Hoy se cumplen dos años del fallecimiento de Benedicto XVI, una figura clave en la historia reciente de la Iglesia. El obispo auxiliar de Madrid, Mons. Juan Antonio Martínez Camino, quien tuvo la oportunidad de conocerle en sus vistas a España, comparte en esta entrevista una perspectiva cercana y enriquecedora sobre el Papa emérito.
Desde sus recuerdos personales hasta el impacto de su legado espiritual y teológico en la Iglesia en España, Mons. Martínez Camino reflexiona sobre la profundidad de su enseñanza, su carisma humano y los momentos inolvidables que vivió junto a él.
Hace dos años falleció Benedicto XVI. Para usted, que lo trató y conoció, ¿qué supuso ese fallecimiento?
– La muerte de una persona a la que se quiere y a la que se debe mucho es siempre un golpe espiritual. Ese fue el caso cuando recibí la noticia de que Benedicto XVI había muerto. No lo había tratado mucho personalmente, pero lo apreciaba y lo aprecio muchísimo. Su discernimiento de la situación dramática de la Iglesia postconciliar fue para mi una grandísima ayuda.
Recuerdo que en enero de 1985, en el tren de vuelta a Frankfurt, me leí de un tirón su «Informe sobre la fe». Aquella fue una de esas lecturas que marca la vida. Luego he leído buena parte de su extensa obra teológica; y Deus caritas est y, sobre todo, Spe salvi, dos encíclicas inolvidables. Luego vino la sorpresa de ser nombrado obispo por él.
Usted estuvo inmerso en dos grandes acontecimientos en España en los que participó Benedicto XVI: la JMJ de Madrid en 2011 y el Encuentro Mundial de Familias en Valencia en 2006. ¿Cómo vivía el Santo Padre esos momentos? ¿Qué destacaría de aquellos días?
– En Valencia tuve la suerte, como Secretario General de la Conferencia Episcopal, de estar entre quienes lo recibieron en el aeropuerto de Manises. Venía contento y, como siempre, muy atento a las personas y a los detalles.
En Madrid no sólo pude estar en Barajas para recibirlo, sino compartir una comida ofrecida por el anfitrión de la JMJ, el cardenal Rouco, al Papa, a sus acompañantes y a los obispos de la Provincia eclesiástica de Madrid y del Comité ejecutivo de la Conferencia Episcopal. Fue en el palacio episcopal; éramos veinticuatro personas, incluido el Papa. El ambiente fue sereno y familiar, al tiempo que algo solemne y único.
Al día siguiente, la tormenta veraniega que nos sorprendió durante la Vigilia de Cuatro Vientos, fue la ocasión perfecta para poner de relieve esa paz espiritual que Benedicto XVI llevaba en el alma, en medio de todos los vendavales.
Usted atendió además, personalmente a Benedicto XVI en sus visitas a España, ¿Cómo era Benedicto XVI en el trato cercano?¿Qué anécdotas o hechos personales recuerda de esas jornadas?
– Tuve ocasión de tratarlo más de cerca en 1993, cuando el cardenal Ratzinger vino a clausurar un Curso de Teología sobre el entonces recién aparecido «Catecismo de la Iglesia Católica«. Era uno de los Cursos de verano de la Universidad Complutense, en El Escorial. Fui a recogerlo a Barajas. No recuerdo por qué, hablamos de Toledo y me dijo que nunca había estado allí. Le propuse quedarse un día más y acompañarlo a la Ciudad del Tajo. Aceptó.
Al acabar el curso, fuimos en mi pequeño coche a Toledo. Iban también Olegario González de Cardedal y Josef Klemens, secretario de Ratzinger. El arzobispo don Marcelo, a quien había advertido por teléfono de la ilustre visita, nos recibió encantado para comer. Después de un espectacular brindis conclusivo, el cardenal de Toledo ofreció un aposento para la siesta. El cardenal Ratzinger miró al reloj, agradeció el detalle y nos dijo que mejor seguir gustando de Toledo ¡Eran las tres de la tarde un 10 de julio! A esas horas, no había ni pájaros por las calles… Le gustaba mucho España y le gustaba no perder el tiempo.
Cómo veía Benedicto XVI la Iglesia en España? ¿Qué supusieron para la Iglesia en España aquellos dos grandes encuentros?
– Ratzinger era un hombre extraordinariamente culto y un teólogo de talla excepcional. Apreciaba en profundidad el papel jugado por España en la Tradición viva de la Iglesia. Se puede comprobar fácilmente sólo leyendo su gran libro «Jesús de Nazaret», donde reconoce cómo grandes santos españoles son una especial presencia de Cristo y de su Espíritu no sólo en el pasado, sino en el presente y futuro de la Iglesia. Menciona, en este orden, a Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola y Francisco Javier, entre otros.
Los dos acontecimientos a los que usted se refiere y también su peregrinación a Santiago de Compostela y la consagración de la Sagrada Familia de Barcelona, son para la Iglesia en España una llamada perenne a la santidad y a la evangelización, que él considera inseparables.
La frase «No tengáis miedo» marcó el pontificado de Juan Pablo II. En su opinión, ¿cuál diría que fue el sello del pontificado de Joseph Ratzinger?
– Respondiendo a su desafío, me atrevería a expresar el sello del pontificado de Benedicto XVI en esta otra frase: «Si queréis la libertad y el amor, acoged y adorad la Verdad».