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Mons. Luis Marín: “La Iglesia sinodal no es un invento del Papa”

Mons. Luis Marín de San Martín, O.S.A., es uno de los subsecretarios para el Sínodo de Obispos. Este agustino madrileño conforma, junto al Secretario General del Sínodo, el cardenal Mario Grech y la religiosa francesa Nathalie Becquart, el núcleo visible de la Secretaría del Sínodo que coordina y anima a toda la Iglesia en este camino sinodal.

Maria José Atienza·26 de noviembre de 2021·Tiempo de lectura: 10 minutos
Luis Marín

Traducción del artículo al inglés

Caminar juntos, unidos, para redescubrir la esencia de la Iglesia, su propio modo de ser sinodal. Este es el objetivo de un sínodo que ha comenzado de manera paralela en Roma y en todas las diócesis del mundo y del que conversamos con Mons. Luis Marín de San Martín: sobre sus claves y riesgos y, especialmente, sobre esa necesidad de participación de todos para recuperar la esencia de la Iglesia desde la propia vida de cada uno de los católicos. 

—¿Cómo se vive un Sínodo desde dentro?

Mi experiencia es que se vive con emociones contrapuestas al saber que estás ante algo grande.

En primer lugar, se vive con un sentido de maravilla, de agradecimiento a Dios porque realmente es un momento crucial en la historia, un tiempo del Espíritu del que te hace ser partícipe. 

Segundo, se vive también con cierto miedo, especialmente al principio, cuando surge la duda de cómo gestionarlo todo. Pero esta pregunta se resuelve enseguida con una enorme confianza. Yo tengo una enorme confianza, y por ello, te pones en las manos de Dios y te dejas llevar poniendo todo el entusiasmo posible.

En tercer lugar, se vive con gran agradecimiento. Agradecimiento porque, a pesar de que somos pequeños, el Señor hace su obra. 

Lo vives, pues, con todos estos sentimientos… y mucho trabajo. El Sínodo es un trabajo que nos ha implicado muchísimo. Quienes colaboramos en la secretaría del Sínodo hemos trabajado, y estamos trabajando, muchísimo, pero lo hacemos con el convencimiento de que vale la pena. Además, conforme más te implicas y lo conoces, más te vas entusiasmando. 

—¿Cual es la labor de los subsecretarios del Sínodo?

Por primera vez, somos dos subsecretarios y, también por primera vez, somos los dos religiosos, con dos espiritualidades complementarias: la mía agustiniana y la de sor Nathalie Becquart, ignaciana. Nuestra labor es colaborar con el secretario general, el cardenal Mario Grech, y acompañarlo en sus funciones. No se trata sólo de preparar el Sínodo de los obispos sino, especialmente, de promover la sinodalidad en la Iglesia: hacer que la Iglesia sea sinodal. Formamos un equipo en el que hemos de ser los primeros en vivir ese estilo sinodal: de colaboración, de comunión, y de diálogo con el cardenal Grech y entre nosotros. 

—“Iglesia sinodal”: alude usted a un término que se ha incorporado a nuestro vocabulario en los últimos meses, pero, ¿qué es la Iglesia sinodal? 

Hasta la fecha, tradicionalmente, se preparaba la Asamblea del Sínodo de los obispos que, cada cierto tiempo, se reunía en Roma para tratar sobre determinados temas. Ahora, el Papa ha abierto esto mucho más. Se trata de ir a lo que es la Iglesia en sí misma. Esto no es una invención del Papa. La Iglesia es sinodal, al igual que es comunitaria o es misionera. Pertenece a la esencia de la Iglesia. 

¿Qué significa la Iglesia sinodal, qué es ese “caminar juntos”? Ser cristiano es participar en lo que Cristo es. Por el bautismo nos incorporamos a Cristo y esto significa que hacemos nuestra y participamos en esa realidad salvífica que es la realidad de Cristo Redentor. Somos misioneros por el bautismo, llevamos la salvación de Cristo a los demás porque los cristianos no vivimos nuestra fe en soledad, sino en comunidad: la Iglesia es familia, esto es “juntos”, caminar juntos. Es lo que la Iglesia es. 

