Cultura

Una Misa para tiempos recios: Misa Nelson de Haydn

Escuchar la música compuesta para el ordinario de la Misa por un gran compositor siempre es una experiencia que alimenta la fe y el disfrute estético. Si además el autor es un sincero católico, y la música se ciñe extraordinariamente a una determinada situación espiritual e histórica, la audición de la Misa se convierte en una interesante experiencia espiritual y humana. Una buena muestra para comprobarlo es la "Misa Nelson" de Franz Joseph Haydn.

Antonio de la Torre·30 de enero de 2025·Tiempo de lectura: 5 minutos
Música

(Unsplash / Rajesh Kavasseri)

Cuando pensamos en grandes compositores católicos nos encontramos con algunos que lo son sólo de nombre y con otros que vivieron una auténtica vida de fe, devoción y práctica en el seno de la Iglesia. De estos últimos, uno de los más relevantes es el austriaco Franz Joseph Haydn (1732-1809), el gran patriarca del clasicismo musical vienés, quien desarrolló la parte más importante de su carrera musical en pleno apogeo de la Ilustración laicista, en la segunda mitad del siglo XVIII. En una época en la que la fe católica se solía asociar en los medios más cultivados con la superstición, el oscurantismo y el inmovilismo cultural, nos sorprende encontrar un católico de verdad entre los músicos más equilibrados, luminosos e imaginativos del Siglo de las Luces.

Sin entrar en los detalles personales de su vida religiosa, nos vamos a detener en una de las muestras más evidentes de su fe: una de las Misas pertenecientes a su amplio catálogo de composiciones para la liturgia católica. Muchos de sus contemporáneos se dedicaron a este tipo de música, entre ellos su gran amigo Mozart o su hermano Michael Haydn, pero en ninguno de ellos encontramos la sinceridad de expresión, la ilustración de la fe con la música y la serena dignidad del estilo litúrgico como en Franz Joseph Haydn.

Una primera serie de ocho Misas fue compuesta entre 1749 (con 17 años la primera, dedicada a san Juan de Dios) y 1782 (ya a los 50 años, compuesta para el santuario de Mariazeller). Sus obligaciones con el príncipe Esterhazy, su patrón, y sus viajes a Londres para estrenar su música, supusieron un largo parón en su dedicación a la música litúrgica. Entre 1782 y 1795 se dedicará intensamente a estos dos compromisos, y en este período desarrollará maravillosamente su estilo de composición para música de cámara y para orquesta, hasta el punto de que se le considera el padre del cuarteto de cuerdas y de la sinfonía, los dos géneros más relevantes en los dos tipos de música.

Por ello, cuando en 1796 retorna a la composición de Misas, su estilo tiene ya una madurez y un dominio de la técnica orquestal admirable, lo que hace que su última serie de seis Misas, compuestas entre 1796 y 1802, sea seguramente la colección de música litúrgica católica más importante del periodo clásico. El ritmo anual de Misas se debe a que fueron compuestas, cada una de ellas, para el día del santo de su patrona y amiga María, esposa del príncipe Nicolás de Esterhazy. Por ello, para cada 12 de septiembre, Haydn tenía ya compuesta una magnífica Misa para ser interpretada en la celebración litúrgica del Nombre de María. La tercera de ellas, compuesta en 1798, es posiblemente la mejor: la “Missa in angustiis», conocida como “Misa Nelson».

Un salvador para recias angustias

Llama la atención que una Misa compuesta para una ocasión festiva lleve este nombre tan dramático. Las circunstancias en las que se desarrolló su composición, sin embargo, explican este tono oscuro y preocupante que sugiere el título, y también la aparición del almirante Horacio Nelson en el título con el que normalmente se la conoce. En 1798 Haydn, con 66 años, está pasando por momentos difíciles. Su salud se va deteriorando cada vez más (morirá 11 años después), y sus fuerzas están agotadas por el tremendo trabajo que le supuso terminar su obra maestra, el oratorio “La Creación”, estrenado en abril de 1798. Por otro lado, el verano de 1798 fue muy duro para Austria y Viena, su ciudad favorita, amenazada y derrotada sucesivamente por los ejércitos revolucionarios de Napoleón.

Por si fuera poco, la economía de guerra recortó sustancialmente el presupuesto musical del príncipe Esterhazy, quien tuvo que prescindir de todos los músicos de instrumentos de viento (trompas, oboes, flautas, clarinetes y fagotes). Como son estos los que dan color a la orquesta de Haydn, la Misa tuvo que ser compuesta para una plantilla un tanto oscura: tan sólo cuerdas, trompetas y timbal. El ambiente, sin duda, sugiere en todas sus dimensiones angustias y preocupaciones muy recias.

