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Monseñor Masondole: «En África no hay vergüenza en decir ‘soy cristiano'»

Monseñor Simon Chibuga Masondole es obispo de la diócesis de Bunda, en Tanzania. Procede de una tribu de las islas de Ukerewe, una comunidad que se ha sostenido gracias a los catequistas, ya que no había sacerdotes en la región. En esta entrevista con Omnes, nos habla de la Iglesia en África.

Loreto Rios·20 de agosto de 2023·Tiempo de lectura: 12 minutos

Monseñor Simon Chibuga Masondole ©Jean Luc Habimana

Monseñor Simon Chibuga Masondole tuvo en mayo la visita ad limina con el Papa y luego estuvo en España visitando a los seminaristas tanzanos que están estudiando en el país. En esta entrevista con Omnes, nos cuenta los principales retos y fortalezas de la iglesia africana, las diferencias en la vivencia de la fe entre África y Europa y la situación actual de su diócesis, que comparte características con muchas otras en el continente africano.

¿Cómo percibe la situación de la Iglesia en África y en Tanzania en concreto? ¿Qué fortalezas y retos ve?

Una de las características principales de la Iglesia en Tanzania es que es una iglesia joven, está creciendo, apenas ha celebrado los 150 años de su evangelización. Hay un gran número de conversiones, tanto de jóvenes como de adultos. Las familias que se convirtieron hace más tiempo también se caracterizan por que son las que están mejor arraigadas en la fe y son el semillero de vocaciones para la Iglesia.

En este contexto, hay muchos movimientos apostólicos, por ejemplo la Infancia Misionera o TYCS (Estudiantes Católicos Tanzanos). Además, muchos jóvenes que están en la universidad forman coros. El coro en Tanzania es como un movimiento apostólico, tienen su inscripción, sus normas. Su forma de evangelizar es a través del canto. No es solo como en Europa el “coro de la parroquia”, es un apostolado concreto.

Monseñor Simon antes de la Confirmación de los niños (de blanco y rojo) de la parroquia de Murutunguru.

Frente a esta bendición que es el aumento del número de cristianos, y la esperanza de ver que la Iglesia crece, tenemos la dificultad de que nos faltan pastores, tanto en una cuestión de número como de formación. No solo en Tanzania, sino en África en general.

Por otra parte, se constata también que en África hay una especie de sincretismo. No hay fronteras de decir: yo soy católico y lo propio de la vida cristiana es esto. Por ello, se dan muchas situaciones en que hay personas que vienen a la Iglesia católica pidiendo ayuda u oración porque están enfermos, pero, si el problema sigue estando presente y no ven satisfecha esa necesidad, no tienen ningún problema en ir a otras confesiones o a otras partes.

Pueden estar una mañana en una iglesia católica pidiendo la unción de enfermos, pero luego ir a una oración de sanación de los pentecostales, y, si eso tampoco les funciona, van al chamán o al curandero. Por tanto, es verdad que hay una necesidad del Señor, pero también una necesidad cotidiana de superar estas dificultades. Así que el reto también es esta tarea evangelizadora, lidiar con este sincretismo, que en parte viene por una fe poco firme todavía, que está gestándose, y, por otra parte, por una tradición de milenios que está muy anclada.

Este grupo de cristianos que “deambula” con sus problemas de un sitio a otro está creciendo y tiene cierta envergadura. Es un reto para la Iglesia en África atenderles, pero también ayudarles a afianzarse en la fe católica y en esas fronteras de la fe.

Otra dificultad que se encuentra no solo la Iglesia, sino la población africana, es la proliferación de unos grupos que se denominan cristianos, pero que en el fondo son predicadores de la falsedad, que buscan un beneficio personal. Por ejemplo, con fórmulas del tipo: “Si pisas este aceite sagrado, vas a ser rico”.