Como cristianos, unidos a Cristo y a los demás, avanzamos dando testimonio salvífico en medio del mundo hasta la plenitud del final de los tiempos. 

Vivir la Iglesia es esto: vivir la Iglesia es vivir la sinodalidad. Promover esta sinodalidad es tarea de todos los cristianos. Esa sinodalidad se manifiesta de diversas maneras: el Sínodo de los obispos es el modo en el que se manifiesta la sinodalidad para los obispos, pero no es el único. Están los consejos pastorales, los consejos parroquiales, episcopales… y puede haber otras manifestaciones y concreciones de la sinodalidad. Hay que hacer un discernimiento y ver qué nos pide el Señor para vivir la comunión la participación y la misión como Iglesia.  

Tanto el Santo Padre como los documentos de ayuda publicados para este Sínodo señalan el paso de un “evento” a un proceso.

No tenemos que identificar “Sínodo” con Sínodo de los obispos. Lo importante es el camino. En octubre se ha abierto un Sínodo, no una preparación. Toda la Iglesia ha comenzado la senda y avanzamos en este camino de escucha, de discernimiento, viendo cómo podemos participar, qué es lo que nos pide el Espíritu Santo en este momento de la historia, cuál es nuestra misión. 

Este caminar se realiza desde abajo: todos los cristianos, las parroquias, las diócesis, las conferencias episcopales, las conferencias episcopales continentales, la asamblea del Sínodo de los obispos y, después, volveremos otra vez a todos los fieles, porque las decisiones, las ideas, etc., volverán a las diócesis. 

El Sínodo no es un tema administrativo, no es un proyecto para ponernos de acuerdo o para “repartir el poder”, no es un tema de “hacer”. 

Mons. Luis Marín. Subsecretario del Sínodo de los Obispos

—¿Hablamos de lo que podríamos llamar un cambio de mentalidad?¿Cree que será posible?  

Creo que es el inicio de un camino, pero sí que tenemos que ir a un cambio de mentalidad. El cambio básico esencial es reconocer que estamos ante un evento del Espíritu Santo.

El Sínodo no es un tema administrativo, no es un proyecto para ponernos de acuerdo o para “repartir el poder”, no es un tema de hacer. 

El Sínodo es un tiempo del Espíritu Santo con todo lo que esto significa, es decir, lo que significó Pentecostés para la primitiva Iglesia. ¿Qué significó Pentecostés? Cambiar la mentalidad, romper los muros, los miedos, lanzarnos a la predicación a los confines de la tierra. Por eso, ese ponernos en las manos del Espíritu es el cambio fundamental. Desde ahí iremos descubriendo el camino, las cosas que hay que cambiar. 

Habrá cambios, sí. A veces fundamentales y básicos, que no nos llevarán a cosas estrambóticas sino a vivir la esencia de nuestra fe, a lo que es la Iglesia. 

Con el paso del tiempo, en la Iglesia nos hemos ido acostumbrando, hemos perdido el mordiente, el entusiasmo,… no llegamos a todo, en resumen, nos hemos anquilosado. 

Estamos en un momento de despertar con un impulso grande desde el Espíritu Santo que nos llevará ser verdaderamente lo que somos. Al obispo y al sacerdote a ser verdaderamente obispo o sacerdote, y al laico a ser verdaderamente laico.

La belleza de la Iglesia radica en que cada uno aporta su carisma, aporta su vocación, en unidad con todos, bajo el impulso del Espíritu Santo. Al laico no se le “conceden” ciertas tareas “para que esté contento y así nos ayude al clero”. No es que “ayude”, es que el laico tiene que participar en la Iglesia, y hacerlo como laico, sin clericalizarse. No clericalicemos al laico ni laicicemos al clero: cada uno según su función en la Iglesia. 

