Traducción del artículo al inglés
La noticia de que la Federación Rusa estaría dispuesta a aceptar la mediación de la Santa Sede en el conflicto de Ucrania fue comunicada por primera vez el pasado 13 de junio. Lo hizo público Alexei Paramonov, director del primer departamento europeo del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso, en declaraciones a la agencia gubernamental Ria Novosti. Pero que la situación era más compleja de lo que pensaban los medios de comunicación más optimistas lo atestigua el hecho de que, tras esa apertura, durante quince días no hubo más noticias. ¿Qué está haciendo la diplomacia de la Santa Sede por Ucrania? Al final, hay tres niveles de actividad, tres canales diplomáticos abiertos, de diversas maneras, con la esperanza de ser efectivos.
La vía diplomática
El primer canal es el diplomático. Las declaraciones a Ria Novosi fueron, en cualquier caso, un notable cambio de paso, esa «pequeña ventana» que el Papa Francisco había dicho que buscaba en una entrevista concedida al diario italiano Corriere della Sera el 3 de mayo. En resumen, Paromonov afirmó que la Santa Sede no sólo ha declarado repetidamente su disposición a mediar, sino que «estas observaciones se confirman en la práctica». Rusia mantiene con la Santa Sede «un diálogo abierto y de confianza sobre una serie de cuestiones, principalmente relacionadas con la situación humanitaria en Ucrania». Esta última parte vincula la mediación principalmente al aspecto humanitario, y deja claro que Rusia no quiere cambiar un ápice su posición. Es un diálogo complejo.
Pero la Santa Sede lo sabe. La actividad diplomática y el intercambio de información son intensos. El Arzobispo Paul Richard Gallagher, Ministro del Vaticano para las Relaciones con los Estados, estuvo en Ucrania del 18 al 21 de mayo, en un viaje que le llevó no sólo a reunirse con los dirigentes del estado ucraniano, sino también a vivir de cerca la situación de la guerra, con una visita a las ciudades mártires de Bucha y Vorzel.
No es casualidad, por tanto, que inmediatamente después de la nota difundida por Ria Novosti, el arzobispo Gallagher hablara claramente de lo que se puede aceptar o no sobre la situación en Ucrania. Por ello, el 14 de junio, al margen de un coloquio sobre la migración celebrado en la Pontificia Universidad Gregoriana, afirmó que hay que «resistir la tentación de aceptar compromisos sobre la integridad territorial de Ucrania». El arzobispo Gallagher había reiterado el mismo concepto desde Kiev, el 20 de mayo, cuando dijo que la Santa Sede «defiende la integridad territorial de Ucrania».
El seguimiento del Papa
Esta es la posición de la Santa Sede a nivel diplomático. Luego está el segundo canal, que es el del Papa Francisco. La diplomacia del Papa Francisco parece trabajar en una vía paralela, y lo compromete personalmente. Cuando estalló la guerra, el Papa quiso visitar personalmente la embajada de la Federación Rusa, en un gesto sin precedentes (los jefes de Estado convocan a los embajadores, no a la inversa) que no fue compensado por una iniciativa similar para la embajada ucraniana. A continuación, envió al cardenal Konrad Krajewski, limosnero del Papa, y a Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, para ver la situación, coordinar la ayuda humanitaria y ser el brazo del Papa.
Además, no dejó de opinar sobre el asunto. En una conversación con los editores de las revistas jesuitas de todo el mundo, el 19 de mayo, el Papa Francisco había contado que un jefe de Estado «poco hablador y muy sabio», con el que se había reunido en enero, le había expresado su preocupación por la actitud de la OTAN, explicando que «están ladrando a las puertas de Rusia y no entienden que los rusos son imperiales y no permiten que ninguna potencia extranjera se les acerque». El Papa también añadió que quería «evitar reducir la complejidad entre buenos y malos».
Información de primera mano
¿Cuál es entonces la clave diplomática del Papa Francisco? Tal vez simplemente no lo haya, porque el punto de vista del Papa se refiere principalmente a la ayuda humanitaria. A los editores de las revistas jesuitas, el Papa Francisco les ha pedido que estudien la geopolítica, porque esa es su tarea, pero que al mismo tiempo se acuerden de destacar el «drama humano» de la guerra.
Para que el Papa conociera mejor la situación, el padre Alejandro, amigo argentino del Papa, organizó un encuentro en Santa Marta con dos de sus amigos, Yevhen Yakushev, de Mariupol, y Denys Kolyada, consultor para el diálogo con organizaciones religiosas, que había traído consigo a Myroslav Marynovych, su amigo personal.
La reunión tuvo lugar el 8 de junio y duró 45 minutos. Marynovych dijo que «hablamos del hecho de que Rusia utiliza tanto las armas como la información falsa», hasta el punto de que Ucrania, incluso desde el Vaticano, era vista principalmente a través del prisma ruso, y que era injusto mirar a los ofendidos «a través del prisma de la propaganda informativa del agresor». Por el contrario, Marynovych pidió al Papa que «desarrolle su propia política ucraniana, no derivada de la política rusa».
Son palabras que deben leerse a contraluz, y que se refieren más personalmente al Papa que a la diplomacia de la Santa Sede, certificando una especie de «diplomacia de dos velocidades» hacia Ucrania.
El campo humanitario
Por último, está el tercer canal, que es el canal humanitario. Ya hemos mencionado a los dos cardenales enviados por el Papa Francisco. Luego está el extraordinario compromiso puesto en marcha en el campo. El 22 de junio, en su intervención en el encuentro de Obras para la Ayuda a las Iglesias Orientales, el Arzobispo Mayor Sviatoslav Shevchuk, jefe de la Iglesia greco-católica ucraniana, detalló el compromiso de Cáritas y de las parroquias, tradicionalmente los lugares a los que la gente acude en busca de ayuda.
Ucrania está dividida en tres zonas: la zona de conflicto, donde se presta la primera ayuda; la zona limítrofe con los lugares de los combates y que es el primer punto de recepción de los refugiados que huyen tanto del este como del oeste (hay 6 millones de emigrantes y 8 millones de desplazados); y la zona relativamente tranquila del oeste de Ucrania, desde donde se organiza la ayuda.
Una nueva moneda vaticana
La última iniciativa de apoyo es una medalla especial acuñada por la Casa de la Moneda del Vaticano, cuya recaudación se destina precisamente a financiar la ayuda a Ucrania. La primera tirada de 3.000 ejemplares se agotó inmediatamente y se están acuñando 2.000 más. Es una señal de que no sólo hay atención, sino que hay voluntad de hacer.
Ahora se trata de ver si estas tres vías de la diplomacia vaticana conducen a resultados concretos. El Papa ha hecho saber que quiere ir a Moscú y luego a Kiev. Sin embargo, sería bueno que sus recursos fueran escuchados primero.