El recorrido histórico del monasterio de Montserrat no ha estado exento de dificultades. A principios del siglo XIX las tropas francesas lo destruyeron cuando intentaron invadir España. Sin embargo, finalmente el santuario fue reconstruido y hoy en día es uno de los más visitados de la región.
La historia
A unos 40 kilómetros de Barcelona se encuentra uno de los lugares más visitados de Cataluña. Una brusca elevación del terreno que da lugar a una sierra con una morfología singular. El imaginario colectivo ha visto una montaña serrada por alguien grande que le ha querido dar una forma única. Allí empezó la historia de Santa María de Montserrat.
¿De dónde sale esta imagen?
Nos refiere Sardà i Salvany, en su “Montserrat. Noticias históricas”, de 1881, lo que la tradición había transmitido acerca del hallazgo de la imagen: “El año 880, una de las deliciosas tardes de abril, sábado 25 [sic] por más señas, a la hora en que el astro del día cede su lugar a la melancólica lumbre de la reina de la noche, guardaban según costumbre unos pastorcillos de la vecina villa de Olesa sus rebaños al pie del Montserrat, bien ajenos de la alta dicha que iba a proporcionarles la Providencia. Cuando más distraídos estaban, vieron unas como estrellas resplandecientes que del cielo bajaban a uno de los extremos de la montaña, y venían a esconderse en el ángulo oriental de la misma, en la parte que cae sobre el Llobregat. Confusos y atemorizados, mucho más cuando varios sábados consecutivos a idéntica hora les sorprendió igual visión, y en los últimos se les ofreció acompañada de suavísimos cánticos.
Comunicaron el suceso a sus amos, por quienes fue asimismo observado y comunicado inmediatamente al párroco de Olesa, por ser el lugar de su jurisdicción”. Según esta misma tradición, la imagen que entonces el cielo señalaba, había sido escondida a principios del siglo VIII, en el 717, ante la cercana invasión sarracena de Barcelona. Se trataba de una imagen -de origen jerosolimitano- que ya se veneraba en Barcelona, en la iglesia de San Justo y San Pastor… aunque nos movemos aquí en el campo de la tradición no histórica.
El relato continúa de forma muy parecida al de otras vírgenes encontradas. El obispo acude con una comitiva para trasladar la imagen que a pocos metros de la cueva se hace inamovible. Eso se toma como un signo de predilección de la Virgen por ese lugar y allí se queda la imagen. La primera mención documental de Montserrat data del 888: Wilfredo el Velloso dona al monasterio de Ripoll la ermita de Santa María; y eso ya no es leyenda.
Las primeras ermitas
Después del descubrimiento de la imagen de la Virgen María en la cueva, los primeros ermitaños comenzaron a asentarse en la zona. Estos hombres piadosos vivían en pequeñas celdas o cuevas dispersas por la montaña, llevando una vida austera dedicada a la oración y la penitencia.
Con el tiempo, la fama de la Virgen de Montserrat crecía y, a medida que el número de ermitaños aumentaba, se establecieron nuevas ermitas y celdas en diferentes puntos de la montaña de Montserrat. Estas ermitas estaban conectadas por senderos y caminos, lo que permitía a los ermitaños compartir momentos de oración y comunidad.
Sabemos que a finales del siglo IX había cuatro ermitas: las de Santa María, San Acisclo, San Pedro y San Martín.
La devoción a la Virgen de Montserrat crecía y la necesidad de una comunidad religiosa más estructurada se hacía evidente, lo que llevó a la fundación ofi cial del monasterio de Montserrat en el siglo XI, el año 1025, en la ermita de Santa María. Unos cincuenta años después el Monasterio de Santa María de Montserrat tiene ya su propio abad. De las ermitas originales todavía permanece en pie la de San Acisclo en el jardín del Monasterio.
La consolidación
En el siglo XII-XIII se construye una iglesia románica y de esa fecha data la talla de la Virgen actual. El monasterio y los milagros que concede la Virgen van tomando nombre y aparecen en algunos libros, entre ellos, en las Cántigas de Santa María de Alfonso X, lo que hace muy popular el monasterio y se convierte en un conocido lugar de peregrinación, con el correspondiente aumento de donaciones e ingresos que lo hacen crecer. A lo largo del siglo XV el monasterio se convierte en abadía independiente, se construye un claustro gótico y se instala una imprenta.
A finales del siglo XVI, en 1592, se consagra la actual iglesia, más grande para acogida de mayor número de peregrinos.
Decadencia y destrucción
La abadía de Montserrat sufrió una serie de calamidades en el siglo XIX. El monasterio fue saqueado y destruido en 1811 por las tropas francesas que habían invadido España. Xavier Altés -monje que fue bibliotecario durante muchos años- explicaba que los franceses se ensañaron con la abadía porque se había convertido en símbolo de que Dios ayudaría a los campesinos de la zona, que ya habían vencido en las dos primeras embestidas francesas. A la tercera venció, en cambio, el francés y quemaron todo: la biblioteca, el archivo y la Iglesia, los retablos, los cuadros… Era la forma de decir: ¿veis cómo ha acabado aquello que pensabais que os salvaría?