La Iglesia no es un sistema de poder, sino de servicio. Todos tenemos el mismo grado, ni arriba ni abajo, sino que tenemos tareas diferentes. Por eso en el logo de este Sínodo aparecen todos caminando por igual. 

El laico “ayuda” en ciertas tareas de la Iglesia. El laico tiene que participar en la Iglesia y hacerlo como laico.

Mons. Luis Marín. Subsecretario del Sínodo de los Obispos

—Todos los cambios dan miedo y en la Iglesia también…

El Papa se refieren en muchas ocasiones al peligro del “siempre se ha hecho así” para evitar el cambio, porque tememos la novedad, perder nuestras seguridades… Pues éste es un tiempo del cambio, de la novedad y de perder las seguridades y ponernos en las manos de Dios. 

Tenemos que fiarnos del Espíritu, que “hace nuevas todas las cosas” y que nos va a hacer más felices, porque nos hará más coherentes… Hay que sacudirse los miedos, es un tiempo de renovación desde el interior. 

Efectivamente, el miedo es uno de los problemas que tenemos ante este proceso. El miedo es muy humano y precisamente tenemos que abrirnos a lo divino, al Espíritu que nos transforme. Pienso que este tiempo sinodal es un tiempo de Dios, porque es tiempo de autenticidad. No es momento de pensar que “siempre se ha hecho así”, sino “¿qué nos pide Dios?”. De eso se trata cuando hablamos del discernimiento. Vamos a escucharnos unos a otros y escuchar también al Espíritu Santo. En este camino sinodal la dimensión orante es imprescindible. Sin una dimensión orante no podremos avanzar ni superaremos nuestros miedos e inseguridades.  

—En el mundo de los horarios cerrados y las prisas, ¿cómo recuperar esa necesaria dimensión orante?

Evidentemente, esto requiere una conversión y, ante todo, un comenzar. Hace poco me planteaban una dificultad importante: ¿por qué el mensaje cristiano no llega? Hacemos documentos buenísimos que se quedan en la estantería, gestos maravillosos que no llegan a la gente. Aunque pueda parecer paradójico, éste es un momento de detenernos al tiempo que avanzamos. Hacer silencio, detener los ruidos y redescubrir el valor de la oración. 

En ocasiones nos damos cuenta de que hemos perdido, no sólo la capacidad de orar sino el gusto por orar y, en consecuencia, nos entregamos al activismo, a “hacer cosas” o al “conocer las cosas”. Sin embargo, decía Benedicto XVI que se es cristiano por el encuentro personal por Cristo, no por decir o hacer muchas cosas. Se trata de esto, del encuentro personal, de amistad con Cristo. Sin ese encuentro y esa amistad nada de lo que hagamos ni de lo que digamos tendrá sentido. 

Hay que volver al encuentro personal con Cristo porque desde ahí iniciamos el camino. A veces, queremos decirle al Señor lo que tiene que hacer, queremos controlar, seguir un programa… Lo bonito de este proceso es que no sabemos dónde nos va llegar. Algunas veces me preguntan “¿cuál va a ser el final de este Sínodo? , ¿qué tipo de conclusiones saldrán de esto?”, y respondo: “pregúntenle al Espíritu Santo, porque yo no lo sé”. 

¿Qué hemos de poner a la luz del Espíritu Santo? Nuestro mundo del ruido, del hacer, del poder… esas construcciones que nos hemos hecho y de las que tenemos que ver qué hemos de cambiar para volver a lo esencial, para redescubrir las bases de nuestra fe. 

Los cristianos debemos ser semilla de esperanza. Llevar la salvación que es Cristo en el medio del mundo. Es muy bonito ver que este proceso sinodal surge en el momento de la pandemia, en un momento en el que la Iglesia está marcada por los escándalos, en un momento de templos vacíos, de una crisis del laicismo… Todos hemos pedido a Dios que nos ayude en estos momentos y aquí tenemos una respuesta: Iglesia sinodal, ir a lo esencial, ponernos a la escucha del Espíritu Santo, unidos entre nosotros… Y vamos adelante. 