Se aprovechan de esa necesidad humana que tiene la gente. Recientemente hemos tenido un caso en Kenia: en Pascua, el pastor predicó que el encuentro con Cristo es a través de la muerte, y ha influido en la gente hasta el punto de que han estado ayunando hasta morir, y ha tenido que intervenir la policía. Otro caso ha sido el que llamamos el Jesús de Tongaren, un hombre que se ha autoproclamado Jesús diciendo que ha venido a la tierra en la Segunda Venida, y tiene un grupo de seguidores.

O hace unos años otro predicador que decía que era el fin del mundo e hizo que la gente se embadurnase de aceite y prendió fuego a la iglesia con la gente dentro, y hubo muertes. Suelen ser grupos pentecostales, aunque no solo, hay otras ramas. Así que otro reto de la Iglesia en África es el aumento de estos grupos, que dicen que les ha hablado el Espíritu Santo y les ha pedido que funden algo nuevo. A través de las predicaciones además consiguen una recaudación de fondos. Hay un grupo en concreto en el que cada tipo de bendición conlleva una cantidad de dinero diferente: si solo son unas palabras, es cierta cantidad; si tengo que imponerte las manos, otra cantidad.

La Iglesia católica ante esto debe velar por predicar el Evangelio auténtico, pero también ayudar y atender a esta gente que es engañada, abusada y estafada usando el nombre de Cristo.

También hay que pedir más vocaciones, promover la pastoral vocacional, pero, al mismo tiempo, fortalecer la formación de los sacerdotes, que son hijos de su tiempo y pueden venir con tradiciones o costumbres que no son propias del cristianismo.

Pero lo bueno es que el número de cristianos aumenta, en Tanzania en concreto hay mayor número de cristianos que de musulmanes. Lo positivo es que no hay un fundamentalismo, hay una libertad de relación entre las confesiones, pero hay que poner también el límite de, sin ser fundamentalista, ser capaces de reconocer qué es lo que cabe en la fe católica y qué no.

¿Cuáles considera que son las principales diferencias entre la Iglesia en Europa y en África?

La primera diferencia es que la Iglesia en África crece rápidamente en el número de cristianos, mientras que en Europa se ha ralentizado el crecimiento.

En España, en las parroquias en las que he podido estar, he visto que hay jóvenes, mientras que, en lo que conozco de Italia, eso es muy difícil de encontrar. Aunque es un mal, creo que en general, en Europa, me ha alegrado ver que en España todavía hay una semilla viva del Evangelio.

Además, en África, no hay vergüenza de decir “soy cristiano” o “estoy buscando a Dios”. Los jóvenes en la universidad no tienen vergüenza de decir que son cristianos, que están yendo a la iglesia, al ensayo de coro… Los profesionales católicos tampoco, puedes ser médico y que se sepa que eres cristiano y no hay ningún problema. En Europa sí que veo esa vergüenza a la hora de decir que se es cristiano, o de anunciar el Evangelio. Y parece haber una creencia de que no se puede ser buen profesional y católico, que son cosas incompatibles.

Otra diferencia con respecto a las que ya he dicho es que en la Iglesia en África en la celebración litúrgica entra muchísimo en juego la expresión de la fe a través del cuerpo. Por ejemplo, en cada canto siempre hay una coreografía, no es solo música. O están también los niños de la Infancia Misionera, que son los encargados de bailar en la Eucaristía. En la liturgia europea, todo es más estático. Es la muerte de la emoción, frente a la viveza de la expresión en la Iglesia en África: baile, palmas, el vigelegele o grito de júbilo, y también en la procesión de entrada el coro tiene un paso de entrada.

Es un baile litúrgico, claro, pero no se entra simplemente andando. En Europa, para ver emociones tiene que haber un accidente en la carretera. Pero si no, no se expresan. El otro día, hablando con el rector de Jaén, comentábamos que en ningún sitio de la Biblia está escrito que la misa tenga que ser de cuerpo rígido. Lo importante es respetar el rito litúrgico, pero eso no impide que haya una expresión emocional o corporal.

A lo mejor en Europa donde más se está viendo la exaltación del cuerpo es a través de tatuajes, piercings… Pero no en la celebración litúrgica. Recuperar la corporalidad en la celebración es una forma también de purificar la concepción de la corporalidad entre los jóvenes, en vez de los piercings y los tatuajes.

