Traducción del artículo al inglés
“Men of Melchizedek” (MOM) es una organización norteamericana que presta apoyo espiritual y material a sacerdotes en dificultades. En el verano de 2021 una orden religiosa le preguntó si podía desarrollar un modelo para afrontar las acusaciones de abuso sexual. Fue entonces cuando los responsables de MOM decidieron crear una oficina jurídica especializada en estos asuntos. Como se trata de un tema de máxima importancia, estaban interesados en desarrollar un protocolo que garantizara la investigación rigurosa y respetase la presunción de inocencia de los acusados. Se trata de colaborar para que efectivamente se llegue a la verdad sobre una determinada acusación.
Michael Mazza es el asesor jurídico de esta institución. Recientemente ha defendido su tesis doctoral en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (Roma) sobre el derecho a la reputación de los sacerdotes, con particular atención a aquellos acusados por abusos. Con este motivo, charlamos con él sobre los desafíos de estos procesos penales en la Iglesia.
¿Cómo nació la idea de crear un consultorio para atender a sacerdotes acusados?
—Ante el aumento de juicios en la Iglesia contra sacerdotes y las variadas situaciones que se van planteando, pensé que habría que garantizar el derecho a la presunción de inocencia y a la legítima defensa. A estos derechos, fundamentales para que los procesos judiciales sean realmente justos, es a los que pretendo servir con mi trabajo.
¿Hasta qué punto está en riesgo la presunción de inocencia de los sacerdotes?
—La atención mediática que reciben muchos de estos procesos en ocasiones puede hacer que se resientan las garantías procesales de los acusados. Nadie está a favor de la impunidad; pero tampoco deberíamos estarlo de condenar a alguien sin las debidas garantías. Me parece que hemos pasado en los últimos años de un extremo al otro. Vale la pena no olvidar, como afirmaba uno de mis profesores de Derecho canónico, que el símbolo de la justicia no es un péndulo, sino una balanza.
¿A qué se dedicaba antes de abrir el consultorio jurídico?
—Tras acabar mis estudios, trabajé como profesor y catequista durante diez años. Luego, cuando nuestra familia empezó a crecer, decidí estudiar Derecho civil y trabajar como abogado, trabajo al que me he dedicado durante dos décadas. Desde el 16 de julio de 2021, fiesta de Nuestra Señora del Carmen, inicié el asesoramiento en el nuevo consultorio. Creo que María, como Madre de los Sacerdotes, es una intercesora especialmente importante para este tipo de trabajo.
La búsqueda y determinación de esa verdad indudablemente ayuda a las víctimas a obtener una reparación.
Michael Mazza. Asesor jurídico Men of Melchizedek
En su opinión, ¿cómo ha sido la gestión de los casos de abusos por parte de la Iglesia en Estados Unidos?
—Es una pregunta pertinente, y muy compleja. Lo primero que hay que señalar es que ha habido muchas víctimas de abusos sexuales, cuyo sufrimiento es indescriptible. El daño que han sufrido es incalculable. La pasividad de las autoridades eclesiásticas a la hora de castigar y corregir dichas conductas ha generado un escándalo muy grande.
Todo ello nos lleva a concluir que la jerarquía no actuó bien. Pienso que pocos estarán en desacuerdo con esto. Sin restar importancia a la afirmación anterior, me gustaría destacar que muchos abogados y psicólogos que asesoraron a los obispos consideraban que los responsables de estos abusos, más que criminales, eran simplemente enfermos, que necesitaban tratamiento y curación. Sin excusar la responsabilidad de los obispos, estas aproximaciones pueden ayudar a comprender la falta de contundencia con la que frecuentemente se reaccionó ante las denuncias.
¿Ha mejorado la situación en la actualidad?
