Don Giussani, fundador de Comunión y Liberación (CL) en los años 60 en Italia, falleció el 22 de febrero de 2005 en Milán, tras vivir un cristianismo “esencial” ―como subrayarían décadas después los Papas Benedicto XVI y Francisco, señaló su biógrafo―,y extender el movimiento en unos noventa países en los cinco continentes.
El 15 de octubre se cumplieron 100 años de su nacimiento en 1922, y miles de miembros de CL llenaron la Plaza de San Pedro en un encuentro con el Papa Francisco. El Santo Padre manifestó, entre otras cosas, su “personal gratitud por el bien que me hizo, como sacerdote, meditar algunos libros de don Giussani, cuando era un joven sacerdote; y lo hago también como Pastor universal por todo lo que él supo sembrar e irradiar en todas partes por el bien de la Iglesia…”.
El pasado fin de semana, Monseñor Massimo Camisasca ahondó en el carisma del fundador en la presentación de la edición española de su libro, titulado «Don Giussani. Su experiencia del hombre y de Dios», en un acto moderado por Manuel Oriol, director de Ediciones Encuentro, en el que intervino también el historiador Ignacio Uría.
Como explica en esta entrevista con Omnes, el obispo Camisasca conoció al siervo de Dios Luigi Giussani en 1960, cuando tenía 14 años, y estuvo a su lado durante los siguientes 45 años de su vida. Es, por tanto, un biógrafo particularmente autorizado para hablar de la vida y el pensamiento del fundador de Comunión y Liberación, sobre el que hace unos meses habló en Omnes Davide Prosperi, presidente ad interim de Comunión y Liberación.
Antes de ofrecer sus respuestas, recogemos una idea que lanzó en la presentación Monseñor Camisasca: “Además de ser un genio de la fe y de lo humano, Giussani fue también un genio de la Iglesia. Llevó a los que lo siguieron a identificarse con el método de la manifestación de Dios en el mundo: Dios se dirige a algunos para hablar a todos, comienza con una pequeña semilla, un pequeño rebaño, pero quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Para Giussani, la experiencia de la elección, que era el corazón de su método educativo, nunca fue la afirmación de un encerrarse, sino el centro afectivo de una apertura ecuménica”.
¿En qué momento pensó en escribir esta biografía sobre don Guissani? ¿Pudo conocerle y tratarle? ¿Cuáles fueron sus primeras impresiones al conocerle? ¿Era usted ya sacerdote y obispo, o todavía laico?
― Conocí a don Giussani cuando tenía catorce años, en 1960. Comenzaba entonces mi escolaridad en un liceo de Milán, donde don Giussani, que había sido ordenado sacerdote quince años antes y había dejado la enseñanza de la teología en el seminario, comenzó a enseñar religión para estar en contacto con los jóvenes y favorecer el renacimiento de la fe cristiana en sus corazones.
Estuve al lado de don Giussani durante los siguientes cuarenta y cinco años de su vida. Naturalmente, de diferentes maneras: primero como estudiante, luego encargado por él de seguir el nacimiento del Movimiento que daba sus primeros pasos; más tarde, como sacerdote, encargado por él de seguir las relaciones con la Santa Sede y especialmente con Juan Pablo II en Roma; finalmente, a instancias suyas, como fundador de la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos.
Cuando murió don Giussani, pensé inmediatamente en recoger una síntesis de su pensamiento en un pequeño libro. Así nació este texto en el que, siguiendo un orden cronológico, trato de expresar de forma sencilla pero completa, las reflexiones más importantes que expresó a lo largo de su vida.
“La Iglesia reconoce su genialidad pedagógica y teológica, desplegada a partir de un carisma que le dio el Espíritu Santo para la utilidad común”, afirmó el Papa Francisco de don Giussani en San Pedro. ¿Trata usted de estos aspectos y de su carisma?
― Deede luego. El carisma de don Giussani sólo puede captarse siguiendo su vida y sus escritos y conociendo a las personas que le siguieron. Por tanto, en este libro se puede captar la centralidad del misterio de la Encarnación, del acontecimiento del Verbo de Dios hecho hombre, que movió a don Giussani, cuando tenía catorce años, a ver en la persona de Cristo el centro del cosmos y de la historia, como diría más tarde Juan Pablo II. El corazón de toda expectativa humana, de todo deseo de felicidad, belleza, justicia y verdad.
Cuando todavía era seminarista, esta percepción de la Encarnación como acontecimiento central de la historia del mundo impresionó a don Giussani hasta tal punto que se convirtió en el corazón ardiente de toda su vida, de toda su reflexión y de toda su obra educativa.
En el fondo, no quería ser más que un gran testigo de la plenitud humana que acontece en los que siguen a Cristo, en los que lo abandonan todo para seguirle y para encontrar en Él el céntuplo de las cosas que creían haber dejado atrás para siempre, purificadas y hechas eternas por el amor.
En ese mismo encuentro en Roma, el Papa se refirió a la “pasión educadora y misionera” del fundador del movimiento. Su biografía se presenta como “intelectual”, y también como “espiritual”. ¿Correcto?
― El editor quería captar los dos aspectos principales de mi escritura. Es una biografía intelectual, porque no se detiene en los acontecimientos externos de la vida de don Giussani, sino en el itinerario y la maduración de su pensamiento. Es una biografía espiritual porque quiere mostrar el camino que Cristo hizo en don Giussani y el camino que don Giussani hizo en el mundo para hacer posible el encuentro con Cristo de las jóvenes generaciones y luego de los adultos.
Se ha subrayado el gran deseo de don Giussani de “evangelizar la cultura”. ¿Cómo aborda usted esta inquietud del fundador? El entonces cardenal Joseph Ratzinger señaló en febrero de 2005, que “don Giussani creció en una casa -como él mismo dijo-, pobre de pan, pero rica en música. Así, desde el comienzo fue tocado, es más, herido, por el deseo de la belleza. (…) Buscaba la belleza misma, la Belleza infinita”.
― Don Giussani amaba lo humano. No sólo el hombre, sino también todo lo que era obra del hombre. Amaba la literatura, la poesía, la música. Amaba, en definitiva, las expresiones de la vida. Estos eran también los caminos a través de los cuales llegaba a la gente. Hablaba de Cristo tocando un Brahms, un Beethoven o un Chopin. Encontró huellas de Cristo, o de su espera al menos, en la poesía, por ejemplo, de Leopardi. Citó a innumerables grandes autores literarios de todos los tiempos, para ayudarnos a ver la huella, el signo de lo divino, dentro del genio del hombre.
De este modo, abrió la vida de quienes le siguieron a la curiosidad, a una sana curiosidad por todo lo que vive en el Universo y nos habla del Misterio. Cultura, para Giussani, no significaba en absoluto acumulación de conocimientos, sino, por el contrario, capacidad de relacionarse con todo lo que está vivo y es humano y que lleva en sí la cuestión del infinito.