abierto y en el que cada uno deberá continuar escribiendo “los signos de los discípulos de Cristo, gestos concretos de amor, que son el mejor testimonio de la misericordia”. El Papa ha invitado a estar precavidos en la cotidiana “lucha interior entre el corazón cerrado y la llamada del amor a abrir las puertas cerradas y a salir de nosotros mismos”. Conviene, en esto, mirar al ejemplo de Cristo, que después de haber atravesado “las puertas cerradas del pecado, de la muerte y del infierno, desea entrar también en cada uno para abrir de par en par las puertas cerradas del corazón”.
“Muchas personas piden ser escuchadas y comprendidas”, ha añadido el Santo Padre. Por este motivo “el Evangelio de la misericordia, para anunciarlo y escribirlo en la vida” necesita “personas con el corazón paciente y abierto”, tantos “‘buenos samaritanos’ que conocen la compasión y el silencio ante el misterio del hermano y de la hermana; pide siervos generosos y alegres que aman gratuitamente sin pretender nada a cambio”.