—La situación, sin duda alguna, ha mejorado. En primer lugar, las acusaciones se toman más en serio. En segundo lugar, las autoridades civiles se involucran más a menudo. Por último, y más importante, las necesidades de los perjudicados por los abusos tienden a ponerse en primer plano. En cualquier caso, este cuadro general también presenta ciertas sombras o desafíos. De una parte, la facilidad de acoger las acusaciones puede producir desequilibrios, como es el hecho de que las denuncias anónimas sean utilizadas como instrumento al servicio de venganzas privadas. La implicación de las autoridades civiles puede causar a veces otros problemas, especialmente si la autoridad es activamente hostil a la Iglesia. Finalmente, no ha sido infrecuente que las necesidades de las víctimas se presenten en términos exclusivamente monetarios.
De todos estos desafíos, ¿cuál considera el más acuciante?
—Pienso que el principal reto es garantizar un proceso justo para los clérigos acusados. Esta percepción es la que me ha llevado a investigar esta cuestión y centrar ahí mi trabajo profesional.
¿Podría enumerar algunos aspectos que podrían mejorarse en los procesos?
—Como ya he comentado, es particularmente importante proteger el derecho a la defensa y a la presunción de inocencia. Junto con ellos, también es necesario velar por la buena fama del procesado, cuyo honor no debería quedar perjudicado hasta que se demuestre su culpabilidad.
Publicar los nombres de los acusados antes de que sean declarados culpables en algún tipo de proceso judicial o incluso extrajudicial es un horrible abuso, y genera un daño irreparable. Si hay un solo fruto de mi investigación y publicación, espero que sea la eliminación de esas listas de los llamados “acusados creíbles”.
¿De qué manera su estudio ayuda a combatir los abusos sexuales en la Iglesia?
—Una idea que late en toda mi investigación es la importancia de llegar a la verdad sobre una determinada acusación. La búsqueda y determinación de esa verdad indudablemente ayuda a las víctimas a obtener una reparación. La afirmación que a veces se escucha de “hay que creer a todas las denuncias” es populista, y puede llegar a ser insultante para las verdaderas víctimas, también para quienes son falsamente acusados, quienes han sufrido un daño real.
¿Tiene alguna sugerencia sobre cómo podría mejorar el proceso contra los clérigos acusados de abusos?
—Podría mencionar muchas. Se trata de medidas sencillas, nada revolucionarias. Entre otras, puedo mencionar la necesidad de formar mejor a las personas llamadas a conformar los tribunales canónicos; una mejor comunicación al clérigo de sus derechos en el proceso; y una mejor asistencia jurídica de los acusados, que –como cualquier otra persona- tienen el derecho a una defensa cualificada.
Una exposición más detenida de estas y otras medidas puede encontrarse en un documento que he contribuido a elaborar, y que puede consultarse en la página web de la asociación “Men of Melchizedek”.
Usted ha defendido recientemente una tesis doctoral con el título «El derecho del clérigo al buen nombre» (“The Right of a Cleric to Bona Fama”). ¿Por qué se interesó especialmente por este aspecto?
—Partiendo de la idea de que la justicia consiste en dar a otro un bien que le corresponde, he querido centrarme en el bien consistente en la reputación, en el buen nombre. Este bien jurídico es particularmente importante con respecto al clero ordenado, por la posición de servicio que ocupa en una comunidad de fieles.
A lo largo de mi investigación, procuro explicar en qué consiste la reputación, por qué es importante, cómo se ha protegido a lo largo de la historia en muchas culturas diferentes y, por último, qué significa esto en el contexto contemporáneo, especialmente en los Estados Unidos.
¿Por qué es importante tener un asesor canónico?
—Las acusaciones de abuso sexual son de naturaleza penal e implican frecuentemente la apertura de un proceso que puede acarrear consecuencias muy graves. La acusación por un delito es, por lo tanto, una cuestión muy grave. Para hacer frente a la misma, se precisa de conocimientos jurídicos técnicos, que la mayoría de las veces un sacerdote no tiene. Junto con ello, un asesor canónico puede proporcionar perspectiva, ánimo y un oído atento a las personas que atraviesan por esos procesos.
¿Su asesoramiento canónico abarca sólo los casos de abuso en el ámbito de la Iglesia?
—La gran mayoría de mis clientes, diría que dos tercios, están implicados en procesos de abusos. Junto con ello, también asesoro en otro tipo de procesos, como en causas de nulidad matrimonial.
¿Selecciona a sus clientes?
