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“Mi camino a la Iglesia católica”

Gero Pischke narra su conversión en una conversación mantenida con José M. García Pelegrín en Berlín, Alemania.

Gero Pischke·2 de enero de 2022·Tiempo de lectura: 3 minutos
conversión

Foto: Javier Allegue Barros / Unsplash

Nací en 1961; me crié cerca de Hannover. Allí, mi madre se adhirió a los Adventistas del Séptimo Día a principios de los años sesenta. Cuando mis padres se divorciaron, mi madre se trasladó a Dinamarca con mi hermana; mi padre y yo nos dirigimos a Berlín; recuerdo que el ambiente en la escuela era brutal. Nadie se preocupaba por mí; quizá por esto busqué una especie de padres sustitutos entre los adventistas. 

Recibí el bautismo de adultos en el otoño de 1982. Todos los sábados teníamos una hora de oración y otra de estudio bíblico, a lo que se añadía la lectura de escritos adventistas, de Ellen Gould White y otros. Más tarde me uní a un subgrupo, la “Comunidad Advento Reposo Sabático”, también llamada del “Mensaje para nuestro tiempo”. Pero pronto me di cuenta de que allí prácticamente todo giraba en torno al dinero. Como —a diferencia de las iglesias católica y evangélica— no perciben el impuesto eclesiástico, tienen que recolectar donaciones. 

Algo que siempre me había causado un gran problema es que, con la regeneración que predican, no pueda conseguir la liberación del pecado. Por supuesto que Dios perdona los pecados, pero ¿cómo puedo estar seguro? Tampoco tenía a nadie con quien pudiera hablar sobre estas cosas. Además, estaba solo, porque era el único miembro de la secta en Berlín. Muchas cosas me estaban vedadas, como ir al cine o a comer fuera de casa, el alcohol, fumar… y también se me inculcaba limitar lo máximo posible el contacto con la “gente del mundo”. En un cierto momento, de un segundo a otro, rompí con ellos. Al principio me dediqué —como se suele decir— a disfrutar de la vida, a hacer todo lo que había echado de menos durante décadas.

El discurso de Benedicto XVI en el Bundestag en septiembre de 2011 me causó una profunda impresión. A partir de entonces procuraba leer todo lo que decía. Aunque durante algunos años no parecía avanzar, cada vez sentía más simpatía por la Iglesia católica. En 2014, monté mi propio negocio con un socio, en el que inicialmente tenía mucha confianza. Pero unos meses después, me di cuenta de que el producto que vendíamos no era bueno, lo cual me llevó casi a la ruina. Así que puse fin a ese trabajo como autónomo.

A finales de 2014 había tocado fondo. Participaba desde hacía algún tiempo en las reuniones de un “club de fumadores”; pero como estaba tan desmoralizado, envié un correo electrónico para excusarme de asistir en una determinada ocasión; sin embargo, el que lo organizaba me llamó por teléfono y me animó a acudir, porque también hablábamos de cuestiones de cierto calado. Asistí y conocí así a un miembro de la Iglesia católica que, según pude comprobar, se caracterizaba por una gran profundidad espiritual. Resultó ser un miembro de la Prelatura personal Opus Dei. Pronto me invitó a asistir a una Santa Misa. Acudí con cierta expectación; en mi juventud, me habían hecho ver en la Iglesia católica al “Anticristo”.

No entendí mucho de la liturgia, pero me impresionó desde el principio. Lo que veía me ayudaba a concentrarme: Cristo crucificado, el Vía Crucis y la Santísima Virgen María me hicieron ver que allí había algo especial, una cercanía a Dios como nunca hasta entonces había experimentado. Pude presenciar la administración de la Sagrada Comunión: de rodillas y en la boca. ¡Qué gesto de humildad! Decidí comprar un catecismo. Lo leí y lo repasé con la ayuda de los dos sacerdotes del centro del Opus Dei durante dos años. A través de las conversaciones, la participación en la Santa Misa y el rezo del Rosario, fui conociendo la fe católica.

Un paso enorme fue conocer el sacramento de la confesión y por tanto la certeza del perdón, así como poder recibir el cuerpo de Cristo de un sacerdote ordenado. Me pesaban tantas cosas en la cabeza y en el corazón que me urgía hacerme católico. Así que recibí los sacramentos del Bautismo y la Confirmación en mayo de 2019; desde entonces continúo desarrollándome espiritualmente. Poco antes ya había renunciado a algunos pecados que tenía muy arraigados desde hacía décadas y que no he vuelto a cometer.

He sentido la bendición de Dios, una gracia sin precedentes. “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?”. También recé mucho por conseguir una perspectiva profesional, y mis oraciones fueron escuchadas: poco a poco las cosas empezaron a mejorar después de que cambiara el centro de mi actividad como autónomo a finales de 2014. Estoy tan feliz y contento que no me importan en absoluto las acusaciones que vierten ciertos medios de comunicación sobre la Iglesia católica. En todas partes hay pecados, y he sabido de cosas peores que han cometido otros; pero a la única que se persigue es la Iglesia católica. Me duele, pero no me hace sentir inseguro de haber tomado la decisión correcta.

El autorGero Pischke

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