La Iglesia en África aporta esa holgura dentro del rito, comprender que mi fe se manifiesta también a través del cuerpo. El hombre es cuerpo y alma.

Otra diferencia es el sentido del ofertorio en la misa. Por una parte, está la ofrenda económica. No conozco tanto la situación en España, pero la experiencia que tengo en Italia, donde he vivido diez años, es que lo normal es echar 50 céntimos. Se pierde el sentido de la ofrenda como expresión de que unes tu vida a la entrega del Señor, y esto tiene un sentido material. Eso en África está muy vivo. Si una comunidad ve que necesita una iglesia, no espera a que el obispo mande construirla. Se ponen a ello, hacen colectas, y la construyen.

Quizá esto es debido a que en Europa la gente está acostumbrada a que los sacerdotes reciben sueldo, pero se pierde esa vinculación de que es el pueblo el que sostiene a los sacerdotes. Por otra parte, está la ofrenda material. En África, junto al dinero, también se ofrecen cosas: gallinas, huevos, cerillas, sal, harina, fruta… Estas cosas realmente son una ofrenda, la persona está renunciando a ello y lo entrega a la iglesia, y luego el sacerdote lo administra: algunas cosas las destinará para su sustento, porque no tiene otra forma de mantenerse, y otras para repartir a los pobres.

Sin embargo, lo que he observado en Europa es que cuando se ofrece algo que no es dinero, en las misas de jóvenes o niños, es una ofrenda simbólica, como por ejemplo: “Te ofrezco estos zapatos en representación de nuestro caminar cristiano”. Pero después de la misa se llevan los zapatos, no hay una ofrenda para que por lo menos esos zapatos sirvan a un pobre, no es una entrega real.

¿Toda la Iglesia en África se sostiene por las ofrendas, nadie recibe sueldo?

No, nadie recibe sueldo. En África no existe eso. A no ser que sea un sacerdote que trabaja en un colegio, entonces recibe su sueldo de profesor. Pero un sacerdote de parroquia, o un obispo, no reciben sueldo, se vive de las ofrendas de las misas y de lo que da la gente, ya sea económica o materialmente. También está el pago del diezmo al final de mes, que es otra forma de ofrenda. Según el tipo de trabajo que se haga, se tiene una cantidad asignada, que no es realmente el 10 %, es simbólica. Los funcionarios tienen una cantidad asignada, que es diferente a la de los agricultores o estudiantes.

Lo que hace el sacerdote es que lo que recibe por medio del diezmo y la ofrenda lo administra: para su propio sustento (desde comida hasta la gasolina del coche para ir a celebrar misa a los pueblos o atender a los enfermos), para el desarrollo y las reparaciones de la Iglesia y para las necesidades de los pobres. El problema está en que las parroquias de la ciudad son más pudientes, se vive más holgadamente, y las parroquias de los poblados pasan más necesidad.

Usted ha enviado a varios seminaristas a estudiar a la Universidad de Navarra, en Pamplona. ¿Cómo piensa que puede enriquecerles esta experiencia?

El hecho de empezar a enviar sacerdotes y seminaristas a estudiar a Navarra surgió cuando estaba estudiando en Roma. Allí conocí a un sacerdote que me dijo que había estudiado en Navarra. Me dio el contacto para hablar con el obispo y conseguimos plaza para el primer sacerdote tanzano que fue a Bidasoa, de mi diócesis de Bunda. Estando él en Navarra, descubrió que también podían ir seminaristas, así que lo pedimos para el año siguiente y comenzamos a mandarlos también.

El obispo con los seminaristas tanzanos que estudian en Bidasoa, Navarra.

Hay muchos beneficios en que seminaristas y sacerdotes vayan a estudiar fuera. En primer lugar, de esa manera constatan que la Iglesia es una, católica, apostólica y romana. Ven la universalidad y la unidad de la Iglesia. Todos los institutos o universidades son un bien de la Iglesia, con lo cual son para todos. Ir a estudiar a cualquier universidad es una forma de experimentar en carne propia que la Iglesia es una, y que en todas partes hay universidades católicas y la teología es la misma.