—Por supuesto. Considero que tengo el deber ético de asegurarme de que puedo representarlos bien, de forma que si carezco del tiempo o la preparación específica necesarios para un asunto, prefiero derivar esos clientes a otros colegas. Además, antes de formalizar la relación es oportuno asegurar el entendimiento mutuo, así como que el cliente comparta mi enfoque del proceso, que es un enfoque directo y siempre respetuoso con la oficina del obispo.
Algunos consideran que el carácter sobrenatural de la Iglesia exime a la jerarquía de respetar los derechos naturales de los acusados
Michael Mazza.Asesor jurídico Men of Melchizedek
¿Podría explicarnos brevemente cómo se desarrolla el proceso contra un clérigo acusado de abuso?
—Con mucho gusto. Una vez que el superior recibe una acusación por abuso, al menos en los Estados Unidos, en la inmensa mayoría de los casos el acusado es inmediatamente relevado de sus funciones. A menudo se le pide que abandone también el lugar, se le prohíbe celebrar los sacramentos públicamente, se le insta a que no vista de clérigo y se le ordena que no se presente públicamente como sacerdote. También es frecuente que se le ordene acudir a un hospital psicológico, donde se le puede aislar por completo, se le hace firmar un documento de renuncia a la confidencialidad y se le somete a las pruebas del detector de mentiras. Es habitual que sea interrogado por un investigador o instructor de la diócesis, sin ser siquiera informado de sus derechos civiles ni canónicos. En resumen, una denuncia por abusos es el comienzo de una larga pesadilla para el acusado.
Sin detenernos en tecnicismos, merece la pena resaltar que el procedimiento para castigar delitos en la Iglesia, al menos por la vía administrativa, con frecuencia es poco garantista con los derechos de los acusados.
Como denunciaba hace años el profesor Joaquín Llobell, da la impresión de que algunos consideran que el carácter sobrenatural de la Iglesia exime a la jerarquía de respetar los derechos naturales de los acusados. De este modo se abre la puerta a todo abuso, y la Iglesia, en lugar de ser un “espejo de justicia” se convierte para los acusados en un espejo roto y peligroso. Con esta crítica no pretendo justificar la situación de impunidad que se ha vivido durante años, sino subrayar que también resulta injusto pasarse por el lado opuesto, privando a los procesados de los medios necesarios para que puedan probar su inocencia.
¿Sus actividades han sido bien recibidas por los obispos de Estados Unidos y la Congregación para la Doctrina de la Fe?
—Para esta pregunta no cabe una respuesta generalizada. Algunos obispos se muestran comprensivos con la situación del sacerdote acusado, y procuran atenderle. En este caso, normalmente mis servicios son valorados y, sin comprometer su neutralidad, se establece una sana colaboración entre las autoridades y nuestro gabinete, como la que puede haber entre un juzgado civil y un despacho de abogados.
En otros casos, lamentablemente, los obispos se desentienden totalmente de los acusados. Quizá esta conducta se debe a la enorme presión mediática que en Estados Unidos rodea estos procedimientos, así como al consejo de algunos abogados que piensan que esta conducta es la más “segura”, a fin de evitar dar la impresión de un apoyo implícito a posibles abusadores.
¿Existen más bufetes de abogados similares al suyo?
—Muy pocos. La mayoría de abogados civiles que se dedican a estos temas suelen trabajar directamente para las diócesis. Personalmente, confío en que progresivamente más profesionales con buena formación civil y canónica se dediquen a estos asuntos con una actitud constructiva y de comunión, que podría resumirse en la expresión “sentire cum Ecclesia”.
¿Qué panorama le gustaría ver en un futuro próximo?
—Rezo para que Dios dé consuelo y fuerza a las personas implicadas en estos procesos. Me refiero tanto a las personas que han padecido abusos como a los sacerdotes falsamente acusados que se sienten abandonados. Espero que el Señor dé fortaleza a los obispos, que cargan con una gran responsabilidad y se ven asediados por todas partes. Rezo para que aliente y sostenga el deseo de hacer justicia de todos los que trabajan en los tribunales diocesanos.