Sin embargo, poco antes del estreno de la Misa, el 1 de agosto de 1798, la flota inglesa, comandada por Lord Nelson, despedazó a la escuadra francesa en la batalla de Egipto, y por tanto asestó el primer golpe mortal al expansionismo imparable de Napoleón. El nombre del almirante se convirtió en sinónimo de esperanza frente al francés, y su figura alcanzó en seguida un relieve de salvador, como una respuesta divina a la implorante súplica de Haydn en su Misa. Por si fuera poco, el propio Nelson acudió en 1800 a Viena y al palacio de los Esterhazy, y posiblemente Haydn, muy conocido por el público inglés tras sus viajes a Londres, interpretaría en su honor la Misa que compuso para aquel tiempo de angustias y de peligros. Desde entonces, es universalmente conocida como la “Misa Nelson”.

Una súplica estremecedora

El primer número de la Misa, “Kyrie”, con sus golpes de trompeta y timbal, escrito en el sombrío de modo de re menor, contiene unas estremecedoras invocaciones del coro al unísono, invocando la misericordia divina en tiempos oscuros. Poco que ver con los comienzos de las Misas del periodo clásico, normalmente luminosos, en modo mayor y llenos de melodía y equilibrio. Tras un breve periodo imitativo en el coro, irrumpe sobre las trompetas una escalofriante coloratura de la soprano, la parte solista de la Misa que requiere más virtuosismo, clamando “eleison”: ten piedad.

El “Gloria”, por el contrario, es incoado por la soprano en re mayor, en un estilo más convencional y luminoso, que recuerda a los mejores coros del oratorio “La Creación”. Intervenciones solistas y corales conducen a una sección más calmada, en si bemol mayor, que se recrea con las palabras “qui tollis peccata mundi”, “tú que quitas el pecado del mundo”. El tono de oración llena de fe se transparenta serenamente en este luminoso pasaje, cálido y armonioso en el contexto de la angustia y las continuas alteraciones musicales. El bajo, otra parte solista de gran virtuosismo, acompaña a la soprano en este maravilloso dúo, completado con pequeñas intervenciones del coro y pasajes solistas del órgano. El final del “Gloria” repite su comienzo, trazando así una equilibrada estructura musical propia del clasicismo vienés.

De la contemplación al combate

El pasaje central del “Credo” es una de las partes más elaboradas y originales de la “Misa Nelson”, en la que se percibe con qué detalle Haydn contempla musicalmente el dogma central de la fe que él profesaba de corazón: la encarnación, pasión, muerte y Resurrección del Hijo de Dios. En efecto, tras un comienzo ligero, de nuevo en re mayor, la música se detiene a las palabras “bajó del Cielo”. Una amplia y pausada sección, en sol mayor, escrita solo para cuerdas y soprano, ilustra dulcemente la encarnación del Hijo de Dios.

Tras el eco hecho por el coro, la música se dirige hacia la Pasión y muerte de Jesucristo, acompañada ya por golpes de trompetas y timbales, como en una terrible procesión fúnebre. El profundo tono contemplativo, y a la vez de exposición de la fe de este pasaje, llega a un momento conmovedor cuando la soprano, en la recapitulación de la Crucifixión que hacen los solistas, repite tres veces “pro nobis”: “por nosotros”. Tras ella, sólo los cellos de la orquesta acompañan silenciosamente el recuerdo del entierro de Cristo: “et sepultus est”.

Acabando la Misa, antes de llegar al solemne “Agnus Dei», que culmina la Misa con un triunfante re mayor final, Haydn deja en la segunda parte del “Sanctus” (el “Benedictus”) otro momento de inspirada originalidad. Haciendo alusión a aquél “que viene en el nombre del Señor”, compone una marcha militar en compás de 2/4, de nuevo en la sombría tonalidad de re menor. Fórmula extraña para una sección que en las Misas de esta época suele estar compuesta en modo mayor y en un tono sereno y melodioso. Pero las circunstancias mandan: el salvador “que viene en el nombre del Señor” tendrá que venir en medio de la guerra y con un soberano poder militar para vencer las amenazas y angustias que dominan el ambiente. Si no podemos decir literalmente que Lord Nelson fue la respuesta a esta tremenda súplica, hay que reconocer que su figura encaja sorprendentemente con las angustias y las esperanzas expresadas por Haydn en esta magnífica Misa.

A continuación, Eraldo Salmieri dirige a la Filarmónica de Eslovaquia en su interpretación de la «Misa Nelson».

El autorAntonio de la Torre

Doctor en Teología

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