No todos los seminarios tienen un sistema que permita acoger a estudiantes extranjeros. Bidasoa es uno de los pocos internacionales, está expresamente pensado para la formación de seminaristas que vienen de distintas partes del mundo, no es un seminario diocesano.

Por otra parte, la enseñanza también conlleva una tradición. No se puede comparar la tradición de vida cristiana y de universidades cristianas que tiene la Iglesia en Europa con las que tiene en Tanzania, que acaba de celebrar los 150 años de la llegada de los primeros misioneros.

La Iglesia en Europa tiene un tesoro de enseñanza, bibliotecas, libros, de profesores bien formados, que además son investigadores y escriben, que en África no hay. Es inútil querer decir que estamos en las mismas condiciones.

La idea es que reciban esa formación para poder traerla a la iglesia africana y enriquecerla.

He tenido la oportunidad en esta visita a España de ver muchas bibliotecas, y es la primera vez que he visto un libro de pergamino. O yo, por ejemplo, soy doctor en Liturgia por el Ateneo Pontificio de San Anselmo, y he visto por primera vez un sacramentario, los primeros libros litúrgicos. Había estudiado o memorizado cosas que nunca había podido ver físicamente. La Iglesia en África no tiene esa riqueza, o una biblioteca en la que ver estas cosas.

Por otra parte, en África somos de rito latino. Está el copto, en Egipto, pero básicamente somos de rito latino. Sin embargo en Europa está el romano, el mozárabe, el ambrosiano… En este viaje a España, he tenido la oportunidad de asistir por primera vez a una misa de rito mozárabe.

Además, en cada iglesia local hay una forma de piedad popular. Poder salir de casa y ver otras formas culturales de vivir y expresar la fe es una gran riqueza, porque hay muchas cosas que aprender. También ayuda conocer lo negativo, para prevenir y evitar que ocurra en la diócesis de origen.

La tradición es profundización, es desarrollo. En África todavía no tenemos. Estudias lo que es una basílica, pero en África no hay, ni existen ese tipo de edificios grandes. Creo que hay dos en toda África que se podrían considerar basílica. En Europa hay tanta historia, y tantos estilos arquitectónicos, con iglesias románicas, góticas, barrocas, renacentistas, neoclásicas… Eso es una riqueza.

O los canónigos de una catedral, en África es una figura que no existe, y en cambio aquí he podido ver que es muy común. Estudiar en otra diócesis te abre el horizonte y las perspectivas.

Había una tradición africana cristiana, pero sobre todo en la parte norte, y con la llegada del islam se perdió. Así que dentro de África hubo una barrera de comunicación de lo que podría haber sido la tradición africana de la fe cristiana.

Quiero con esto hacer una llamada también a la iglesia occidental a que abra un poquito más las puertas. En África nos faltan estas raíces de historia, educación, tradición litúrgica… Si esto no se conoce y no se profundiza en ello se corre el riesgo también de que a la fe africana le falte arraigo. Nos ayudaría mucho que Occidente abriese más las puertas a la iglesia africana y fuese más fácil recibir esta formación. Es necesario fomentar esa firmeza en la fe.

A la inversa, también es un beneficio para la iglesia europea. La iglesia africana es joven, todavía no tiene miedo de decir “soy católico”. Que jóvenes africanos lleguen a la iglesia europea es un testimonio. Es una fe sin miedo. Y también es un beneficio para la iglesia local ver otra forma de vivir la fe. El intercambio es beneficioso para todos. Nos necesitamos unos a otros para realmente ser universales.

¿Cómo fue su proceso de vocación? ¿Qué le animó a ordenarse?