Es una respuesta de Dios y una gran responsabilidad para todos nosotros, porque esta respuesta de Dios en la historia pasa a través de nosotros. Si no participamos, si pensamos que esto “nos complica la vida”,  podemos estar frustrando la acción del Espíritu Santo. Es un momento muy importante para el que necesitamos mucha humildad, mucha confianza y mucho amor, y esto lo recibimos en la oración. 

—Hay católicos que dicen no sentir esa pertenencia a la Iglesia o que la Iglesia no los escucha… 

Todo católico forma parte de la Iglesia porque forma parte de Cristo. No hay Cristo sin Iglesia. Cristo resucitado es Cristo cabeza de la Iglesia, unido a ella, inseparable. Unirte a Cristo te une a la Iglesia. Es verdad que vivimos en una época donde hay muchas personas cristianas que no participan de la vida de la Iglesia, que están al margen por circunstancias diversas. Por esa razón, el Papa nos anima a llegar a esos márgenes, a ir nosotros al encuentro de ellos. Hay que escuchar a todos, no sólo a los que vienen a Misa o están junto a nosotros, sino a todos: ofrecer a esas personas la posibilidad de participar, de hablar y de escucharles, uniéndoles a nosotros. Este momento de escucha es también un momento muy bonito de evangelización.

¿Cómo empezar a hacer esto? Empezando. A nadar se aprende nadando. Aprendemos a caminar juntos caminando juntos en el Espíritu Santo. Y tenemos experiencia de que vienen, de que preguntan: ¿cómo puedo participar? Acercándose a su parroquia, preguntando al párroco. Ir a lo sencillo, que es vivir nuestra fe cristiana que es comunidad, a la escucha del Espíritu y unidos a Cristo. 

Eso sí, tenemos que tener paciencia. Nuestros tiempos no son los tiempos de Dios. El cristianismo se difunde por contagio, por el entusiasmo de los primeros cristianos. Creo que todo cristiano ha de ser apóstol en el sentido de ser un entusiasta de su fe, porque conoce a Cristo experiencialmente y lleva a Cristo enmedio del mundo. Viviendo la autenticidad de nuestra fe iremos “contagiando” e iremos integrando a más personas, incluso a aquellos que nos insultan, como nos ha dicho el Papa.

Escuchar a todos y, desde ahí, discernir, y tomar las decisiones que sean necesarias y que indicará el Espíritu Santo, no la voluntad de cada uno. Habrá que cambiar y renovar muchas cosas, sí, y será un camino de esperanza para todos. 

Hay que escuchar a todos, no sólo a los que vienen a Misa o están junto a nosotros.

Mons. Luis Marín. Subsecretario del Sínodo de los Obispos

—¿Cómo llevar a cabo este discernimiento saber qué pide Dios y no caer en modas o ideologías?

El discernimiento necesita de la apertura al Espíritu Santo, el eje vertical que nos pone en comunicación con Dios, y la participación de los hermanos, de todos, el eje horizontal. Así se traza ese camino juntos que nos lleve a discernir qué pide Dios a la Iglesia hoy. 

El lema del Sínodo nos pone ante tres temas que Dios pide a la Iglesia: comunión, participación y misión

La primera, comunión. Hemos de preguntarnos cómo la vivo yo personalmente cuando en la propia Iglesia hay grupos enfrentados, se imponen las ideologías, etc.

La comunión significa que juntos nos enriquecemos. Es muy bueno que no tengamos la misma personalidad, la misma sensibilidad, la misma cultura … porque de lo contrario se empobrecería la vida. A veces olvidamos que somos hermanos y nos comportamos como enemigos, como miembros de una especie de partido político y el cristianismo no es una ideología. Hay tantas maneras de seguir a Cristo como personas en el mundo.