La Virgen se salvó porque estaba desnuda. En el camerino se puso una copia, que hicieron añicos. La original se escondió en una de las ermitas. Los franceses la encontraron, pero como iba sin los ropajes con que se adornaban las tallas entonces, no la reconocieron y, después de profanarla, la dejaron allí tirada. Concluye Altés que la prensa de la época decía que había que poner un letrero donde apareciese escrito: “Aquí estuvo Montserrat”.
Y por si fuera poco, en 1835 las leyes de desamortización hicieron que el Estado confiscara lo poco de valor que quedaba y mandó a los monjes desalojar el complejo, que quedó desierto y medio en ruinas. Tan era así, que el obispo ofreció a los monjes un terreno en Collbató, dando por perdido el monasterio, pero ellos no aceptaron; querían seguir en Montserrat, aunque fuera en esas condiciones penosas.
Renacer
Montserrat es símbolo de la fuerza y fidelidad de la Virgen. Cuando ni muchos de los propios católicos creían en la posible restauración del santuario, Santa María fue fiel e hizo el milagro. En octubre de 1879 hubo una reunión en Montserrat: el abad Muntades con Jaume Collell, Jacint Verdaguer y Sardà i Salvany. Aprovecharían el milenario del hallazgo de la imagen para reavivar el fervor y la ayuda para la reconstrucción.
Para el milenario, Verdaguer compone el Virolai. Al año siguiente, continuando con el impulso del milenario, se organizó la coronación canónica de Nuestra Señora de Montserrat.
Un siglo y medio después, aquel monasterio en ruinas es un precioso lugar; uno de los monumentos más visitados de Cataluña que acoge casi tres millones de visitantes al año. El lugar donde había que haber puesto un cartel de “aquí estuvo Montserrat” está ahora anunciado en todas las guías turísticas y religiosas de Cataluña. Santa María nunca falla.
La imagen
El foco, el origen y el motor de todo lo que pasa en Montserrat es Santa María. La imagen que se encontró y estuvo en la ermita de Santa María no se conserva actualmente.
El relevo a esa devoción lo tomó la imagen actual, que ha sobrevivido todos los avatares de los que hemos hecho mención en la breve historia esbozada. Se trata de una talla románica de finales del siglo XII o principios del siglo XIII de unos 95 centímetros de altura y madera de álamo, que preside el camerino del Santuario.
La imagen es conocida como “La Moreneta” y se tiene constancia de este apelativo ya desde el siglo XV; por eso toda la iconografía y literatura sobre ella nos hacía pensar en una Virgen negra. En el año 2001 –explica en una entrevista el abad Solé– se hizo un estudio para detectar las capas en la policromía de la imagen e intentar dilucidar si fue negra desde el origen.
El estudio reveló tres niveles en el color. El nivel más antiguo era una capa que en su origen fue blanca: se trata del pigmento que se utilizaba en ese tiempo para imitar el color de la piel, y para prepararlo se hacía con una mezcla que incluía plomo, que con el tiempo, el humo y la oxidación iba ennegreciendo; pero lo hacía de forma irregular.
Así, en el siglo XV se le da un pigmento para hacerla morena uniformando las zonas oscuras.
En la guerra de la Independencia, la imagen, que había sido escondida en una ermita, fue encontrada por los soldados. No fue identificada como la original, pero sí profanada. Se cuenta que la dejaron colgando de una encina en unos meses que fueron muy lluviosos. Al encontrarla los monjes, vieron que el Niño Jesús había sido arrancado y había desaparecido. De esa época es el Niño Jesús actual -más barroco que románico- y la última capa de pigmento -más oscuro- que se le aplicó para restaurar los daños que había sufrido el color.
La imagen –dice el abad Solé– evoca dos figuras bíblicas. El vestido de Santa María es dorado recordando a la esposa del Salmo 44 (45): “De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir. […] Vestida de perlas y brocado”. Nos habla del amor intenso -casi esponsal- de Dios por María a la hora de confiarle la misión de ser Madre de su Hijo. La segunda figura es la de la esposa del Cantar de los Cantares, que dice: “Soy morena pero hermosa, muchachas de Jerusalén”. Un texto aplicado a multitud de imágenes de vírgenes negras.
María está representada portando en la mano derecha una bola, que es la que veneran los fieles, ya que sobresale por un agujero del cristal de protección. Algunos han hablado de que representa la tierra… pero es mucho decir para el siglo XIII, donde todavía se tenía una visión plana del planeta. La esfera representa el cosmos; todo lo creado, que María sostiene en sus manos y protege, y, a su vez, presenta a Cristo.
El niño está vestido de oro y coronado, lo que nos recuerda su realeza. En su mano izquierda lleva una piña. La piña es el signo de la vida que Jesús ofrece a quien le deja entrar en su vida. También es símbolo de la unidad que nos da Jesús y en Él se mantiene.
Con la mano derecha, bendice. La Virgen se engloba en un camerino en el que, en su parte superior, dos ángeles sostienen una corona, representando así el quinto misterio de gloria. La Virgen reina está sentada en su trono, pero, como muchas imágenes románicas, es ella misma Sedes Sapientiae: trono de la sabiduría. Ya que ofrece su regazo a Jesús, el Verbo, la Sabiduría.