Yo vengo de una familia cristiana y mi vocación surgió cuando era pequeño. Hay dos momentos clave que puedo recordar. Cuando tenía 5 o 6 años, vino por primera vez el obispo a mi isla (soy de Ukara, una isla del archipiélago de Ukerewe, en el lago Victoria). Habían terminado de construir el primer kigango de Bukiko, mi pueblo natal, y vino el obispo a inaugurarlo. Recuerdo cómo recibimos al obispo, los cantos… El obispo habló de la importancia de que los padres apostasen por la educación de sus hijos. De entre todos los niños, se acercó a mí, me colocó la mano en la cabeza y dijo: “Un niño como este, si estudia, un día puede llegar a ser sacerdote”.

El segundo momento fue poco después. En la isla no había sacerdotes, venían solo a celebrar la Pascua y la Navidad. No había misa ni los domingos, porque no teníamos ferry como ahora, había que ir en barca de pescadores. La fe en mi comunidad la han conservado y extendido los catequistas, y yo me he formado a través de ellos también.

Mi madre ese año me llevó a mí a misa de Navidad y dejó a mi hermano mayor encargado de la casa. Está muy lejos la parroquia e íbamos andando, por eso no podíamos ir todos. Recuerdo entrar en la iglesia y ver por primera vez un sacerdote. Dije: “Yo quiero ser como él”. Luego, estudié en el seminario menor, después en el mayor y me ordené sacerdote en 2006. Fui consagrado obispo en 2021.

¿Cuáles son los principales retos pastorales de su diócesis?

La diócesis de Bunda es muy joven, tiene doce años, fue erigida en el último año del Papa Benedicto XVI. Así que todavía está creciendo.

Una de las primeras dificultades en la diócesis son algunas tradiciones y costumbres que están profundamente arraigadas, como la veneración o el temor a ciertos animales considerados como tótem. Por ejemplo, en las islas, la serpiente pitón. Hasta el extremo de que si pusiésemos una pitón, aunque estuviese muerta, en la puerta de la iglesia, nadie iría, porque piensan que les puede maldecir, a pesar de ser cristianos.

La creencia de que la pitón tiene poder para maldecirles es mucho mayor que su fe cristiana.

Si hubiese una pitón en la puerta de mi parroquia, igual yo tampoco entraría.

(risas)

Pero tú la temerías en cuanto a serpiente, no como animal sagrado que tiene poder para maldecirte viva o muerta.

Luego hay costumbres tan arraigadas que es muy difícil extirpar. Por ejemplo, los ritos de purificación: si te quedas viudo o viuda, aunque es más común en las mujeres, tienes que purificarte, y el medio es acostarse con otro hombre. O la poligamia. En ciertas tribus, ser monógamo está mal visto, hay que ser polígamo, y eso afecta a la vida cristiana, al matrimonio y a las familias. En concreto, es muy difícil que los hombres de la tribu kurya vengan a misa por este motivo.

O también hay veces que se da el caso de que, por ejemplo, la quinta esposa se quiere hacer cristiana. Pide bautizarse, pero sigue viviendo como quinta mujer. Para la administración de los sacramentos, esto es un problema pastoral también.

Hay otros problemas administrativos: no tenemos una curia, un edificio para gestionar las cosas. Hemos hecho en la sala de estar de mi residencia una división con tres pequeñas oficinas, pero nos falta esa estructura todavía, aunque estamos intentando conseguirla.

Además, la diócesis de Bunda es una diócesis pobre. Para tener sacerdotes formados que formen a su vez a la población hace falta dinero. Por eso recibir una beca para nosotros es una gran ayuda.

Por otra parte, tenemos muy pocos sacerdotes. Por eso, los catequistas en nuestra diócesis son muy importantes, pero tienen que estar bien formados. Las dos grandes obras que tenemos ahora entre manos son la construcción de la curia y una pequeña escuela de catequistas, con aulas, oficina, que sirva también de lugar de retiro al que puedan ir un fin de semana o un mes y hacer un curso intensivo en temas pastorales o en liturgia. Dado que los catequistas son una pieza clave en la evangelización de nuestra diócesis, es necesario que tengan una formación acorde con la labor que realizan.

Vamos dando pasitos para crecer, pero aún estamos en una fase muy inicial. Pero estamos muy animados y caminando hacia delante.

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