Luego, la participación. Cada uno tiene que participar según su condición y su carisma, como hemos apuntado antes. No podemos tener una actitud pasiva ni clericalista, es decir, que el clero lo haga todo y sepa de todo mientras que muchos laicos están pasivos o quieren convertirse en “pequeños clérigos”. Hay que desarrollar mucho más las estructuras de participación en la Iglesia.

Y, por último, misión. En este mundo tan difícil, ¿llevamos la buena noticia a los demás o creamos una especie de guetos en los que hablamos un idioma que nadie entiende? ¿Salimos a las periferias, es decir, a todos los ámbitos de la vida? Estas son las cuestiones del Sínodo, el reto. No podemos reducir el Sínodo a buscar unas recetas o cuatro puntos de examen sino que es un movimiento del Espíritu, es algo más profundo.

—¿Cómo se ha acogido en toda la Iglesia este Sínodo novedoso? 

Tengo que decir, y me alegro mucho poder afirmar que, en general, se ha acogido muy bien, con muchas ganas. Desde la Secretaría del Sínodo estamos en contacto con las conferencias episcopales de todo el mundo, con asambleas de religiosos y asociaciones laicales. Hay mucha expectación, ganas y diría también, entusiasmo. También somos conscientes de que están presentes, en muchos ámbitos, las dudas, cómo vamos a hacer, por donde debemos ir, como empezar… ha habido un impulso inicial muy fuerte. En la inmensa mayoría de las diócesis se ha asumido como lo que es, un tiempo de Dios y una oportunidad extraordinaria para la vida cristiana. 

El Papa nos decía que teníamos que prepararnos para las sorpresas. El Espíritu Santo nos va a sorprender. En nuestra sociedad nos gusta mucho tenerlo “todo atado”, pero en este momento, se nos pide esa apertura a la sorpresa del Espíritu. Por ejemplo, desde la Secretaría del Sínodo se ha enviado un documento preparatorio que es una ayuda, pero que si no sirve… pues no pasa nada. Hemos colocado diez temas. Al principio estaban planteadas una decena de preguntas claras, amplias… y alguien nos hizo ver que parecía un examen, que corría el riesgo de que se redujera a responder una serie de preguntas; y lo que queremos es una experiencia de escucha, no unas respuestas cerradas. Por eso se cambiaron a diez núcleos temáticos, que abarcan una mayor posibilidad de reflexión. Si sirven, bien. Si no habrá que buscar otras.

Desde la Secretaría del Sínodo intentamos que haya una conexión de materiales, de ayuda… para que todos podamos ayudarnos en este camino, por eso están disponibles en la web los distintos materiales. La clave es que la Iglesia entera se ponga en esta escucha y este discernimiento y que sirva. 

Además, la Secretaría de Sínodo tiene un contacto muy intenso con las conferencias episcopales de todo el mundo. Por primera vez hemos tenido unos grandes encuentros online, divididos por idiomas. Se han hecho dos y en el próximo queremos que participen también los referentes y coordinadores del Sínodo de todas las conferencias episcopales.

Nos estamos reuniendo con los presidentes y secretarios de los dicasterios de la Curia romana. Junto a esto, nos hemos reunido telemáticamente con los patriarcas de las Iglesias orientales, y con la unión de superiores y superioras de los institutos religiosos, y se tiene contacto con las comunidades de vida contemplativa y asociaciones laicales. Está siendo un trabajo intenso pero que ha creado una gran conexión con iglesias de todo el mundo.

—La Curia romana, ¿también ha iniciado este proceso sinodal?

Si decimos que la Iglesia es sinodal, todo lo que es Iglesia es sinodal, es Sínodo, por tanto, también la Santa Sede. Efectivamente, también en la Curia vaticana estamos en este proceso de pensar, de ver qué nos dice el Espíritu Santo en este momento y poder responder a ello.

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